El sector bancario exhibe su fortaleza
Sus buenos resultados son un sólido punto de partida para el cambio de política monetaria
La industria bancaria española ha presentado estos días sus resultados en un clima político y económico difícil. Tras días de dudas y de oportunas decisiones y reacciones en el sector, se aprecia sensación de alivio. Parece que la solidez adquirida tras años de reestructuración, saneamiento y reforzamiento de solvencia ha permitido capear temporales tan delicados como los que han acaecido. A menudo cuesta entender la importancia de la banca para la estabilidad económica y financiera pero en las últimas semanas hemos visto no solo esa relevancia, sino su potencial de arrastre para motivar importantes cambios más allá del ámbito financiero.
Los resultados cosechados hasta septiembre parecen un buen punto de partida para afrontar el esperado pero un tanto inquietante cambio del entorno monetario. Poco a poco se va a entrar en la fase post-QE, algo que aún nos parece lejano pero cuya fecha de caducidad, aunque no es fija, podría llegar antes de lo que se había pensado.
Si atendemos a los estados contables de las seis primeras entidades –Santander, BBVA, CaixaBank, Bankia, Sabadell y Bankinter– es necesario tener en cuenta que se ha producido un redimensionamiento importante tras la adquisición de Popular por parte de Santander y de BPI por parte de Caixabank. En todo caso, los beneficios netos conjuntos de 11.783 millones de euros en los primeros nueve meses de 2017 suponen un incremento del 16,1% respecto al mismo período del año anterior. Los buenos resultados se extienden por el continente, donde los grandes bancos europeos están sorprendiendo al mercado batiendo provisiones y superando las restricciones que el aún deprimido clima de tipos impone sobre los márgenes de negocio. Tan solo en Reino Unido, esta positiva evolución se ve empañada por las dudas que algunas entidades (junto a otros operadores y fondos) mantienen sobre dónde situar su sede y el incierto impacto de un brexit cuya histeria se apaga o enciende con demasiada frecuencia.
Si se analiza la composición de los ingresos, se encuentra la ya repetitiva evidencia del estancamiento del margen de intereses. Su contribución está estabilizada en la misma medida en que los tipos de interés aún permanecen en el largo invierno de la expansión cuantitativa. Las instituciones bancarias españolas han generado negocio con otras operaciones financieras, con actividades de desinversión o adquisición y con un notable esfuerzo de mejora de la eficiencia. Este último aspecto resulta esencial porque refleja dos ejercicios preparatorios para lo que ha de venir en el entorno bancario minorista de los próximos años: una competencia en la que el control de los costes va a ser determinante y un cambio tecnológico que va a transformar las relaciones con el cliente.
En lo que se refiere a la relación entre el rendimiento de los márgenes y la evolución de los tipos de interés de mercado, estamos presenciando, probablemente, un cambio de tendencia de los tipos interbancarios en 2018. No es preciso que el BCE suba los tipos para que el euribor emprenda una lenta pero progresiva subida. Que la expansión cuantitativa vaya reduciendo su dimensión puede ser suficiente. Y aportará normalidad financiera, sobre todo cuando los tipos abandonen el terreno negativo, incluso en los plazos más bajos. Las curvas de rendimiento a las que se han enfrentado los intermediarios financieros en los años de la crisis y posteriores han presentado toda suerte de anormalidades o, al menos, de excepcionalidades. Lejos de lo que muchas veces se ha argumentado, esto ha sido más beneficioso para los prestatarios que para los bancos. La posibilidad de generar márgenes ha sido escasa cuando el riesgo estaba esterilizado. La liquidez ha sido abundante pero las opciones para apalancarse y adoptar posiciones razonables de riesgo en el activo han sido bastante reducidas. Que el ambiente monetario recupere cierta tradicionalidad parece razonable pero los bancos son conscientes también de que debe transitarse con precaución por ese camino. Aunque los hogares y empresas españolas han realizado un sobresaliente esfuerzo de reducción de deuda –devolviendo 474.000 millones de euros desde 2010– un aumento de sus costes de financiación puede ser delicado para muchos prestatarios actuales y potenciales. Asimismo, la expansión cuantitativa ha sido un efectivo (pero, en parte, artificial) sistema de retención de las primas de riesgo que ha permitido a las empresas (bancos incluidos) acudir a los mercados de bonos en condiciones favorables.
Sin ánimo de sacar demasiado jugo a los números de las cuentas de resultados bancarias, es también apreciable el hecho de que las entidades financieras han de moverse en un entorno de cumplimiento normativo cuasi-ubicuo. La presión regulatoria afecta a su liquidez, apalancamiento y capital pero, trasversalmente, a una operativa en la que el compliance impone importantes costes operativos. En su dimensión más minorista, la regulación se une a la tecnología para propiciar un cambio en la relación entre entidad y cliente con diferentes connotaciones. Por un lado, las exigencias regulatorias son necesarias pero una excesiva estandarización no parece conveniente. La actividad bancaria no debe ser un rígido manual. Por otro lado, la digitalización va a ser la que aporte flexibilidad e, incluso, creatividad. Pero con una exigencia de eficiencia muy elevada. Si se presta atención a la relación entre penetración de banca online e ingresos se aprecia que la aportación es de reducción de costes y captación de negocio pero que las comisiones caen, como resulta propio de un negocio con menor coste de inmovilizado.
Sea por la situación monetaria, por la regulación, por la tecnología o por este clima económico imprevisible, parece que la banca entra en una nueva fase, con resiliencia pero con los ojos bien abiertos.
Santiago Carbó es catedrático de Economía de Cunef y Director de Estudios Financieros de Funcas.