El difícil camino a una financiación tranquila
Las políticas monetarias tienen un insalubre parecido con prácticas pasadas Desvincular la creación de deuda de la de dinero es una opción demasiado revolucionaria
Han tardado casi 10 años, pero los banqueros centrales piensan por fin que la crisis financiera que alcanzó su clímax en 2008 está prácticamente terminada. Ahora viene la parte difícil.
Las autoridades monetarias han mantenido el sistema financiero a flote, por así decirlo. Esa es la buena noticia. La mala es que sus políticas de recuperación tienen un insalubre parecido con las prácticas que pusieron ese sistema cerca del colapso en un principio.
La política monetaria es muy compleja, pero el enfoque básico después de la crisis ha sido bastante simple. Mantener bajos los tipos de interés, atraer el dinero hacia la renta fija, no preocuparse demasiado por los déficits públicos y esperar lo mejor.
En cada una de las principales economías desarrolladas, los tipos están cerca, igual o por debajo de cero desde 2009. La flexibilización cuantitativa, un nombre sofisticado para atraer el dinero a los mercados de bonos, ha inflado los balances de los bancos centrales: los activos de la Reserva Federal equivalen ahora al 23% del PIB de EE UU, frente al 6% de antes de la crisis. Y pese a todo lo que se ha hablado de austeridad, los déficits fiscales de la mayoría de los países desarrollados aumentaron fuertemente durante la crisis y han bajado bastante lentamente desde entonces.
Los resultados podrían haber sido peores. Las crisis y los fracasos bancarios que marcaron la Gran Depresión de los años 30 hicieron mucho más daño económico. Sin embargo, la recuperación económica ha sido lenta y tibia, así que tal vez podría haber sido mejor.
El endurecimiento de la política monetaria, que comenzó vacilantemente en EEUU en 2015, se está volviendo global. El banco central estadounidense ha elevado los tipos al 1,25%, desde un mínimo del 0,25 %, y acaba de anunciar los primeros pasos para revertir la flexibilización cuantitativa. En el mismo sentido, puede que el Banco de Inglaterra y el BCE respalden sus palabras con acciones en los próximos meses.
Aun así, el viaje desde condiciones monetarias ultralaxas a lo que solía ser considerado normal apenas ha comenzado. El rendimiento del 2,3%de los bonos estadounidenses a 10 años sigue siendo ligeramente superior a la inflación, del 1,9%.
Los inversores de antaño no se sentirían cómodos hasta que esa tasa casi se duplicara. Pero una década es lo suficientemente larga como para que se establezcan nuevos hábitos. Las empresas, los Gobiernos y las instituciones financieras se han acostumbrado –quizás enganchado– a los tipos bajos.
Aunque el aumento de los rendimientos puede ayudar a los bancos a obtener márgenes más amplios en los préstamos de toda la vida, las pérdidas de los exprimidos deudores podrían más que anular esas ganancias.
Los precios de las acciones podrían caer mucho, y las estrategias de inversión que se suponía que funcionan en todos los mercados tienen reversos oscuros. Los aumentos –delicados a nivel político– de los costes de los préstamos podrían meter presión a los Gobiernos, que están mucho más endeudados que antes de la crisis.
Aunque la regulación financiera se ha endurecido, hay cierto escepticismo. Ha habido pocos cambios en el patrón precrisis de que la expansión financiera supere el crecimiento económico. El Banco Mundial calcula que la ratio global de deuda del sector privado ha aumentado desde el 154% en 2008 a un máximo histórico del 177% en 2016 –en gran parte debido a un atracón de préstamos en China. La deuda pública ha aumentado del 64% al 94% del PIB durante el mismo período.
Los banqueros centrales están atascados en la paradoja fundamental que afecta a la política monetaria en tiempos de estrés generalizado. La agitación deprime la actividad económica y aumenta las cargas financieras de los deudores. Sin embargo, una política monetaria más flexible que estimula la actividad también tiende a alentar el endeudamiento excesivo.
El estímulo fiscal solía considerarse una vía de escape para esta paradoja monetaria. Ahora, sin embargo, los Gobiernos ya tienen más deuda de la que soportan con comodidad. Además, el clima político es amargo y defensivo en casi todas las grandes economías desarrolladas. Los programas enérgicos de gasto financiado con deuda no están en la agenda.
Puesto que ninguna herramienta política tradicional está funcionando, probablemente es hora de empezar a pensar en soluciones menos convencionales. Hay abundantes fórmulas iconoclastas disponibles. Durante la crisis de los años 30, varios economistas importantes sugirieron cortar el vínculo entre crear deuda y crear dinero.
Las variaciones de lo que se conoció como el Plan de Chicago se han dado patadas desde entonces. La teoría es atractiva. Una inyección directa de dinero en la economía –en lugar de la presión indirecta de la flexibilización cuantitativa en los mercados financieros– podría alentar el desapalancamiento global ahora, con menos exceso de préstamos en el futuro.
La idea todavía parece ser demasiado revolucionaria para ser tomada en serio. Nadie con autoridad ha expresado un interés serio. Los banqueros centrales están acostumbrados al sistema actual. En cuanto a los políticos, aunque comprendieran las ventajas, están demasiado asustados para sugerir que los votantes respalden un sistema no probado y desconocido, y menos uno que podría perjudicar al valor de la vivienda.
Por lo tanto, las autoridades monetarias seguirán avanzando con cautela por el camino largo, sinuoso y muy pedregoso hacia una financiación más tranquila. Es probable que sea un viaje difícil.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías.