¿Tiene EE UU política exterior?
Con una estrategia improvisada, Trump rompe con 80 años de tradición en la Casa Blanca
La respuesta, hoy, es que no hay una estrategia definida en política exterior por la actual administración. El presidente Donald Trump repitió en campaña electoral y en su discurso inaugural dos eslóganes (“América primero” y “hacer América grande de nuevo”) que, más que estrategia, son objetivos fácilmente convertibles en frases publicitarias entendibles por todos, especialmente por su electorado, poco amigo de matices.
Esta actitud rompe con más de 80 años de tradición en la presidencia de EE UU, con el orden internacional nacido de Bretton Woods. Desde finales de la II Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, al presidente se le denomina líder del mundo libre. Ese liderazgo implica responsabilidades mundiales en diplomacia, economía, comercio, seguridad, etc. Todos los presidentes desde Roosevelt han tenido una doctrina u hoja de ruta. Este tenía dos objetivos: sacar al país de la Gran Depresión y derrotar al nazismo. Truman dio lugar a la doctrina que lleva su nombre y que, con variaciones, rigió la política internacional estadounidense desde 1945 hasta 1989, con la caída del Muro de Berlín. Es la Doctrina Truman. Containment, deterrence, mutual assured destruction (MAD), fueron estrategias que impregnaron la política exterior norteamericana con Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Reagan: contener la expansión del comunismo; la fuerza de las armas como elemento de disuasión y evitar una hecatombe nuclear. Reagan avanzó en la Doctrina Truman con su “Guerra de las Galaxias” (SDI: Strategic Defense Initiative), que, junto a su ruina económica, provocó el derrumbe de la URSS, dejando a Norteamérica como la única superpotencia. Bush padre y Clinton, ya sin Guerra Fría, buscaron la estabilidad mundial, al tiempo que asentaban la primacía estadounidense.
Surgieron nuevos retos tras los atentados del 11S. Bush hijo acuñó “la lucha contra el terror” y “llevar la democracia a Oriente Medio”, como sus estrategias en política exterior. Falló en ambas: las guerras de Iraq y Afganistán fueron un fiasco en vidas humanas y en coste económico; siempre que Bush promovió elecciones democráticas en Oriente Medio, a un dictador amigo de Estados Unidos, le sucedían los Hermanos Musulmanes, germen de Al-Qaeda.
La herencia de Bush fue la Gran Recesión y dos guerras. Tomó el testigo Obama, cosmopolita, consciente de que Norteamérica no era la única superpotencia. Fue cuando los BRIC crecieron tanto. Obama fijó dos objetivos en política exterior: recuperación económica mundial y multipolaridad y, de ahí, el impulsar organizaciones internacionales, como el G20. La recuperación económica en casa exigía terminar con el nation building de Bush, para hacerlo en Norteamérica. Obama dejó un país en crecimiento económico y pleno empleo: la herencia de Trump.
Su primera llamada como presidente fue al líder de Taiwán, provocando infartos en China, al interrumpir la política norteamericana, iniciada por Nixon (1972), de una sola China. Los eslóganes de Trump incoaban un nacionalismo fuerte que, económicamente, derivaba en proteccionismo. Ejemplos sobran.
El muro con México, además de ser una aberración, es una metáfora de la actual política exterior norteamericana. Empezando por los tratados de libre comercio: Trump abandonó el TTP en Asia. Y, ahora, debido a lo que el presidente denomina appeasement (palabra de mala fama, desde que la pronunció Chamberlain en 1938 a su vuelta de Munich), o apaciguamiento de Corea del Sur hacia su vecino del Norte; Trump amenaza con romper acuerdos con Seúl, situada a 45 minutos en coche de Corea del Norte y sujeta a destrucción, si Kim-Jong un ataca. Esto explica el apaciguamiento de Seúl.
Trump dijo que la OTAN estaba “obsoleta” y que “si cada miembro no paga lo que le corresponde, que se defienda por sus propios medios”. Esta afirmación generó brindis en Moscú y escalofríos en los aliados estadounidenses. El enfado de Merkel y Macron solo les valió un rapapolvo de Trump. Corea del Sur y Japón, pacíficos, se replantean su desnuclearización, tras las provocaciones de Corea del Norte. Cuando miembros de la OTAN afirmaron que pagarían su “cuota”, Trump cambió de postura: “la OTAN no es obsoleta”.
Trump insiste en rehacer o deshacer los tratados de libre comercio. Su nula consideración por Europa –excepto Reino Unido, a quien respetó durante un rato por el brexit– deriva en la muerte del TTIP. El Nafta corre peligro por las draconianas exigencias a Canadá y México.
Con respecto a China, Trump dijo que, siendo presidente, denominaría al país “currency manipulator”. No lo hizo: en abril, invitó al premier chino –Xi Jinping– a la Casa Blanca y a su complejo de Palm Beach, Mar à Lago, y todo fueron parabienes, sin sanciones a las importaciones de acero chinas que destrozan la manufactura estadounidense...: Trump sabe que el 32% de su deuda pública está en manos chinas...
Trump necesita a China para controlar a Corea del Norte: este año, ha lanzado 18 misiles, el último, recientemente, provocando un seísmo (que puso sobre alerta a China, por esto y por la radioactividad) de 6,4 puntos. Tres lanzamientos fueron nucleares y uno de ellos demuestra (pasando por encima de Japón) que Corea del Norte tiene bombas de hidrógeno y misiles ICMB capaces de alcanzar la costa oeste norteamericana. Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos en la ONU, afirmó que “Corea del Norte pide a gritos una guerra”, mientras que Vladimir Putin aseveró que, en vez de sanciones, lo que había que hacer era negociar más. Sarcasmo de Putin que no hizo gracia a nadie. Trump amenazó a Corea del Norte con “furia y fuego si nos atacan”, ante lo que Kim-Jong un reculó y, ahora, tras el último lanzamiento de un misil balístico, Estados Unidos quiere asfixiar del todo económicamente a Corea del Norte: no a las importaciones de petróleo y fin de las relaciones comerciales de China y Corea del Sur con Corea del Norte.
Los rusos ya no escriben obras serias (Tolstoy, Chéjov, Dostoyevsky, etc.). Ahora escriben operetas. Está probado que Rusia interfirió en las elecciones presidenciales americanas. FBI, CIA y NASA presentaron evidencias. El fiscal especial Bob Mueller –director del FBI con Clinton, Bush y Obama– ha convocado al gran jurado, que recolecta pruebas y llama a testigos, entre ellos, al exdirector del FBI despedido por Trump, James Comey, y al yerno del presidente, Jared Kushner, quien mantuvo reuniones con diplomáticos rusos durante la campaña, amén de intercambiarse emails sobre “la basura que os vamos a proveer –dijeron los rusos– sobre Clinton”. En campaña, Putin cosechó piropos de Trump. Ahora, distanciándose de la investigación sobre la “trama rusa en las elecciones”, Rusia expulsa diplomáticos americanos y Trump cierra consulados rusos. Lo serio sería exigir a Rusia que imponga sanciones a Corea del Norte y que no se levanten las sanciones impuestas a Rusia por invadir Crimea (2014) y Ucrania (amenazando el suministro de gas a Europa), como en 2008 con Georgia. A mediados de septiembre, 100.000 soldados rusos harán maniobras militares cerca de las fronteras de los países del este de Europa, pertenecientes a la OTAN. Demostración de fuerza del amigo ruso.
¿No íbamos a acabar con el peor acuerdo de la historia, el de no proliferación nuclear con Irán? Pues sigue en pie. Trump no ha hecho nada. Se entretiene expulsando a 800.000 estudiantes hispanos indocumentados. En cambio, en Siria y en Oriente Medio, sí interviene. En abril, bombardeó al ejército sirio de Bashar al-Áshad por el uso de armas químicas y, hace pocos días, el Pentágono reconoció que tras la conquista de Mosul (Irak), los marines han tomado una de las dos ciudades en manos de ISIS y ya solo les queda Raqqa, en Siria. 4.000 marines adicionales van a Siria para acabar el trabajo.
Quedan los talibanes en Afganistán, aunque el verdadero problema es quién les alberga cuando huyen, Pakistán, donde los servicios secretos y el ejército están a favor del yihadismo terrorista. Trump ha amenazado a Pakistán: si no, que se atengan a las consecuencias. Si con Barack cada año actuaban 4.000 drones mortales en Pakistán, no quiero ni pensar lo que hará Trump...
Y el proceso de paz en Oriente Medio. Aunque ningún presidente lo ha culminado con éxito desde 1948, Trump tiene un as debajo de la manga: su yerno Kushner, marido de Ivanka y amigo de Netanyahu. Al fin y al cabo, todo queda en casa, como Venezuela, donde Maduro insulta a España, pero quiere negociar con el imperialismo gringo tras las amenazas de Trump.
Hasta la llegada de Trump, la política exterior americana era predecible. Ya no. Incertidumbre e improvisación, parece ser lo que nos espera.
Jorge Díaz Cardiel es socio director Advice Strategic Consultants.