Racismo en Estados Unidos y consecuencias imprevisibles
El partido republicano ha condenado las últimas palabras de Trump y puede pagarlo caro en las legislativas de 2018
Mi amigo, el teniente general del Cuerpo de Marines de quien escribí la semana pasada, me ha contado una anécdota en un contexto de extrema tensión, tanto para él como para el país. Hace unos días, en una operación en Oriente Medio, tuvo un percance grave y cuatro marines afroamericanos (una mujer y tres hombres) le trasladaron en camilla al hospital de campaña. Antes de perder el conocimiento, mi amigo preguntó a sus colegas de dónde eran. Los cuatro respondieron “de Chicago, señor” y él, antes de quedar inconsciente, les dijo en broma y cantando en susurros: “Querréis decir que sois de sweet home Chicago, que le gusta mucho cantar a Barack...”. Y quedó inconsciente.
Sweet home Chicago es una canción que hicieron famosos los Blues Brothers en su película de 1980, con Aretha Franklin y Ray Charles, ambos negros. Pero la canción no nació en Chicago en 1980, sino a principios del siglo pasado en Memphis (Tennessee). Un muy joven B.B. King la hizo famosa en 1949 y, cuando oyó la versión de Elvis Presley, dijo: “Elvis ha ganado mi respeto y el de todos los cantantes negros de soul, R&B, Gospel y R&R”. El hecho de que Elvis naciera paupérrimo en Tupelo (Mississippi), en una casa de una habitación, baño y cocina y que, desde los dos años, escuchara por las noches en su porche a negros cantando blues y gospel, y que los domingos fuera a la iglesia afroamericana de Tupelo para cantar en el coro (“yo era el único niño blanco”, recordó Elvis el 31 de julio de 1969, cuando volvió a los escenarios tras una década de películas en Hollywood). Elvis, del sur confederado, el sur racista, el de la esclavitud, el de las “leyes segregacionistas” de Jim Crow. Más que normas, eran costumbres de dos siglos de historia: la Casa Blanca la construyeron esclavos negros y el primer presidente de Estados Unidos, George Washington tuvo esclavos, como todos los presidentes hasta Lincoln, quien hizo la Proclamación de Emancipación y acabó con la esclavitud en el norte.
Pero la Guerra Civil (1861/1865) no acabó con el racismo. Los ricos tenían plantaciones y tenían que pagar salarios a los negros, ya libres pero sin derechos. Y los blancos pobres del sur, inmensa mayoría, se sentían mejor pensando que, por debajo de ellos, estaban los negros.
Es curioso, pero el sur siempre votó en masa a los demócratas hasta 1965, cuando el presidente Johnson (LBJ) aprobó la Civil Rights Act y acabó legalmente con el segregacionismo y las normas de racistas de Jim Crow. Desde entonces, el sur en masa se pasó al partido republicano de Richard Nixon y Ronald Reagan quien, a pesar de tener dudas morales y en contra del consejo del partido republicano, apoyó el régimen del Apartheid de Sudáfrica.
Hoy, en las cinco ramas de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos hay afroamericanos, latinos, blancos, asiáticos y, en los cinco cuerpos especiales también hay mujeres, tanto o más duras que los más duros hombres. El problema en el Ejército americano, hoy, no es la raza, sino el sexo, la aceptación del colectivo LGTB.
En una ocasión, George Bush vio en televisión a Oprah criticándole por ser racista. El presidente la invitó a la Casa Blanca, donde fue recibida por Colín Powell, general del Ejército de cuatro estrellas y exjefe de la junta de jefes del estado mayor; en aquel momento, secretario de Estado y por Condi Rice, national security advisor y, después, secretaria de estado. Oprah salió impresionada y contenta del Despacho Oval. Al día siguiente, dijo en televisión que se había equivocado con George Bush, porque no era un racista. El mismo presidente que, junto a su padre, Bush senior, ha publicado una carta en que critica los comentarios del presidente Trump sobre los sucesos de Charlottesville.
Esos afroamericanos tuvieron que luchar mucho para llegar alto. En el mundo del cine, Denzel Washington, Morgan Freeman y Samuel L Jackson siempre se han quejado de actitudes y comportamientos racistas hacia los negros en Hollywood. Recordemos que, en los últimos años, ha habido boicots a la ceremonia de entrega de los Oscar por parte de la comunidad afroamericana, por sentirse discriminada. Este año, una mujer negra, por fin, recibió el Oscar a la mejor actriz por Fence.
El racismo siempre ha estado presente en Estados Unidos. Durante la guerra de Vietnam, ricos y blancos se libraban de ir a Nam y eran negros pobres los que iban obligados. En marzo de 2008, un veterano de la guerra de Vietnam, el pastor Jeremiah Wright, el hombre que caso a Barack y Michelle Obama y bautizó a sus hijas, hizo unas muy polémicas declaraciones en que comparaba a la nación negra en América con la nación judía en la época de la esclavitud de Egipto. Según él, Estados Unidos mereció el 11S por todo el mal que hacia en el mundo y que ahora le había vuelto como un boomerang. Acabo diciendo: “Dios maldiga América”. Barack se vio obligado a enfrentarse a la cuestión del racismo. Y, en su famoso discurso de marzo de 2008, en Filadelfia, explicó los derechos humanos reconocidos en la Constitución americana de 1783 y apeló a una nación “que ni es ni de negros, ni blancos, republicanos, demócratas, del norte o del sur... somos una única nación, los Estados Unidos de América”.
Durante su presidencia, Obama, en más de 15 ocasiones, ha tenido que enfrentarse a las cámaras para consolar a la nación por crímenes fruto del odio o del racismo. En diciembre de 2012, Barack lloró recordando a las docenas de niños y profesores ametrallados en una escuela de Newton. Después, en las matanzas de Charlestón, Ohio, Baltimore, etc.
Pero Obama no incitó al odio sino que busco la reconciliación. Su mujer, Michelle, se enfadaba con él porque pensaba que no era duro con los racistas por falta de entendimiento: “Barack, cómo se ve que no eres descendiente de esclavos, como yo si soy”.
La respuesta de Obama a los sucesos de Charlottesville que se están extendiendo por todo el sur conforme monumentos confederados son retirados de las calles y supremacistas blancos se manifiestan como los nazis en Nuremberg, con antorchas, o como el KKK en los años 20, ha tenido mucho eco. Gentes que van contra negros, liberales, judíos, católicos y que, como los terroristas islamistas, conducen furgonetas contra multitudes de personas inocentes.
El tuit que se ha llevado más me gusta de la historia pertenece a Barack Obama, del 17 de agosto, con una cita del libro autobiográfico de Nelson Mandela y una foto de él en 2011, dando la mano a niños que están en lo que hoy es una escuela y, durante décadas, fue la celda de Mandela.
Barack nunca echó más leña al fuego. En cambio, el presidente Trump se está quemando a sí mismo. Jugar con el racismo, con la Guerra Civil y las heridas abiertas entre norte y sur es algo muy serio que, posiblemente, el presidente no ha contemplado. Cuando el martes 15 de agosto, frente a 200 periodistas, dio una rueda de prensa en que puso al mismo nivel a los racistas y a los no racistas (se suponía que iba a hablar de creación de empleo mediante su plan de infraestructuras), Trump se metió en un lío del que aún no se sabe cómo va a salir. Su jefe de gabinete, general John Kelly, marine, se llevaba las manos a la cabeza y, con él, todo el gabinete.
Durante ocho años se acusó a Barack de ser anti business. Pero todas las semanas cenaba con una docena de empresarios y directivos de las principales empresas americanas, especialmente tecnológicas. Trump creo el Strategic and Policy Forum y el Manufacturing Jobs Initiative. Los presidentes de Merck, Goldman Sachs, Wall-Mart, General Electric, 3M, Walt Disney, Intel, IBM, etc.: la nobleza del empresariado americano en torno al presidente. Pero su tibieza y falta de claridad a la hora de condenar el racismo y los racistas han hecho que esas docenas de empresarios dimitieran de esos consejos, emitiendo comunicados condenatorios del presidente. Trump, en cuestión de minutos, tuiteó que había decidido el cancelar los dos consejos.
Los sucesos de Charlottesville y la reacción de Trump pueden tener consecuencias imprevisibles. El partido republicano ha condenado a Trump y puede pagarlo caro en las elecciones legislativas de noviembre de 2018. Sin embargo, las bases conservadoras que apoyan a Trump, le apoyan hoy más que ayer y menos que mañana. Ojo a ese dato. A veces, sacando lo peor de cada uno, algunos se benefician y Trump es un jugador de apuestas. Seguramente piense que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Como quede la nación y sus ciudadanos, es harina de otro costal que pudiere ser, el presidente no ha pensado ni previsto. Pero que podría ser terrible para Estados Unidos.
Jorge Díaz-Cardiel es Socio Director Advice Strategic Consultants. Autor de El legado de Obama.