Cerrar Garoña no puede ser un argumento para cerrar el resto del parque nuclear
Los argumentos técnicos y políticos avalan el cierre; pero debe mantenerse una energía barata y segura
El Gobierno no ha esperado al 8 de agosto para denegar la autorización de reapertura de la central nuclear de Santa María de Garoña, en Burgos. Tanto las circunstancias técnicas como las políticas facilitaban la decisión del cierre definitivo, incluso a un Gobierno defensor convencido de la energía nuclear. La central estaba cerrada en la práctica desde hace cinco años cuando las empresas que la explotaban (Iberdrola y Endesa en la sociedad conjunta Nuclenor) decidieron hacerlo, y su peso específico en la estructura de generación energética en España era muy limitado cuando estaba a pleno rendimiento; además, de haber sido autorizado, en contra incluso de la opinión de las empresas, habría tenido que esperar dos años para producir y tras acometer las fuertes inversiones en seguridad que aconsejó el Consejo de Seguridad. Y el debate político abierto sobre la cuestión, tradicionalmente más ruidoso que juicioso cuando se trata de cuestiones con elevada dosis de ideología de por medio, aconsejaba también el cierre definitivo del reactor, pues todos los partidos, con la excepción del PP, habían pedido su clausura.
El Gobierno ha optado, por tanto, por la solución menos problemática, generando únicamente un problema puntual de ocupación en la plantilla de la central, para la que existe ya un plan de prejubilaciones y reempleo, sin tener en cuenta que el propio desmantelamiento mantiene ocupación una temporada muy prolongada. Pero debe quedar claro que este cierre no es el inicio de un proceso de liquidación de la generación nuclear, por mucho que Francia, adalid de este tipo de energía en Europa, lo haya iniciado, y que en todas las grandes economías europeas esté en retirada. España tiene un parque nuclear modesto, pero cuyo coste de inversión está prácticamente amortizado y aportará energía barata y segura hasta que los reactores agoten la vida útil de 60 años que el Consejo de Seguridad Nuclear ha avalado para Garoña. Entre tanto, los crecimientos de la demanda deben ser atendidos con energía verde, donde la tecnología sigue generando mejoras de eficiencia continua, y por la que existe preciable apetito inversor como muestran las últimas grandes subastas.