El G20 se hunde en la misma vía de parálisis que la OMC
La cita en Alemania ha marcado el final de una respuesta global a la crisis financiera El foro mundial se estanca en su agenda de apertura de los mercados
El G20 envejece rápido y mal. Y tras su undécima cumbre, en Hamburgo el 7 y 8 de julio, el foro de las grandes economías del planeta parece ya condenado a la misma parálisis e inacción que sufrió la Organización Mundial de Comercio (OMC) a partir de los grandes movimientos antiglobalización de principios de este siglo.
El declive del G20 incluso podría ser mucho más rápido porque cuenta con la oposición del presidente de EE UU, Donald Trump, y no dispone de estructuras estables como la OMC.
Si llegan a celebrarse las cumbres del G20 durante el resto del mandato de Trump (Argentina, Japón y Arabia Saudí) solo pueden aspirar a mantener la fachada de unas reuniones surgidas en 2008 y que una década después difícilmente puede acompasar la Francia de Macron con la Rusia de Putin, los EE UU de Trump con la UE del brexit o la dictadura comunista de China con la dictadura teocrática de Arabia Saudí.
“El mundo jamás ha estado tan dividido como ahora”, señaló el presidente francés, Emmanuel Macron, tras asistir en Hamburgo a su primera cumbre del G20. El diagnóstico del aspirante a liderar Europa suena, sin duda, exagerado. Pero descontando su tendencia a la hipérbole, el francés acierta al retratar un nuevo escenario mundial “en el que las fuerzas centrífugas nunca han sido tan poderosas”.
La reunión de Hamburgo, como reconoció la anfitriona y presidenta, Angela Merkel, solo ha servido para constatar la división del foro. “Siempre que no es posible lograr el consenso hay que dejar claras las diferencias”, señaló la canciller alemana sobre el choque de EE UU y el resto de líderes en relación al Acuerdo de París sobre cambio climático.
La escisión en política energética y medioambiental fue la más visible. Pero no la única ni, probablemente, la más grave. Las fuerzas centrífugas se hicieron sentir y se impusieron en otros ámbitos, muy en particular, en la agenda comercial y de inversión.
"Al menos se ha evitado la marcha atrás en muchos puntos"
“Al menos”, señaló Macron con cierto alivio, “se ha evitado la marcha atrás en muchos puntos”. La delegación estadounidense, sin embargo, salió de Hamburgo convencida de haber abierto paso a las tesis partidarias de una reorganización del proceso de globalización.
Y, en efecto, la Declaración del G20 a mediodía del sábado se aleja diametralmente de la pactada en la cumbre de Hangzhou (China) en septiembre del año pasado, la última con presencia de Barack Obama.
El G20 expresó en la cumbre china su “oposición a cualquier forma de proteccionismo en el comercio y la inversión”. Y se comprometió a congelar y desmantelar todas las medidas proteccionistas en 2018.
La Declaración de Hamburgo reitera la llamada a luchar contra el proteccionismo. Pero han desaparecido todos los detalles de esa lucha. Y, de manera muy significativa, ya no se concede a la OMC “un papel central” ni se aboga por “reforzar ese organismo”, como recogía en la declaración de Hangzhou.
En Hamburgo, a petición expresa de Trump, se reconoce, además, la legitimidad de ciertos instrumentos de defensa frente a prácticas comerciales anticompetitivas. Una vía que Washington se propone estrenar de manera unilateral y al margen de la OMC en el sector siderúrgico si China no pone fin a la exportación subsidiada de sus excedentes de acero, cifrados en 300 millones de toneladas al año, el doble de toda la producción de la UE.
La victoria simbólica de Trump no significa el fin del libre cambio al igual que las declaraciones anteriores del G20 no supusieron el final del proteccionismo. Al fin y al cabo, en 2016, antes del relevo en la Casa Blanca, los 10 países con más proteccionistas eran todos miembros del G20, según datos de la Comisión Europea. Y ese año se adoptaron un total de 36 barreras comerciales, 15 de ellas en miembros del G20, lo que elevó a 372 el número de impedimentos al libre comercio y la inversión, según la valoración de la CE.
Pero la presencia en la Casa Blanca de un proteccionista y la Declaración de Hamburgo entonando el mea culpa sobre la falta de ecuanimidad de la globalización darán alas a los países partidarios de levantar barreras y restará fuerza a las peticiones para derribarlas. Y cumbres como la del pasado fin de semana difícilmente podrán evitar la nueva deriva mundial.
Objetivo cumplido
El propio Macron parece distanciarse de un foro creado en una etapa con la que él pretende romper igual que Trump, aunque por diferentes razones y con diferentes objetivos.
“El G20 se creó hace una década para estabilizar el sistema financiero (...) Hoy es un foro en el que se constatan las divergencias debido a la pujanza de fuerzas autoritarias, de la incomprensión y de la imprevisibilidad”, señaló Macron, en clara alusión a los líderes de Rusia (Vladimir Putin), Turquía (Recep Tayyip Erdogan) o EE UU, entre otros.
Hamburgo es solo la undécima cita de unas cumbres nacidas en noviembre de 2008, tras la caída de Lehman Brothers y a propuesta del presidente francés, Nicolas Sarkozy.
El objetivo de Sarkozy, tan hiperbólico como el actual inquilino del Elíseo, era “refundar el capitalismo”, tarea aún pendiente. Pero el G20 logró evitar una gran depresión mundial, sobre todo, a partir de la reunión de Londres en 2009, la primera a la que asistió Obama.
Bajo el liderazgo del presidente de EE UU y del primer ministro británico, Gordon Brown, los líderes de unos países que representan el 85% del PIB mundial concertaron estímulos de hasta cuatro billones de dólares que calmaron los mercados.
En teoría, el G20 marcaba también el inicio de un nuevo orden económico tras la Gran Recesión. “El consenso de Washington se ha terminado”, afirmó Brown tras la reunión de Londres, dando por finiquitadas las recetas liberales del último medio siglo.
Pero el G20 evolucionó justamente en dirección contraria y, a pesar de su dudosa representatividad, recogió el testigo de la liberalización comercial perdido por la OMC tras las grandes manifestaciones antiglobalización en lugares como Seattle o Génova.
Tras la urgencia de la crisis, las reuniones del G20 pasaron en 2011 de semestrales a anuales. Y la reforma del sector financiero y la lucha contra los paraísos fiscales dejó paso a un énfasis a favor de la globalización bajo el marco de la OMC. Las manifestaciones en Hamburgo muestran que ahora, como el en el 2000, hay una parte de la opinión pública que se resiste a ese planteamiento. Y contra todo pronóstico, esta vez cuentan con el presidente de EE UU como aliado y enemigo. Una pinza que puede quebrar al G20.