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El Foco
Tribuna
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Incertidumbre en la banca europea

Las cicatrices de la crisis en los balances y las severas exigencias regulatorias provocarán más fusiones

Sede del BCE en Frankfurt (Alemania).
Sede del BCE en Frankfurt (Alemania).REUTERS
Joaquin Maudos

La crisis económica ha dejado una preocupante herencia en la banca europea en forma de activos improductivos. Y eso a pesar de haber destinado 470.000 millones de euros (3,2% del PIB) de dinero público para recapitalizar bancos. En el caso de los préstamos morosos, un reciente informe del BCE cuantifica la herencia a finales de 2015 en un billón de euros para los 130 mayores bancos de la euroárea, por lo que la cifra para el total obviamente es superior. En algunos países, la dudosidad sigue aumentando y se sitúa para la exposición total en septiembre de 2016 en niveles que llegan al 39% en Grecia y al 15% en Italia y Portugal. Solo en Italia se cuantifica en casi 360.000 millones de euros el importe de los préstamos dudosos.

A esta herencia hay que añadir los efectos colaterales de las medidas implementadas para hacer frente a la crisis: mayores exigencias regulatorias y un entorno de tipos de interés muy reducidos. La combinación de estos factores da como resultado un cóctel explosivo en forma de una rentabilidad sobre recursos propios (ROE) insuficiente para atraer al accionista. Así, los datos hasta septiembre de 2016 para la banca de la euroárea muestran una ROE del 5,1% frente a un coste de captar capital entre el 8% y el 10%. Con estas cifras, no es de extrañar que un elevado porcentaje de bancos europeos coticen muy por debajo de su valor en libros.

Uno de los factores que más lastran la rentabilidad bancaria son los reducidos tipos de interés, al que se une una pendiente muy plana de la curva de tipos, es decir, de la diferencia entre el tipo de interés a largo al que presta la banca y a corto al que se financia. Las medidas convencionales y no convencionales han arreglado la cuenta de resultados de muchos bancos al principio, pero conforme se perpetúan, los tipos tan reducidos dejan secuelas en un deprimido margen de intermediación. Máxime cuando se penaliza a los bancos por su exceso de liquidez (al 0,4%), medida que no ha sido eficaz para incentivar el préstamo teniendo en cuenta que ese exceso no para de crecer (ahora mismo está en un nuevo máximo histórico de casi 1,6 billones de euros).

La creciente exigencia de recursos propios y de activos con capacidad de absorber pérdidas es otro factor que lastra el beneficio bancario. Es tal la presión y la incertidumbre acerca del final de la ola regulatoria que el coste que impone en los bancos es excesivo. Es momento de poner fin a la presión y hacer un análisis coste-beneficio de las medidas. Por si fuera poco, ahora se añade la incertidumbre que ha creado Donald Trump, con declaraciones en contra de los acuerdos de Basilea III. En caso de no implementar esos acuerdos en la banca estadounidense, la banca europea estaría en clara desventaja a la hora de competir en los mercados internacionales. La entrada en vigor en 2018 de nuevas normas contables (NIIF 9) todavía añade más leña al fuego exigiendo, entre otras cosas, más provisiones.

Otro elemento que condiciona la evolución futura de la banca europea es el avance hacia la unión bancaria. El primer pilar está consolidado con un mecanismo único de supervisión en manos del BCE. Sobre el segundo (el mecanismo único de resolución y las nuevas reglas de rescate de bancos con problemas) hay dudas acerca de su implementación, ya que invocar en algunos países (como Italia, que mantiene un pulso con el BCE) la estabilidad financiera para sortear las reglas aprobadas hace perder credibilidad a la unión bancaria. Como dijo hace escasos días Peter Praet, miembro del comité ejecutivo del BCE, el sistema actual de rescates bancarios es asimétrico, porque la supervisión bancaria ya es europea, pero la factura en caso de quiebras bancarias sigue siendo en gran medida nacional. Y el necesario tercer pilar para que la unión sea estable (un fondo único de garantía de depósitos europeo) todavía no está asentado, con una propuesta de directiva que de momento es eso, una propuesta. Mientras la unión no se complete, el mercado bancario no será único.

Con tantos elementos de presión sobre el devenir futuro de la banca europea, el modelo de negocio va a cambiar y ya lo ha hecho para amoldarse al nuevo entorno. Como se analiza en un reciente trabajo publicado por Funcas en Cuadernos de Información Económica, el desapalancamiento del sector privado y la regulación han alterado la composición de los balances bancarios, tanto en el pasivo (con un peso creciente de los recursos propios) como en el activo (desincentivando las actividades más consumidoras de capital).

Así, de 2008 a 2016, ha aumentado casi 7 puntos porcentuales (pp) el peso de los depósitos en el balance para compensar en parte la pérdida de la financiación en los mercados de deuda. Estos cambios en el modelo de negocio también se materializan en variaciones en la estructura de ingresos: desde 2008 ha caído en casi 6 pp el peso relativo de los ingresos netos de intereses y aumentado casi 2 pp el peso de las comisiones.

La baja rentabilidad obliga a la banca europea a reducir costes, y para ello hay margen de maniobra. Aunque en la actualidad hay 1.572 bancos menos que en 2008, hay 5.002 instituciones de crédito en la euroárea, de las que 1.989 son alemanas, 818 italianas, 728 francesas y 362 españolas. En Alemania hay por tanto muchas entidades de tamaño muy reducido que pueden lastrar la reducida eficiencia de su sector bancario. Y en Italia, con el grave problema que existe con la multimillonaria cifra de activos problemáticos (junto con una baja rentabilidad, solvencia y eficiencia), la reestructuración está pendiente. En consecuencia, todo parece indicar que habrá fusiones en los próximos años, lo que permitirá reducir el tamaño de la capacidad instalada.

Además, hay terreno para que aumente la concentración del mercado bancario teniendo en cuenta que los niveles actuales en muchos países (entre ellos Alemania e Italia) están muy por debajo de los que se consideran preocupantes desde el punto de vista de la competencia.

En este complicado escenario, la banca española sale bien parada, porque ha hecho sus deberes en términos de capitalización, saneamiento y reestructuración. Pero a la vista de los últimos acontecimientos con Banco Popular, la crisis aún depara sorpresas desagradables, aunque esperemos que sean puntuales. En este caso, la historia viene de lejos, ya que Popular suspendió el test de estrés de 2012, aunque resolvió por su cuenta el problema. Pero tras tres ampliaciones de capital, la digestión del ladrillo no ha terminado (como demuestran los 3.580 millones de pérdidas de 2016), por lo que son necesarias más provisiones para limpiar los 35.675 millones de euros en activos problemáticos (de los que 16.074 son inmuebles), ya que el actual porcentaje de cobertura (46,2%) está por debajo de la media del sector. Me temo que la solución pasa primero por hacer caja con venta de activos y segundo, por su venta, ya que una cuarta ampliación de capital es misión imposible.

Joaquín Maudos es catedrático de Economía de la Universidad de Valencia, director adjunto del IVIE y colaborador del Cunef.

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