Mejor un mandato poco claro para el BCE
La dificultad de los Estados para llegar a acuerdos le obliga a garantizar estabilidad
Es mejor que el mandato del BCE siga estando poco claro. No es algo que normalmente se deba decir de un banco central, y contraviene el espíritu de los discursos pronunciados la semana pasada por Yves Merch y Peter Praet, dos de los seis miembros de su Consejo Ejecutivo, y el de un informe de Transparencia Internacional publicado el martes. Pero si los comprensibles intentos de reformar la institución tuvieran éxito, tendrían un inconveniente.
El informe y las reflexiones tienen como contexto el destacado papel del BCE en la crisis de la zona euro que estalló en 2010. Todos coinciden en que el mandato adecuado de la institución es la estabilidad de precios, supervisada por los miembros del Parlamento Europeo, democráticamente elegidos. Sin embargo, un segundo objetivo más difuso, el apoyo a las políticas económicas generales de la UE, apuntaló implícitamente toda clase de movimientos maquiavélicos durante la crisis. Por ejemplo, Irlanda tuvo que elegir entre un rescate o que sus bancos, mantenidos a flote por préstamos de emergencia sancionados por el BCE, fueran a a la quiebra.
Desde entonces, el BCE ha añadido la estabilidad financiera a su mandato mediante la regulación de los grandes bancos. Y también se ha vuelto más transparente mediante medidas como la divulgación de los motivos por los que suministra la llamada liquidez de emergencia. Transparencia Internacional desea que vaya más allá, por ejemplo aceptando no celebrar reuniones con representantes privados no registrados.
La idea es buena, pero podría llegar demasiado lejos. El BCE es diferente, incluso para ser un banco central. Representa los intereses de 19 Estados muy distintos que difícilmente pueden llegar a acuerdos que permitieran al BCE centrarse en los precios.
Si el BCE hiciera exactamente lo que recomienda TI, “reivindicarse” para no hacer el trabajo sucio de los políticos, podría significar la ruptura de la zona euro. Si los líderes del BCE fueran realmente solo tecnócratas imparciales, lo verían aceptable. Dado que no es el caso, deberían apreciar los grises.