El vértigo, entre el Gatopardo y Peter Pan
Josep-Francesc Valls, catedrático ESADE Business School
Da vértigo encadenar conceptos como los big data, las analíticas, los algoritmos, los robots y la inteligencia artificial, la automatización, la digitalización, la computarización, la ingeniería genética, o el low cost. Si confrontamos estos vocablos asociados a la innovación con los asuntos capitales de nuestro tiempo (como los puestos de trabajo, el estado del bienestar, la productividad, las desigualdades, las migraciones, las pensiones o la convivencia política) la enunciación de la retahíla se convierte en una carrera endiablada de bólidos hacia no se sabe dónde, y que produce inseguridad, angustia, y pánico.
Ante ello, los gobiernos se sienten incapaces. No saben cómo mantener los compromisos sociales adquiridos con los ciudadanos, de qué manera frenar la reducción de empleos consecuencia de la implantación de los robots, y qué esfuerzos deben realizar para acercar ricos y pobres, norte y sur. Es una sensación de fin de siglo o, mejor, de milenio, cuando hace apenas veinte años que lo hemos estrenado.
Existen dos posiciones. La primera, interpretar el futuro con visión innovadora, positiva y abierta. Y la segunda, negarlo, y frenarlo, al modo gatopardista de “cambiar todo para que nada cambie”. Entre las dos, muchos gobernantes se quedan con la última, con la involución. Lejos de esforzarse por interpretar el escenario contradictorio actual y descubrir las oportunidades del cambio, aparecen líderes populistas vocingleros (como Donald Trump, Marine Le Pen, Nigel Farage, Geert Wilders, Viktor Orbán o Jaroslaw Kaczynski, por citar unos ejemplos) que adoptan la visión del pasado, de la reacción, y el síndrome de Peter Pan. Se dejan apoderar del miedo y enarbolarlo ante los ciudadanos para mantener las viejas estructuras. Las involuciones fracasan porque las ideas, las mentalidades, las agendas, las compañías innovadoras y las agrupaciones progresistas avanzan.
Claro que genera inseguridad pensar en la destrucción de los puestos de trabajo por los robots, en la reducción del Estado del Bienestar o de las pensiones, pero algunos gobernantes sensatos ya estudian cómo introducir la renta mínima de inserción como colchón para los peor tratados por el cambio. Claro que provoca angustia contemplar el crecimiento de las desigualdades, pero ONG, organismos internacionales y algunos gobiernos no sólo no cierran fronteras y construyen muros, sino que amplían los programas de acogida. Claro que da pánico convivir con la degradación de la gestión política, pero muchos partidos trabajan para mejorar la transparencia y participación democrática, aprovechando las nuevas tecnologías o perfeccionando las habilidades de servicio.
De un lado, dos palancas, la creciente productividad y la innovación permanente. De otro, tres frenos, la inseguridad, la angustia, y el pánico que generan el nuevo escenario. Las primeras son lo suficientemente potentes como para que los gobiernos, los colectivos, las empresas, las familias y los ciudadanos afronten el futuro con esfuerzo y esperanza, reduciendo a la mínima expresión los tres frenos detrás de los cuales se parapetan los pusilánimes.