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Tribuna
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Gobernanza europea: de la necesidad, virtud

La llamada gobernanza económica europea está en un segundo plano ante la pérdida de credibilidad de la UE

Las recientes recesiones de la eurozona han demostrado la fragilidad de sus cimientos y han dado la razón a quienes alertaban de que no había seguido el deseable modelo de las zonas monetarias óptimas, según el cual las uniones monetarias deben construirse con países con ciclos económicos coincidentes, han de dotarse de un alto grado de coordinación de políticas económicas y deben establecer un sistema eficaz de orientación fiscal a nivel agregado, incluyendo la figura del prestamista de última instancia.

La crisis ha evidenciado los fallos en el diseño de la Unión Monetaria Europea. Las diferencias en los ciclos económicos provocaron divergencias internas, la ausencia de mecanismos eficaces de coordinación y supervisión de las políticas económicas, estructurales y fiscales propició el incumplimiento reiterado del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, y la inexistencia de un mecanismo financiero en el arranque de la eurozona nos llevó a los rescates in-extremis de cinco países entre 2010 y 2015. Si nos preguntamos por las razones de este error, deberíamos acudir a Jacques Delors, presidente de la CE cuando se firmó el Tratado de Maastricht, quien afirmó en 2011 que los jefes de Gobierno de los Estados miembros rechazaron su proyecto de poner en marcha un gobierno económico común que incluyera herramientas y mecanismos de cooperación económica y un mecanismo de ayuda sistemática a los Estados en dificultades.

Bien sabemos que, con la crisis encima, la respuesta común se encontró con las profundas discrepancias entre los diferentes actores implicados (Comisión, Estados, BCE, FMI) y que estas desavenencias provocaron que sus nefastas consecuencias perduraran más en el tiempo en la eurozona.

Sin embargo, también es cierto que esta respuesta ha llegado. Se ha dado en llamar la Gobernanza Económica Europea y se asienta en el denominado Semestre Europeo, que plantea la puesta en marcha de métodos de coordinación y supervisión ex ante para las políticas presupuestarias, macroeconómicas y estructurales de los Estados miembros. Desde el primer semestre de 2011, los países europeos deben asumir las orientaciones comunes del Estudio Prospectivo Anual sobre el Crecimiento que elabora la CE y deben incluirlas en sus Programas de Estabilidad o Convergencia y Programas Nacionales de Reforma que presentan a Bruselas en abril. Y, como marca también la secuencia del semestre, los países han de seguir las pautas contenidas en las Recomendaciones Específicas por país que, en materia fiscal y económica, les plantean las instituciones europeas en mayo y junio de cada año. Además, desde 2013, en octubre, los gobiernos de la eurozona deben presentar sus proyectos presupuestarios a la CE para que, en su caso, esta les alerte sobre eventuales desviaciones respecto a sus objetivos de déficit.

"La crisis ha evidenciado los fallos en el diseño de la Unión Monetaria Europea"

Otros avances relevantes en la Gobernanza Económica de la UE han sido la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad, convertido en el cortafuegos financiero permanente de apoyo a los Estados en dificultades, y la puesta en marcha de la Unión Bancaria, a través de los Mecanismos Únicos de Supervisión y de Resolución.

Y aunque no faltan instrumentos polémicos como el pacto fiscal, que fuerza aún más la disciplina presupuestaria en la eurozona, este boceto de Gobierno Económico europeo es un paso histórico que cuenta con una hoja de ruta para el futuro en el plan presentado en junio de 2015 por el llamado grupo de los cinco presidentes.

Pero, lamentablemente, esta gobernanza apenas está siendo valorada en su justa medida, probablemente porque otras cuestiones más alarmantes reclaman nuestra atención, cuestiones tales como la crisis de los refugiados, el brexit o la nueva administración norteamericana. La llamada Gobernanza Económica Europea está en un segundo plano ante la pérdida de credibilidad de la UE, la división de los países y el acoso de movimientos xenófobos y contrarios a la mayor integración europea. Y aunque en estos momentos a los europeístas nos cuesta encontrar argumentos a favor de la Unión, probablemente uno de ellos sea esta incipiente gobernanza económica común, que debería hacer posible una Europa más fuerte en el mundo.

Siempre es recomendable recordar voces lúcidas, como la de Emma Bonino, cuando dijo que “en Europa hay dos tipos de Estados, los pequeños y los que todavía no saben que lo son”. O la de Muñoz Molina, cuando afirmó que “una Europa unida tiene muchísimos más beneficiarios que defensores” y que es por ello que “la saña de nuestros enemigos debería ser un indicio del valor de todo aquello que disfrutamos sin apreciar”.

Beatriz Iñarritu es profesora de Deusto Business School.

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