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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

15 años de altibajos en economías y mercados

Europa sigue prefiriendo fijar la vista en Fráncfort en lugar de mirar al futuro

Thinkstock

La relación entre la adopción de la moneda única y la larga crisis económica que ha vivido Europa en los últimos años es una de esas cuestiones que muy probablemente solo podrán dilucidarse con mayor perspectiva histórica. La UE ha estado 8 de los 15 años transcurridos desde la llegada física del euro sumida en turbulencias económicas que han dejado serias cicatrices en la región. Aunque la peor parte de ese proceso ha quedado atrás, las economías europeas permanecen lastradas por un crecimiento débil alimentado y protegido por la política financiera expansiva del Banco Central Europeo (BCE). Desde 2008, año en que estalló la crisis, cuatro socios de la zona euro han tenido que ser rescatados con la ayuda de un FMI que no intervenía en la política económica europea desde hacía casi 40 años.

Medidas como el corralito, asociado en la mente de cualquier ciudadano comunitario a turbulencias propias de países pobres, se aplicaron entonces y se mantienen todavía en Chipre y Grecia. Las tasas de paro se han disparado y han relegado –es el caso de España– a buena parte de una generación juvenil al extrarradio del mercado laboral. La virulencia de la crisis de deuda soberana se ha hecho también sentir en las democracias; se llevó por delante Gobiernos incompetentes, pero elegidos en las urnas, y situó en su lugar a equipos de tecnócratas.

¿Toda esta debacle puede achacarse a la moneda única o esta ha sido solo una parte del problema? Hay factores objetivos difíciles de pasar por alto. La imposibilidad de utilizar mecanismos como las devaluaciones de moneda por parte de los distintos Estados miembros ha privado a las economías europeas de un clásico instrumento con el que hacer frente a las crisis, al menos a corto plazo. A ello se unen las deficiencias estructurales de la zona euro y sus débiles cimientos, que han agravado problemas que otros países con moneda propia, como Reino Unido o Estados Unidos, han podido resolver con mayor celeridad.

Pero el euro ha tenido también consecuencias positivas en la economía: la progresiva contención de la inflación –tras la severa subida de precios que provocó el redondeo del euro–, el abaratamiento de los tipos de interés y, por tanto, de los créditos, y la desaparición del riesgo del tipo de cambio, entre otros. La caída del precio del dinero tuvo al tiempo un efecto destructivo por su papel en el nacimiento y desarrollo de la burbuja inmobiliaria, un fenómeno que en España potenció considerablemente el efecto de la crisis y arrastró consigo a miles de empresas y familias, además de dañar los balances de los bancos.

Los mercados han vivido todos estos cambios con importantes altibajos. El crecimiento de la inversión que trajo consigo el abaratamiento del crédito propició que el Ibex 35 se revalorizara de 2003 a 2007 un 150%. Una fiesta que se cortó bruscamente con la llegada de la crisis económica y la tormenta de deuda soberana, que se hizo sentir en el selectivo, el cual llegó a caer en 2008 casi un 40%. Ocho años después, y gracias a la mano firme del BCE y a su empeño por sostener el euro más que a las reformas de unos Gobiernos que, salvo excepciones, siguen siendo rígidas, mercados y miembros del euro se han recuperado, pero no han dejado atrás una convalecencia que no parece tener un pronto final.

Tras un 2016 de elevada volatilidad, en el que han tenido mucho que decir acontecimientos geopolíticos como el brexit en Reino Unido o la victoria de Donald Trump en EE UU, el Ibex 35 se ha quedado en el entorno de los 9.400 puntos, más o menos los mismos niveles con los que cerró 2015, lastrado por la situación del sector bancario, que supone un tercio del selectivo. Pese a que las previsiones para el ejercicio que viene son optimistas, gracias a la mejora del horizonte macroeconómico, el repunte de los resultados empresariales y el flujo de los fondos hacia la liquidez, la eurozona tiene todavía ante sí una batería de riesgos que pueden pesar en las decisiones de los inversores y en la propia recuperación. Las elecciones en Francia, Holanda y Alemania marcarán la agenda, pero también las rigideces estructurales que siguen aquejando a las economías comunitarias. Europa sigue prefiriendo fijar la vista en Fráncfort en lugar de mirar al futuro.

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