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Escapadas

Atalayas y castros en el páramo castellano

Peña Amaya, en Las Loras, vigila la llanura burgalesa, un paisaje que parece un mar, repleto de leyendas.

Colegiata de Santa María la Real, en Sasamón.
Colegiata de Santa María la Real, en Sasamón.

Páramos y cultivos de cereales dominan el paisaje del occidente de la provincia de Burgos. Un relieve suave donde solo Peña Amaya, una atalaya que se yergue altiva con sus 1.377 metros, rompe la línea del horizonte.

La zona más abrupta de este territorio se encuentra al norte. Es la que forman Las Loras, mesetas calizas de forma alargada y alineadas de este a oeste, separadas entre sí por valles encajonados, Peña Amaya y los espectaculares cañones esculpidos por los ríos Ebro y Rudrón, que marcan la frontera con Palencia, Cantabria y Las Merindades.

Contemplada desde la distancia, Peña Amaya aparece como un inmenso casco de navío varado entre los trigales de la llanura que dibuja el final de la meseta castellana. A pesar de que su relieve es el más llamativo de toda esta comarca burgalesa y de que en su entorno habita una gran comunidad de aves rapaces, su singularidad radica en su historia.

Subir a Peña Amaya es transportarse a un pasado muy lejano, es conocer que fue una fortificación, un punto estratégico, hace ya más de 3.000 años. Aquí han sido localizados castros cántabros del final de la Edad del Bronce y la primera Edad del Hierro y hay testimonios documentados de su ocupación hasta bien entrada la Edad Media.

Peña Amaya domina el horizonte.
Peña Amaya domina el horizonte.

Y es que estas tierras han sido frontera, encrucijada y punto de encuentro entre diversos pueblos que han habitado y transitado por ellas: cántabros, romanos, visigodos, árabes y cristianos. Hoy reina la tranquilidad, su densidad de población apenas alcanza los cinco habitantes por kilómetro cuadrado.

Poco queda de la intensa actividad económica procedente del comercio de la lana de otros tiempos, aunque sí ha dejado huella en la riqueza de su patrimonio: monumentos megalíticos, iglesias románicas que nos llevan a los inicios del segundo milenio, templos góticos y renacentistas, castillos y torres defensivas, pueblos que conservan su trazado medieval, palacios y casonas señoriales, puentes y calzadas utilizados por gentes de paso y peregrinos… Y en medio de todo este legado resalta el Camino de Santiago.

La ruta jacobea atraviesa Burgos de este a oeste, enlazando la ciudad de Burgos con la provincia de Palencia. Y Castrojeriz es el más importante hito de este tramo del camino. Esta villa es de origen incierto, aunque al parecer este podría encontrarse en el castillo ubicado en lo alto del cerro que domina el pueblo, al que los del lugar llaman castro, y donde se han hallado cerámicas pintadas de época prerromana. La estratégica loma encierra en su subsuelo, cargado de enigmas e historia, los vestigios de los pueblos que a lo largo de los siglos han ocupado la meseta castellana.

Vigilada por el castillo, la calle Real recorre el centro urbano medieval de este a oeste, atraviesa la plaza Mayor porticada y rodea los muros de las iglesias de Nuestra Señora del Manzano, con un estilo de transición entre el románico y el gótico, y de Santo Domingo, donde se ha instalado un centro de interpretación del peregrino, Iacobeus, un homenaje a quienes durante siglos han hecho esta ruta y han favorecido el intercambio cultural.

Estatua en homenaje a los peregrinos, en Castrojeriz.
Estatua en homenaje a los peregrinos, en Castrojeriz.

La exhibición, muy didáctica, parte de las motivaciones que han movido a millones de personas a hacer la ruta jacobea, pasando por las enfermedades que encontraban cura en el camino o los mitos y leyendas forjados durante siglos.

En los alrededores de Castrojeriz, que hoy no supera los 800 habitantes, se puede disfrutar, en bici o caminando, de agradables paseos entre paisajes regados por el río Odra y afluentes.

Dejando a un lado la ruta jacobea, que se adentra en Palencia, a 18 kilómetros en dirección norte, aparece Sasamón, que fue uno de los epicentros del periodo de la Reconquista y germen del reino de Castilla.

La colegiata de Santa María la Real, de impresionante porte, acoge un centro de interpretación, Medievum, que nos sumerge en la vida cotidiana de la Edad Media. El arco de San Miguel, la Cruz del Humilladero, murallas y casas solariegas blasonadas dan fe del rico pasado de esta villa.

Y como si de un espejismo se tratara, desviándonos hacia el este llegamos a Melgar de Fernamental, donde es posible embarcarse en uno de los tramos navegables del Canal de Castilla.

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