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Tribuna
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Freud y Mozart para todos

La adorable y pacífica república austriaca ha elegido finalmente su presidente: Alexander van der Bellen, candidato de los verdes que tan solo ha ganado por 31.000 votos frente al populista Hofer, personificación de la ultraderecha, el ultranacionalismo y el euroescepticismo. Una mitad de los austriacos se ha decidido por los verdes y la otra mitad por la ultraderecha. Voto de castigo a los tradicionales socialistas y democristianos; no, mucho más: miedo.

Llevo 10 años residiendo en Austria, calidad de vida elevada, seguridad en las ciudades (que durante la campaña electoral se ha puesto fuertemente en duda), seguridad social envidiable, red de transporte público ejemplar, incluso los ciclistas estamos en condiciones de auténticos mimados, en definitiva, uno de los miembros más ricos de la Unión Europa (puesto 7 en PIB por cabeza; frente al puesto 15 de España). Entonces, con estas condiciones tan favorables, ¿por qué un cambio radical hacia una de las derechas más extremas de Europa?

La decisión austriaca es una mezcla de su pasado más oscuro (Kurt Waldheim y la ocupación nazi) y del ferviente debate europeo sobre el flujo de inmigrantes. Austria recibió casi 90.000 peticiones de asilo en 2015, lo que representa un 1,02% de la población del país. Para que nos situemos: las peticiones de asilo en España durante 2015 ascendieron a 15.000, un 0,032% de la población. Desde 2002 se han más que duplicado las peticiones de asilo en Austria y eso da miedo a muchos austriacos, que ven su paraíso en los Alpes amenazado por la invasión de extranjeros.

El miedo ha ganado en Austria y la personificación del combatiente del miedo es el aumento de los votantes de Norbert Hofer. Las soluciones que propone la extrema derecha son claras: cerrar las fronteras, no solo hacia las bellas montañas austriacas, sino a toda Europa. Por eso son las elecciones austriacas presidenciales interesantes (y quizás una profecía) para el resto de Europa; la ultraderecha se sitúa por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial en el centro de unos comicios presidenciales, inicio de un peligroso punto de inflexión en el mapa político europeo. Los austriacos pueden ser la fiesta de iniciación, el primer chupinazo, para la carrera de la –peligrosa, la historia lo ha demostrado– política ultranacionalista europea. ¿Es posible extrapolar la situación austriaca al resto de Estados miembros de la UE? No solo es posible, es necesario para prevenir –o hacer frente– a la catástrofe extremista que podría infectar como un virus al resto de Estados miembros.

¿Y cómo se combate el miedo? Los austriacos dirían que con una buena dosis de terapia del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (cuidado, judío). Y menciono lo de judío porque hay una curiosa –pero necesaria– ley en Austria. En aquellos edificios en los que residían judíos que fueron deportados se pone una placa conmemorativa con sus nombres y los años de deportación; curiosamente, la placa no se pega en el edificio sino en el suelo frente a este. Los propietarios de los inmuebles se niegan a dichas placas porque el vandalismo hacia las mismas incrementa sus costes de mantenimiento. Volviendo al inicio, ¿cómo se combate el miedo a los extranjeros que amenazan al oasis austriaco? ¿Con rebeldía política? ¿Con iniciativas sociales? Tiempos de cambios radicales esperan a Europa. España ya ha iniciado el camino, como consecuencia, nuevas elecciones.

¿Qué futuro le espera a la república del Danubio azul? Una sociedad dividida de forma extrema entre el respeto y bienvenida a los extranjeros y el acecho y prohibición de los mismos. Mis amigos estadísticos dirían que Austria es solo un muestreo que nos señala el camino que la Europa grande seguirá.

Estoy sentado en uno de los locales típicos de la ultraderecha austriaca donde la cerveza nacional es la bebida obligatoria. Hay consternación y, perdón, cabreo por la derrota de su candidato y la victoria de un verde. Se habla de conspiraciones internacionales y de estafa en el recuento de los votos. Me preguntan de dónde provengo: de España, respondo. Ningún problema, me dicen, incluso me invitan a una cerveza de resignación. Como en toda Europa, también en Austria, se dividen los extranjeros en dos categorías, yo estoy en la categoría de bienvenidos.

El Réquiem de Mozart resuena hoy en la mitad de los hogares austriacos. Para unos, es una música de relajación que invita a pensar sobre el futuro; para otros, es una pieza artística que nos ayuda a olvidar una era. ¿Quiénes son los siguientes en disfrutar el Réquiem de Mozart en Europa? Quizás Francia, Alemania, Suecia, Noruega, Dinamarca, Polonia, Eslovaquia, mucho público para tan noble pieza. Con perdón, me obligan a seguir brindando por el 50% alcanzado por la ultraderecha, al extranjero no le queda más que adaptarse. ¡Salud, desde Austria!

Pablo Peyrolón es economista y neurocientífico. Residente en Austria.

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