Las cosas no van bien
No, no pretendo deprimirles. Pero sí creo que hay que llamar las cosas por su nombre. Y en estos momentos la calificación más adecuada para el escenario económico/social/político actual es, precisamente, que las cosas no van bien. Naturalmente, es mi opinión.
¿Qué por qué les digo esto ahora? La idea me ha surgido en una reciente reunión de economistas. Escuchaba atentamente la introducción de dos compañeros de profesión afirmando que la situación económica no justificaba el fuerte deterioro de los mercados financieros a principios de año. Defendían que, dentro de lo que cabe, un ritmo de crecimiento mundial del 2.7% era positivo. Al final, que poco a poco se seguía avanzando.
Ya, avanzando. Pero, ¿hacia dónde? De hecho, uno de mis contertulios incluso consideraba que los bancos centrales estaban sobreactuando. Sí, mejor comenzar ya a dar marcha atrás en las medidas expansivas extremas ante un escenario, económico, que no era tan malo. En definitiva, que le estábamos dando medicina a un enfermo que ya no lo era tanto.
Seguro que muchos de ustedes estarán de acuerdo con la posición anterior. Algunos, aunque no compartan que el escenario sea tan positivo (o al menos no es tan negativo), se inclinarán también por un menor protagonismo de los bancos centrales. Mejor no crear nuevos riesgos a medio y largo plazo, aunque tengamos que pagar por ello con algo más de inestabilidad en los mercados a corto. Y es más: considerarán que, al final, las economías son ahora más resistentes de lo que tememos. Algo de esto nos dijo recientemente el FMI al considerar la evolución de las economías emergentes bajo la fuerte inestabilidad financiera de los últimos meses. Dicho esto, el FMI sigue alertando sobre los problemas de fondo de estas economías como potenciales focos de debilidad a nivel internacional. Problemas estructurales de crecimiento que, en cualquier momento, pueden volver a aflorar.
Ahora, extrapolen la conclusión anterior a nivel mundial: hay problemas estructurales de crecimiento que muchos niegan. O simplemente minimizan. Incluso en economías que en este momento constituyen para muchos el ejemplo a seguir. Me refiero a las anglosajonas, comenzando por la propia economía norteamericana. Por ejemplo, ¿por qué su crecimiento potencial es ahora apenas superior al 1.4%? Bajo stock de capital, factores demográficos y reducida productividad marginal. Ya sé que llevamos meses y hasta años hablando de la existencia de estas tres problemas de fondo en las economías desarrolladas, de forma que nos hemos acostumbrado a ellos. Es la nueva normalidad económica, una de las muchas que ahora tratamos de asumir tras debatir sobre ello sin obtener conclusiones viables. Así, mientras la economía crezca por encima del ritmo de crecimiento potencial (una tasa cada vez más baja) todo va bien. Pero no va bien. Y pensemos de nuevo que estamos hablando de economías que, en teoría, asumirían el papel de motor de crecimiento mundial. Pura teoría.
Pero cuando pensamos en el medio y largo plazo sin duda nos encontramos a viejos conocidos como el exceso de deuda y su sostenibilidad. Sí, ya sé que me dirán que eso solo es cuestionable en países concretos. Como el debate que ya parece eterno entre los acreedores europeos y el FMI sobre la sostenibilidad de la deuda griega. Pero es un debate que podría extenderse a otros muchos países si las condiciones financieras se deteriorasen. ¿Entienden ahora la razón de que los bancos centrales estén interviniendo de forma masiva y probablemente a largo plazo en los mercados financieros? Dando tiempo a que los problemas de solucionen. A que las autoridades no monetarias encuentren la respuesta al bajo crecimiento potencial.
Hay problemasestructurales de crecimiento que muchos niegan.O simplemente minimizan.
Al final, generando las condiciones monetarias propicias para un repunte de la inflación que nos facilite la reducción de la deuda. Pero, como saben, todo esto no es nada fácil.
Quizás he simplificado en exceso para mostrarles que las cosas no van nada bien. Naturalmente, si indagamos un poco más podríamos incluso verlo de forma más complicada. Así, me he dejado en el tintero cuestiones sobre los excesos y problemas de modelo de crecimiento en muchas economías emergentes. No les he hablado de la existencia de un contexto político, a nivel internacional, cada vez más complejo y de difícil gobernabilidad. Tampoco les he hablado de la posibilidad de objetivos oficiales contradictorios sobre la banca mundial: regulación, consolidación y creciente competencia no bancaria. Todo ello, naturalmente, mientras la presionamos para que aumente la financiación del sector privado. Y del público. Al final, también he obviado el problema de la inmigración. O de la tensión geopolítica que en buena parte es su origen.
¿Entienden ahora mi incredulidad cuando escucho que todo está mejorando? Incluso cuando me oponen que todo no va tan mal. Yo por mi parte les respondo que negar el problema hace bien poco para encontrar sus soluciones. ¿Otro ejemplo? Las críticas cada vez más frecuentes sobre la gestión de la política monetaria, mientras obviamos las peticiones de los mismos bancos centrales para que otro tipo de políticas, fiscales y estructurales, tomen el relevo. En la propia zona Euro se asumen las desviaciones del déficit, sin reparar que estamos lejos de haber conseguido la integración fiscal. Y hasta la financiera. En definitiva, hemos avanzado lo suficiente para minimizar los problemas mientras haya crecimiento. Pero, ¿qué puede pasar en un futuro de menor crecimiento? No, no me atrevo a hablar del riesgo de recesión.
En los mercados financieros hay una regla que, lamentablemente, casi siempre se cumple: las crisis ocurren precisamente porque no se esperan. O porque no se piensa en ellas. Me inquieta que esta percepción, negar lo evidente, se esté convirtiendo en dominante en estos momento. No es extraño que los agentes económicos vean el futuro con incertidumbre.
José Luis Martínez Campuzano es Estratega de Citi en España