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El Foco
Tribuna
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El impacto del terror no es transitorio

Santiago Carbó Valverde

El impacto social del terrorismo es, por desgracia, bien conocido en países como España. Lo que ha sucedido en Bruselas –y anteriormente en París y otras ciudades europeas- son nuevas formas de ataque, con difícil anticipación y un mismo fondo de cobardía. Circunstancias que se llevan vidas y dejan terribles secuelas en muchas familias. Desde el punto de vista del impacto económico, los efectos tampoco son transitorios. Las interpretaciones parecen, a veces, algo ligeras. En parte, porque estamos inducidos a opinar mediante la observación de los índices bursátiles del día, cuando la realidad de las consecuencias de estos hechos en la economía es, probablemente, mucho más profunda. Precisamente, que las bolsas no hayan reaccionado de forma significativa a estos hechos tiene una explicación más siniestra y dura: se trataba de un acontecimiento bastante esperable, casi anticipado.

Santiago Carbó Valverde, Bangor University, Funcas y CUNEF
Santiago Carbó Valverde, Bangor University, Funcas y CUNEF

Las cuestiones relativas a la seguridad en Bélgica, los avisos y temores por parte de las autoridades y el resto de circunstancias policiales que están siendo cubiertas ampliamente por los medios, indujeron a los inversores a pensar que un nuevo atentado en Europa –y, en particular, en Bélgica- era previsible. Esto no es motivo de consuelo, sino todo lo contrario. De hecho, se está configurando uno de los escenarios más temidos en el contexto de intento de superación de la crisis: aquel en el que los riesgos geopolíticos encabezan la lista de preocupaciones y en el que estos riesgos son, además, de una alta probabilidad de ocurrencia. De algún modo, todo cambió con el 11-S en Estados Unidos. Lo hasta entonces impensable se hizo parte de la realidad diaria. Y la propia reacción a aquellos ataques también tuvo sus implicaciones financieras de largo plazo. Así, por ejemplo, muchos análisis sugieren que la política monetaria se hizo particularmente laxa tras el 11-S para tratar de animar las expectativas y que fue entonces cuando se inició el camino hacia la actual era de tipos de interés históricamente reducidos e, incluso, nulos.

Con la desgraciada experiencia de años de terrorismo yihadista conocemos algunas regularidades empíricas, como que los mercados suelen reaccionar a corto plazo (tanto menos cuanto más anticipado es el ataque) pero luego vuelven a su cauce. Pero la pregunta es a qué cauce. El temor a que estemos entrando en una era de prolongada moderación –un eufemismo del estancamiento secular- se ve reforzado por la incertidumbre geopolítica creciente. Otra regularidad es que cada vez que se produce un ataque, algunos activos como el oro se revalorizan de forma inmediata –con importantes movimientos especulativos- y luego vuelven también a su senda, como se está volviendo a comprobar. También es un fenómeno habitual que sectores como las compañías aéreas y otros medios de transporte, los operadores turísticos o las cadenas hoteleras, sufran sus propios reveses. De hecho, hay zonas como Túnez, Egipto o, más recientemente, Turquía que sufren dramáticas caídas del turismo de las que se benefician otros países del arco mediterráneo, entre los que figura España. Pero este riesgo es para todos y los inversores con conscientes de ello.

Opinamos mediante lo que vemos en los índices bursátiles del día cuando la realidad es mucho más profunda

Sí que hay efectos de largo plazo y se manifiestan no sólo en la retracción de la inversión en determinados sectores sino en el propio impulso del consumidor. Tras los atentados en París, por ejemplo, se ha observado cierta evidencia anecdótica de retracción a realizar compras en grandes almacenes en momentos de cierta concurrencia (como fines de semana) en urbes como Londres. Las crecientes y necesarias medidas de seguridad y la presencia policial inducen de forma cuasi-natural a ello.

Todo cambió con el 11S de EEUU. Lo hasta entonces impensable se hizo parte de la realidad diaria

En los mercados financieros, el terrorismo influye negativamente en el apetito por el riesgo y prolonga la situación extraña e inusitada de bajas rentabilidades y tipos de interés negativos.

Pero tal vez una de las consecuencias económicas más nefastas es la que liga el terrorismo con los movimientos migratorios. La forma en que Europa está lidiando con la crisis migratoria es suficientemente vergonzosa desde el punto de vista social como para que, además, se vea utilizada por movimientos políticos que pretenden levantar fronteras y que alientan el odio. Si hace unos años era impensable oír hablar de suprimir Schengen, hoy es una posibilidad encima de la mesa. Así, por ejemplo, los que alientan el Brexit en Reino Unido sugieren que con más control de la migración, los problemas de terrorismo se circunscribirán al resto de Europa. Un gran error y una gran mentira. Si el terrorismo se convierte en una excusa para dividir, habrá ganado parte de la batalla y, además, se habrá llevado una parte de la economía europea de por medio. Los populismos en Estados Unidos y Europa se alimentan de estos desgraciados hechos y su éxito sería la desgracia de todos.

Si el terrorismo se convierte en una excusa para dividir, se habrá llevado parte de la economía europea

Se impone la cooperación, en la medida en que ya se hace, de hecho, en algunas facetas. Cortar la financiación del terrorismo mediante la coordinación internacional, donde se han hecho ya progresos, es una dimensión importante, aunque desde luego no la única, porque este problema trasciende con creces lo económico.

Parece que el mundo se sigue adentrando en la era de lo impensable. Se otorgan probabilidades elevadas a hechos que hace no tanto tiempo nos hubieran parecido absurdos. Son circunstancias que influyen en esa sensación de que los mercados no tienen un rumbo definido y de que puede que necesitemos nuevos paradigmas para afrontar los años venideros.

Santiago Carbó Valverde es profesor en Bangor University, Funcas y CUNEF

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