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El trago más amargo de Draghi

Tarde o temprano, el Banco Central Europeo tenía que enfrentarse al dilema de haberse convertido en juez y parte del sector financiero. Por desgracia para Mario Draghi, la primer prueba de fuego ha llegado en su país de origen, Italia, donde la critica situación de varios bancos empieza a disparar las alarmas en Bruselas y algunos se preguntan cuál será la reacción del presidente del BCE.

El BCE asumió en noviembre de 2014 la vigilancia de los 129 principales bancos de la zona euro a través del Mecanismo Ünico de Supervisión. Y aunque el emisor se ha cuidado de establecer una serie de reglas para que la convivencia con esa función no genere conflictos de interés, lo cierto es que las líneas de demarcación a ojos de la opinión pública pueden borrarse en caso de crisis.

Esa tesitura ya ha llegado con el reciente batacazo de la banca italiana y los diversos intentos de Roma de capear la crisis sin dar demasiadas explicaciones a la zona euro.

La inquietud en Bruselas es evidente ante las dificultades de un país donde los préstámos fallidos han crecido un 20% al año desde 2008 y superan los 330.000 millones de euros. Pero, en principio, la reacción europea, si fuera necesaria, corresponde al MUS como encargado de activar los planes de contingencia.

La situación no puede ser cómoda para Draghi, que además de compatriota de los bancos en dificultades fue su autoridad nacional como gobernador del Banco de Italia.

Hoy mismo, Draghi ha echado un capote a los bancos de su país al asegurar en rueda de prensa, tras haber consultado con la presidenta del SSM, que el supervisor no va a pedir nuevas provisiones a ninguna entidad.

Draghi ha añadido que la investigación puesta en marcha por el supervisor sobre los préstamos fallidos no atañe sólo a Italia sino también a otros países y sólo pretende, según el italiano, establecer cuáles son las mejores prácticas para extraer la lección adecuada.

El presidente del BCE incluso ha ido más allá y ha defendido abiertamente a la banca italiana, asegurando que el nivel de provisiones es igual a la media de la zona euro y que cuenta con abundantes avales y colaterales.

A más de uno, las palabras de Draghi le habrán recordado la cerrada defensa que, entre 2008 y 2012, muchos supervisores nacionales hacían de sus propios bancos antes del inevitable derrumbe. Ese síndrome de Estocolmo del supervisor tal vez sea inevitable, porque la intervención de un banco es una decisión de gran calado y de graves consecuencias económicas, sociales y políticas.

Pero a raíz de la crisis, la autoridad de supervisión y resolución se ha transferido a órganos supranacionales para evitar, precisamente, que el estrechó vínculo entre vigilantes y vigilados propicie catástrofes aún mayores.

Desde el 1 de enero, además, con la puesta en marcha del Mecanismo Único de Resolución (MUR) en Bruselas, el BCE tiene también alguien que le vigila. Para evitar que el supervisor se contente con esperar a ver si escampa, el sistema europeo contempla la posibilidad de que el propio MUR active el botón de alarma si detecta una flagrante y peligrosa pasividad en Fráncfort.

Parece muy poco probable que eso vaya a ocurrir, porque el BCE acaba de estrenar sus poderes de supervisión y una intervención del MUR (dirigido por la alemana Elke König) supondría una tremenda desautorización para Draghi. Pero eso no evitará al italiano el amargo trago de de tener que vigilar muy de cerca a la banca de su país e intervenir, llegado el caso, para que nadie le pueda reprochar nada.

Foto: Sucursal de la Banca Monte Dei Paschi en L'Aquila, cerrada desde el terremoto de 2009 (B. dM., 16-8-2015).

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