Necesitamos de la banca y del ‘shadow banking’
Conozco muchas empresas que empezaron su actividad gracias a la financiación proporcionada por la familia, amigos y algún loco (las conocidas 3F que dicen en América: family, friends and fools). Es, probablemente, la actividad financiera más antigua del mundo. En realidad no es nada nuevo, aunque hoy en día, y como casi siempre en finanzas, lo hayamos olvidado. A finales del siglo XIX, había muchas empresas de financiación triple F en el sector de la fabricación de cola, aunque hoy solo conocemos a Pepsi Cola y Coca Cola. Lo mismo pasaba en esa época con los fabricantes de coches y aviones. ¿Qué les paso a los que invirtieron en las empresas que hoy no conocemos? Que lo perdieron todo. Ese es uno de los riesgos del mercado de capitales.
Más cercano a nuestro tiempo, en este caso a finales del siglo XX, vimos el mismo fenómeno con la fiebre de las puntocom, donde no sólo había triple F, sino que también existían compañías que actuaban de intermediarias entre los emprendedores y los inversionistas (recuerdo que había tanta oferta de empresas, que al emprendedor le dejaban exponer su proyecto durante solo un minuto para convencer a los posibles inversionistas para que le financiaran). Las familias, en general con absoluto desconocimiento, ponían sus ahorros en los mercados de valores con entusiasmo, comprando acciones de cada compañía nueva que salía a cotizar a Bolsa (¿se acuerdan de Terra?). Así, se llegó a comprar compañías con más de 400 de PER (ratio precio-beneficio) y claro, llegó la catástrofe. Es cierto que, como en el caso de las compañías de cola del siglo XIX, ahora nos quedó Google, Facebook y alguna más, pero… ¿Qué les paso a los que invirtieron en las que hoy no recordamos? Que lo perdieron todo y pronto volvimos a olvidarnos de los millones de pérdidas que arrastraron las puntocom.
Aún sufrimos las consecuencias de la llamada crisis de las subprime. La mayoría de la gente piensa que aquello ocurrió por la ambición desmedida de los bancos, lo cual es cierto, pero además, la realidad indica que hubo otros actores tan o más dañinos que la banca y que, sin ser entidades financieras, se aprovecharon del sistema para realizar gran parte de las actividades que nos llevaron a la crisis de hoy día. Es lo que ahora llamamos banca en la sombra o shadow banking.
Al igual que hace ya unos años aprendimos nuevas palabras como móvil, tablet, e-mail , internet, etc, ahora estamos empezando a familiarizarnos con otro tipo de palabras derivadas de la tecnología, asociadas al mundo financiero. Algunas son más conocidas: capital riesgo, capital semilla, hedge fund… Otras empiezan a sonar más novedosas para el gran público: fintech, plataformas de financiación alternativa (crowdfunding), microfinazas, business angels…, es decir, diferentes formas alternativas de financiación, donde la triple F sigue presente. Muchos definiríamos este conjunto de actividades como shadow banking (banca en la sombra).
No confundamos en todo caso, el vago nombre de banca en la sombra, con ilegalidad. Todos estos servicios, en principio, son claros y trasparentes. El problema es que juegan, como pasó en 2008, con normas mucho menos estrictas que la banca tradicional que conocemos, permitiéndoles ser mucho más competitivos y eficientes, en costes, márgenes y estructura.
Nadie duda de la importancia de estas empresas en la canalización del capital entre los diferentes proveedores de fondos y los utilizadores de los mismos. Sin embargo, no parece posible seguir manteniendo la distancia, tanto regulatoria como de control, existente entre la banca tradicional muy exigida en capital, reporting, supervisión, protección de datos... y el sector, sea en la forma que sea, de shadow banking, nada o poco regulado.
Si algo deberíamos haber aprendido en Europa, especialmente en esta crisis, a diferencia de otras, es que por muchas razones de tecnología, globalización real etc., es que las consecuencias derivadas de un crack financiero suponen un sufrimiento para toda la sociedad, sin excepción de sectores. Nunca antes había existido ese efecto tan global y devastador. Por otro lado, vemos, sabemos, que las diferentes formas de contacto entre proveedores y usuarios de capital no van a desaparecer, porque ni las necesidades ni la inventiva empresarial se agotan, sólo estamos cambiando la forma de hacerlo, con nuevas tecnologías, sin variar el problema. Es decir, necesitamos de la banca y del shadow banking. Jonathan Hill, director de la Comisión de Servicios Financieros de la UE, ha propuesto en 2015 (el documento sigue accesible en la página de la Comisión) la creación de la Unión del Mercado de Capitales Europeo, cuyo período de recogida de opiniones ha terminado hace menos de un mes tras la publicación del libro verde correspondiente. La idea, muy diferente de la Unión Bancaria, se basa en:
1.- Una mejor y más eficiente canalización del ahorro europeo.
2.- Mejor diversificación real de la financiación a todos los sectores de la economía.
3.- Reducción de coste de acceso y de capital a la financiación para las pyme.
4.- Permitir a las pyme el acceso al capital con la misma facilidad y canales alternativos que las grandes empresas.
5.- Código normativo único y protección eficaz para los consumidores e inversores.
Es decir, en la práctica, unificar en un solo conjunto la banca tradicional y el shadow banking.
Sinceramente, es una gran idea. No es nueva, porque este tipo de actividad ya existe en EE UU y Suiza principalmente, pero sí es novedosa respecto a lo que implica que la UE no se quede retrasada y con falta de recursos para competir con esas otras áreas geográficas. Desafortunadamente sí surgen grandes preguntas basadas en la historia que generan grandes dudas respecto al buen futuro de la iniciativa. Por ejemplo:
1.- ¿Convergerán las diferentes exigencias regulatorias de la banca y el shadow banking hacia un código normativo único? Es decir, ¿está la UE dispuesta a aflojar las exigencias impuestas a la banca e incrementarlas en el resto? Lamentablemente yo creería que no.
2.- La razón última de la regulación bancaria se basa en que ésta capta depósitos de terceros, pero la pregunta sería ¿de verdad el shadow banking quiere captar depósitos o sólo el uso de los mismos? Esto último parece mucho más rentable y está mucho menos controlado. ¿Por qué aceptar entonces ninguna regulación sobre ello?
El punto anterior indica que los riesgos para los inversionistas se incrementa en estas plataformas, pero no parece haber forma de controlarlo. La triple F seguirá invirtiendo sin criterio y la mejor canalización del ahorro europeo puede ser de nuevo una gran trampa para un nuevo crack. (Por su trabajo sobre esto, el premio Nobel de Economía del año 2002 recayó en Daniel Kahneman, y Vernon Smith: Teoría del comportamiento). Quedan muchas más preguntas y consecuencias, pero de momento y hasta que en septiembre en que se publicarán las conclusiones a los comentarios del libro verde, confiemos y deseemos suerte al señor Hill y su equipo. Y eso que aún no hemos empezado a empezar a pensar en qué pasaría si existiera un Google Bank, un Amazon Crowdfunding un PayPal Fintech … etc. Hay que estar atentos.
Ignacio Orueta es director del área de Tesorería de Cumbria FSC.