Argentina en primavera
Argentina es así porque es así, y no hay más razones”, resumió mi amigo, el taxista tautológico. Estábamos en diciembre de 2014 y así lo dejé escrito.
Cinco meses más tarde, de visita una vez más a la siempre hermosa Buenos Aires, mi amigo no me deja hablar: tras saludarnos y preguntarme cómo estaba España, sin esperar respuesta, dedica unos muy intensos 10 minutos a despotricar contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sus métodos de gobernanza, su inexplicable e inexplicada fortuna y su estúpida arrogancia. No se libra de la feroz crítica el todavía vicepresidente en ejercicio, repetidamente procesado, y, naturalmente, el siempre discutido ministro de Economía, Axel Kicillof, al que, por cierto, los sindicatos han puesto la proa y le han dedicado algunas huelgas.
De paso, en este memorial del ciudadano agraviado, recibe lo suyo el hijo de la todopoderosa Cristina, al que se pone como infeliz ejemplo de todas las adiciones que en el mundo son. Mi porteño taxista de cabecera no deja títere con cabeza y como piensa votar a Macri, se ensaña con el oficialismo gobernante y se ríe cuando le recuerdo lo que Borges decía de los peronistas, que no eran ni buenos ni malos, sino incorregibles.
Mientras Cristina Fernández de Kirchner, pensando en el futuro, se empeña en una estrategia para controlar la Corte Suprema, a los políticos opositores, a la clase empresarial, a muchos ciudadanos y a los medios de comunicación no oficialistas les preocupa singularmente el progreso de La Campora, una agrupación política que nació para apoyar a los Kirchner y que se ha hecho con muchos de los resortes del poder. Sus integrantes, a juicio del expresidente de Uruguay, José Mujica, “son profesionales de la política, pero hacen un uso del Estado escandaloso. Están en todos lados, en todas las empresas públicas... y no los van a sacar de un día para otro”.
La mayoría de los argentinos afrontan con ilusión su futuro, sabedores de que el cambio depende de ellos
Frente a los jóvenes socialistas, radicales o desarrollistas, que trabajan la esperanza puerta a puerta, La Campora es una herencia envenenada para el próximo presidente, quizás Scioli, peronista y antiguo vicepresidente con la estirpe Kirchner. La Universidad de Buenos Aires, la Católica de Córdoba, la Siglo XXI, el Instituto Argentino de Responsabilidad Social Empresaria (Iarse) y el Foro Ecuménico y Social son algunos ejemplos; hay muchos centros de enseñanza, reflexión y debate con gran prestigio en Argentina y por sus aulas pasan muchos de los líderes, hombres y mujeres, que dirigen instituciones y pueden marcar el rumbo del país. Invitado para conferenciar en algunas de sus cátedras abiertas, profesores, alumnos y otros amigos me resumen una situación que, desde fuera, no parece tan desalentadora: la economía está mal y, bordeando la recesión, no puede ir peor. En los próximos meses podría mejorar algo la inflación (no se conoce el dato exacto, pero está cercana al 30%) y habrá un ligero descenso del déficit, pero no mucho más.
Como en Argentina todos se alinean con el que manda, persistirá la desorientación hasta que pasen las elecciones. Los jóvenes no tienen modelos y necesitan guías imperiosamente; la corrupción avanza sin remedio (el país ocupa el puesto 107 en el índice de transparencia internacional, y suspende año tras año) y, en definitiva, como me sopla al oído un profesor prestigioso, “la Argentina es un mal ejemplo para los argentinos y hace falta una revolución ética con todas sus consecuencias”. Hay que aprovechar cualquier instancia y todos los foros posibles para trasladar esa necesidad a y desde las escuelas, los institutos y las universidades. La educación tiene que liderar el cambio y, afortunadamente, de esa necesidad ya nadie tiene duda.
Mientras, un reciente estudio publicado en el diario La Nación constata que el desconocimiento de la opinión pública sobre el mundo corporativo es notorio: los tres primeros clasificados en la encuesta son –ambos con un 16%– nadie y Marcelo Tinelli, presentador y productor de televisión; con el 14% de los votos, en tercera posición, Mauricio Macri, jefe del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y candidato presidencial con posibilidades, por cierto, alejado desde hace 20 años del universo de los negocios.
La mayoría de los encuestados en la capital federal y gran Buenos Aires considera que “los empresarios argentinos no tienen compromiso social, son deshonestos, innovadores y conservadores al mismo tiempo”. Como no podría ser de otra forma, la gente desconfía de las sociedades estatales tanto como de las empresas privadas. Así son las cosas o así parecen, y ya sea apariencia o realidad, los empresarios son los grandes desconocidos del país: pagan mas tributos que nunca y jamás han sabido vender el gran aporte del sector privado a la economía: un 74% del empleo registrado y un 87% del consumo.
En una nación tan creativa –y es la gran paradoja–, muchos empresarios, y no pocos emprendedores, se afanan sin demasiado éxito para conseguir la notoriedad que creen merecer, peleando para que se reconozca el poder transformador de la empresa y su importancia en el crecimiento económico y en el progreso; y, en definitiva, para que se haga visible la función social y el compromiso que hoy los ciudadanos les exigen a las empresas y a las instituciones, y que muchas de esas mismas empresas e instituciones, por convicción, han convertido en parte de su estrategia y de su futuro desarrollo.
En esa transformación hay muchos que confían, sobre todo los más jóvenes. Ellos saben mejor que nadie que los argentinos serán lo que quieran ser y que es necesario encontrar caminos de diálogo para definir los objetivos comunes, las grandes políticas que deben implementarse para lograr crecimiento, justicia social e igualdad.
Al cabo de los años, de tantos años sufriendo a sus pasados y actuales dirigentes políticos, y de todos los demás pesares que vienen soportando, la mayoría de los argentinos (a los que las elecciones presidenciales siempre les provocan un subidón de adrenalina, vaya usted a saber por qué) afrontan con ilusión su inmediato futuro, sabedores de que el cambio solo depende de ellos; y como las elecciones serán en octubre, en la primavera austral, todavía les queda tiempo para esperanzarse y recordar “que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”. Lo dejó escrito, para siempre, el maestro Borges.
Juan José Almagro es doctor en Ciencias del Trabajo y abogado