¿Última oportunidad?
Desde que comenzaron los síntomas de la crisis económica en 2007, muchas cosas han cambiado en la economía internacional y, por supuesto, en la española. La alteración del anterior orden económico es un hecho. La crisis ha llevado a las empresas a globalizarse definitivamente y a implantar distintos sistemas de gestión para superar la situación. A todo ello se ha unido una grandísima preocupación por aquilatar los costes y por la llamada austeridad (ver el artículo ¡Austeridad! o ¿austeridad?, publicado en CincoDías el 12 de junio de 2014), que en muchos casos ha servido de coartada para simplemente establecer bandas salariales más bajas en las zonas medias y más desfavorecidas de los trabajadores. Estos se han tenido que aclimatar a buscar empleo con unas pretensiones diferentes y, a menudo, fuera de España.
El gasto público, entendido como gasto y no como inversión, ha seguido creciendo en Europa
El gasto público, entendido como gasto y no como inversión, ha seguido creciendo, como era de esperar (ver el artículo Deuda, deuda y más deuda, publicado en este diario el 2 de marzo de 2014), y la demanda, interna y externa, ha sufrido, y lo sigue haciendo, los avatares de la política monetarista de los bancos centrales. El impacto de la cotización del euro es evidente y si a esto unimos la evolución del precio del petróleo (ver el artículo Lo tenemos crudo, publicado en este periódico el 29 de diciembre de 2014) y su influencia sobre determinados bienes y servicios podrá observarse la situación actual con más visibilidad.
El euro comenzó a cotizar el 4 de enero de 1999 al precio de 1,1789 dólares y el 15 de julio de 2008 alcanzó una cotización con respecto al dólar de 1,5990 dólares. Este recorrido supone, con los cambios actuales en el entorno de 1,13 dólares (al 23 de enero), una evolución que ha resultado un foco de preocupación permanente para importadores y exportadores de toda la Unión Europea, sin olvidar que las economías de todo tipo han visto cómo se ha alterado su capacidad adquisitiva en términos de la economía global. Algunos países como Suiza han adoptado una estrategia peg. Es decir, una vinculación artificial al euro, un franco suizo barato durante algo más de tres años, pero en la actualidad la situación se ha hecho insostenible dadas las noticias sobre una compra masiva de deuda por parte del BCE.
La moneda suiza se ha revelado en esta reciente crisis económica como una moneda refugio, pero la política emprendida por el BCE supone en la actualidad un perjuicio importante para la economía suiza. El pasado 15 de enero, Suiza abandonó la fijación de una cotización mínima de 1,20 francos suizos por euro y rebajó los tipos de interés. El franco suizo subió inicialmente alrededor de un 39% respecto al euro y un 25% respecto al dólar y con una gran volatilidad en los mercados internacionales.
Por su parte, algún país europeo, como Dinamarca, anunció que cobrará a las entidades bancarias que depositen su dinero en coronas danesas un 0,35% para así proteger su moneda de los efectos de la flexibilización cuantitativa de BCE.
La tentación de no molestar a determinados colectivos puede llevar a volver a caer en errores del pasado
Bajo el título La expansión cuantitativa en retirada, publicado en este diario el 27 de marzo de 2014, advertía de la circunstancia de la nueva estrategia de la Reserva Federal de ir rebajando las adquisiciones de activos hasta dejarlos en cero, lo que sucedía en noviembre de 2014. Con ello finalizaba una política muy activa de estímulo de la economía norteamericana, que parece haber conseguido sus objetivos en el país del billete verde.
Ahora ha tocado a Europa y el BCE ha lanzado sus medidas de expansión cuantitativa, en versión europea EAPP (Expanded Asset Purchase Programme). Es un ambicioso programa de adquisición de deuda que, además de generar liquidez, trata de salvar a la economía europea de caer definitivamente en deflación pretendiendo continuar la estrategia cuantitativa hasta que la inflación se acerque al 2%, conocido objetivo del BCE.
La operación, como todas las de carácter financiero, no se encuentra exenta de riesgo. En este caso, el 20% de este riesgo lo asume el eurosistema y el otro 80%, los bancos centrales nacionales. Realmente, salvo algún caso muy señalado, como puede ser el griego, no parece que pueda producirse ninguna clase de incumplimiento.
A priori, los efectos de esta medida se presentan como muy positivos. Se van a mantener durante un largo periodo tipos de interés bajos y muy bajos, dependiendo del tipo de activo y de su vencimiento, aunque en este caso la intervención del BCE va a producirse sobre toda la curva de tipos, desde el medio plazo hasta el larguísimo plazo. El euro se va a depreciar aún más del 1,13 antes señalado y rozará la paridad 1/1 con el dólar lo que impulsará las exportaciones. También puede producirse otra caída de los precios del crudo haciendo abandonar la idea de repuntes estratégicos de los países productores.
Al adoptar esta medida, el BCE, entidad cuyos planteamientos se producen pensando en el medio y largo plazo –la revisión está prevista para septiembre de 2016–, ha dejado abierta la posibilidad de continuar con ella. Esto significa que se espera que la economía mejore, pero lentamente, y que los niveles de demanda, producción y, en consecuencia, empleo irán mejorando, pero con suavidad.
Ahora bien, la expansión cuantitativa poco puede conseguir si no se producen las reformas estructurales que se vienen reclamando desde diferentes ámbitos. Y ahí entramos en el terreno político. La tentación de no molestar a determinados colectivos, que sean un nido de votos o a sectores de influencia en lo social o en lo político, puede llevar a relajar las medidas a acometer en los diferentes países y a volver a caer en errores del pasado. Además, el desencanto, producido en amplios sectores de la ciudadanía, espolea a algunas formaciones políticas que trasladan a sus posibles votantes quimeras muy lejanas de la cruda realidad. Se precisa un gasto público más controlado y eficaz y alcanzar mejor productividad, conseguida a través de reformas estructurales y no solo de aprovechar la caída del euro como muchos practicaban antes de su implantación.
Cecilio Moral Bello es catedrático de Economía Financiera y director del Máster en Finanzas de ICADE.