El coste laboral en España, alineado con Europa
El exigente ejercicio de devaluación interna de costes y la consiguiente moderación salarial llevada a cabo en los tres últimos años no ha sido en balde. España ha logrado doblegar los costes laborales unitarios y recuperar por tal vía altas dosis de competitividad en los mercados exteriores de bienes y servicios. Los niveles agregados de competitividad no se han recompuesto plenamente, pero medidos exclusivamente con la variable coste laboral unitario (CLU), se ha absorbido todo el diferencial generado con los países de la zona euro en los primeros años del siglo, y frente a los países industrializados se han neutralizado dos terceras partes.
La pérdida de competitividad agregada que España conserva frente a los competidores, y que se mantiene estancada en los últimos ejercicios, es imputable a los precios de producción no laborales y a su reflejo en los precios finales de consumo.
La recomposición de los niveles de competitividad por la vía del control y reducción de los costes laborales unitarios se produce desde 2010, pese a que la bajada de los salarios solo se concentra en 2012, 2013 y 2014. En los primeros años de la crisis, los costes laborales descendieron por el fuerte ajuste del empleo, que lo hizo mucho más intensamente que el Producto Interior Bruto. Producir una unidad de bienes o de servicios tenía un menor coste si se hacía con plantillas agregadas recortadas, como era el caso en 2009, 2010 y 2011.
Pero el gran impulso a la reducción del coste laboral se produjo en los años 2012 y siguientes, como consecuencia de las bajadas de salarios. La reforma laboral y la presión de una crisis interminable facilitó el entendimiento de empresas y sus plantillas para rebajar los salarios y, en la medida de lo posible, mantener el empleo existente. El coste salarial por persona y mes únicamente bajó en los años 2012 y más modestamente en 2014, mientras se estancó en 2013. (En 2013 incluso se registró un incremento del coste laboral total como consecuencia de las subidas de las cotizaciones, que neutralizó los recortes de los salarios).
Con todas estas variables, los costes laborales unitarios acumulan ya en España cinco años de descensos, con una contracción nominal agregada del 7,8%, lo que supone una media de caída anual del 1,56%, según los datos proporcionados por el Banco de España. Con esta disminución, se absorbe una cuarta parte del avance registrado entre 2000 y 2009, que llegaba al 30,03%, nada menos que a un desaforado ritmo de 3,3 puntos cada año. Por tanto, en lo que va de siglo, periodo que coincide con la circulación del euro en España, los costes laborales unitarios han avanzado un 22,23% (un 1,58% de media contabilizando un fabuloso ciclo alcista y la crisis posterior).
Pero para medir su verdadero efecto sobre la competitividad de los productos y servicios que el país pretende vender en los mercados (nativos y externos), hay que comparar esta evolución con la que hayan tenido los costes laborales unitrarios en los competidores. La referencia inexcusable para España es compararlos con la Unión Europea, con la que intercambia casi el 80% de su comercio.
En la zona euro, los CLU han subido desde que arrancó el siglo 22,76 puntos, con avances prácticamente en todos los ejercicios, con la única excepción de 2010, cuando descendieron un 0,7%. Por tanto, el avance de los costes laborales unitarios es ahora casi igual en España (22,23%) que en la zona euro (22,76%).
Esta evolución tan contractiva de los costes en los últimos años ha recompuesto los índices de competitividad en buena parte, aunque siguen quedando resistencias imputables a otros factores de producción. El índice de competitividad general medido por precios de producción y de consumo revela que España acumula una pérdida de entre ocho y 10 puntos con Europa y de 12 con los países industrializados de la OCDE.
Pero atendiendo exclusivamente a la competitividad medida por los costes laborales unitarios totales, España es ya plenamente competitiva con la Unión Europea y con la zona euro, aunque sigue alejada de la media de los países industrializados del mundo. Una comparación con la zona euro, donde España concentra la mayoría de su comercio, revela que tomando como base el arranque del siglo, había perdido más de doce puntos en 2008, pero que ha recuperado lo perdido y ha ganado incluso un punto adicional respecto a la posición de 1999. (El indicador de competitividad elaborado por Economía toma base 100 en 1999, y si sube significa que pierde terreno, y si baja, que lo gana: en 2008 llegó al 112,7, y comenzó a descender desde entonces hasta el 99,1 actual).
La competitividad medida con el coste laboral de las manufacturas alcanzó en 2007 el máximo deterioro (casi 22 puntos), para mejorar desde encontes; pero no ha recuperado los niveles de principios de siglo todavía, y mantiene un desfase de casi cinco puntos.
Este mismo baremo de medida aplicado a la relación de competitividad que mantiene España con los países industrializados revela que respecto a los valores con los que arrancó el siglo y el euro, España perdió nada menos que un 26,8% en los primeros ocho años (con un déficit por cuenta corriente descomunal, del 10% del PIB), y que ha encontrado muchas resistencias a reconquistarla después. Ahora, con los datos de cierre de 2014, la pérdida respecto a los valores de arranque del siglo es de nueve puntos porcentuales. Por tanto, en los años de la crisis y la moderación de salarios se han recuperado dos terceras partes de la competitividad perdida vía costes laborales unitarios en las manufacturas.
El descenso de los salarios se ha concentrado de forma cuasi exclusiva en las actividades de servicios, donde los salarios han caído cuatro años seguidos. En la industria, los sueldos han avanzado todos y cada uno de los años, aunque han reducido el avance nominal a la mitad de los años previos.