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Tribuna
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Sobre Cataluña, España y la negociación

Justificado o no, el hecho es que existe una sensación de malestar que está dificultando el encaje de Cataluña en España. La estabilidad de cualquier país exige un ambiente de armonía. Mientras Cataluña no se sienta cómoda con el resto de España, las tensiones y enfrentamientos serán inevitables. Abordaremos aquí los aspectos económicos que nos indicarían la conveniencia, o no, de una situación de independencia. Estos tienen que ver con el tamaño del nuevo país (Cataluña), las barreras comerciales y la independencia financiera.

a) Tamaño del nuevo país. El tamaño de un país determina el coste de administrarlo. A más pequeño, mayores serán los costes de ciertas funciones que debe desempeñar el Estado, como por ejemplo: la defensa, las relaciones exteriores y los organismos regulatorios.

No cabe duda de que los catalanes tendrían que pagar bastante más por estos servicios de lo que pagan actualmente a través del Gobierno de España.

b) Barreras comerciales. A mayores barreras comerciales, menor es la creación de riqueza. Entonces, cabe preguntarse si una eventual independencia afectaría, o no, las barreras comerciales para los negocios asentados en Cataluña. Inequívocamente, la respuesta es afirmativa. Las barreras aumentarían drásticamente, dado que Cataluña se vería obligada a salir de la Unión Europea.

Sabemos que este no es el deseo de los dirigentes catalanes, quienes repetidamente han manifestado su intención de mantenerse dentro de la Unión. El problema es que la normativa comunitaria no permitiría que Cataluña pasase a ser un país miembro, al menos no en un futuro inmediato.

El nuevo país quedaría automáticamente fuera y luego tendría que solicitar el ingreso. Así se iniciaría un largo proceso que, en el mejor de los casos, se dilataría varios años. Mientras tanto, sería necesario establecer fronteras; cesaría el flujo libre de personas y de capitales y, posiblemente, habría que crear una nueva moneda local. En fin, una catástrofe para los negocios.

Lo peor es que, una vez fuera, no hay garantía de que algún día Cataluña regrese a la Unión. La admisión de un nuevo Estado exige el apoyo unánime de todos los países miembros. Bastaría que solo uno de ellos se opusiese para que la entrada no fuese posible.

Lo más probable es que aquellos países que, al igual que España, tienen movimientos separatistas que aspiran a su independencia se opusieran a la entrada de Cataluña, por el simple hecho de que no les convendría enviarles una señal de aliento. Se trata de países de mucho peso, como Italia, Reino Unido, Bélgica y Francia, a los que, seguramente, se sumaría España que seguiría teniendo al País Vasco en su seno.

c) Independencia financiera. Por último, está el tema de la independencia financiera. Esto sí que sería ventajoso. Cataluña ya no dependería más del Gobierno español y estaría en plena libertad de administrar sus propios recursos.

Resumiendo: los beneficios de la independencia serían, fundamentalmente, una total libertad para decidir sobre todos los aspectos de la vida del país y administrar sin impedimentos los recursos financieros. Los costes serían una Administración gubernamental local más onerosa y, sobre todo, un fatídico golpe a la actividad económica. La pregunta que debemos hacernos es si realmente vale la pena. Personalmente, opino que no. Es mucho más racional buscar un acomodo con el Gobierno español. Por ejemplo: explorando la vía del federalismo u otros mecanismos que aumenten la libertad de que dispone actualmente el Gobierno catalán para decidir sobre los temas que le afectan, sin tener que incurrir en los tremendos costes de la independencia.

Pero hay un grave problema de por medio: las emociones. Los dirigentes catalanes de los últimos años han impulsado un proceso independentista fomentando el sentimiento nacionalista de la población y, tal vez, no calibrando ajustadamente las graves consecuencias de tal decisión. Por otro lado, la posición irracional del lado catalán ha exacerbado emociones contrarias en muchos españoles que, a su vez, han retroalimentado la desafección catalana. De modo que nos encontramos con dos partes que no están en condiciones de conversar de manera sensata. Esperamos que, al final, se imponga la cordura y que el problema se canalice a través de la negociación.

Jaime Sabal es profesor del Departamento de Control y Dirección Financiera de ESADE Business and Law School.

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