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Editorial

La recuperación queda en manos de Europa

El Banco de España ilustró ayer una situación de la actividad económica en los tres meses de verano menos boyante que en los de primavera, algo que las autoridades económicas ya habían insinuado, apuntando como responsables del sesgo menos expansivo al estancamiento de la demanda en la zona euro, fundamentalmente en países como Francia, Italia u Holanda. Pero a la moderación detectada en las ventas al exterior, tanto por el alto en el camino de la demanda externa como por la apreciación excesiva del euro, el Banco de España añade incertidumbres sobre la recuperación. Detecta un tono menos expansivo tanto en la demanda interna de consumo como en la de inversión en equipamiento, e incluso en construcción, seguramente afectadas por el giro súbito en las expectativas tras el punto muerto en el que se desenvuelve Europa, que se ha trasladado también a los mercados financieros, y que comienza a dañar el ritmo de generación de empleo iniciado hace ahora un año. Para determinar la intensidad de la desaceleración, baste recordar que en el segundo trimestre la economía había avanzado un 0,6%, y que ahora el consenso de los analistas da por bueno un avance del 0,4%, así como la moderación con la que el Gobierno afrontará el viernes la revisión de las previsiones de crecimiento y que podrían limitarse al 1,3% este año, frente al 1,5% anunciado hace solo dos meses.

España tiene, por tanto, su recuperación en riesgo de quedarse a medias y depende de manera casi exclusiva de las decisiones de otros, tanto políticos como responsables financieros europeos. Todo el mundo considera un hecho el impasse del crecimiento en Europa; se debate acerca de cómo solucionarlo, pero nadie toma decisión alguna, más allá de pequeñas modificaciones de carácter local que no moverán las ruedas del crecimiento.

El presidente del BCE ha anunciado una serie de medidas para devolver la inflación a valores manejables, alejados del fantasma de la deflación, que minaría para muchos años el estado de ánimo económico de los europeos. Pero también recuerda cada poco que no está en su exclusiva mano desatar las fuerzas del crecimiento, sino en las de los Gobiernos que deben hacer, y por este orden, tres cosas para complementar los estímulos monetarios del BCE: control del déficit fiscal, reformas económicas que liberalicen los mercados en Francia o Italia y reanimación ulterior con inversión selectiva del crecimiento en las actividades con mayor recorrido. Y si no lo hicieren pronto, no deberían sorprenderse por un renovado acoso de los inversores en los mercados a las emisiones soberanas de sus Estados.

Entre tanto, España debe mantener su calendario de reformas, pero intensificado, porque no puede permitirse ser arrastrada sin reaccionar por la atonía europea; sus cifras pavorosas de paro exigen más dinamismo.

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