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Tribuna
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Reflexionar sobre Europa en 2014

El proceso de integración europeo tuvo desde su creación una esencia económica primero y otra esencia política después. Las Comunidades Europeas, embrión de la actual Unión Europea (UE), tuvieron en su origen unos objetivos económicos que se pusieron en marcha a partir de las instituciones comunes concebidas por el Tratado de Roma de 1959. Los miembros originarios y los que se fueron incorporando en los años setenta y ochenta, tuvieron como prioridad la construcción de un espacio de libre comercio y de una economía integrada. Sin embargo, la idea de una Europa unida políticamente estuvo en las raíces de todo el proceso y su consecución se volvió un objetivo prioritario, también, a partir de 1986.

Las Comunidades no se convirtieron en una unión política hasta después de la caída del muro de Berlín. En Maastricht, la simbólica Europa de los doce afrontó el futuro en base a los principios de libertad, solidaridad y prosperidad. Pero la Unión Europea resultante de aquellos acuerdos no ha devenido en una Europa unida hasta que los Estados centrales y orientales del continente han hecho suyo el proyecto y han regresado a una casa, histórica y culturalmente común, pero política y económicamente en crisis.

El liderazgo de los Estados europeos ha sido la pieza angular de todo este proceso. La unión política se ha cimentado a partir del compromiso de avanzar en la progresiva cesión de soberanía nacional, pero siempre a partir de la presencia de las instituciones estatales en los órganos de decisión comunitarios. Y, por consiguiente, la labor de integración de la sociedad europea ha sido impulsada desde los propios Estados con el acuerdo de sus ciudadanos. Un observador independiente, a modo de un Alexis de Tocqueville del siglo XXI que describiera con sentido didáctico los principales rasgos de la democracia en Europa, bien podría afirmar que en el continente europeo el papel de la opinión pública es de una extraordinaria importancia. Los juicios de los ciudadanos son medidos periódicamente y su intención de voto se sondea antes y después de múltiples convocatorias electorales anuales. Que además tienen consecuencias políticas, todas ellas, en 28 países y en las consiguientes relaciones internacionales de todos ellos y de todos en común.

La elección del Parlamento en 2014 supone uno de los principales retos de la construcción europea en los últimos años. No solo como herramienta democrática para legitimar el avance político y acometer la reactivación de la economía europea, sino como instrumento de movilización social para revitalizar el papel de los ciudadanos como protagonistas del proceso, y de la propia Unión Europea como modelo de actor global en la sociedad del siglo XXI.

Pero las múltiples propuestas que han configurado la Europa que hoy conocemos no han conseguido resumirse en una idea capaz de ser identificada por todos y cada uno de los europeos por igual. Con la llegada del nuevo siglo y la crisis económica, la soberanía institucional ha transmitido confianza pero también debilidad en los mercados. La solidaridad ha caído en manos de los desequilibrios y el gasto desmedido. El crecimiento sostenible, en la especulación. La movilidad de personas, en la inmigración ilegal y las barreras. La convivencia ciudadana, en la protesta y el desánimo.

La comunicación de Europa ha chocado con frecuencia con los particularismos, la burocracia y la lejanía institucional. Se ha atascado en la crisis y en las grandes cifras. De cara al exterior, se ha distorsionado en mensajes descoordinados y sin la firmeza de una única voz común. Reflexionar sobre las elecciones de 2014 significa tomar de nuevo la conciencia de una identidad común, plasmada en programas electorales y partidos que deben de fortalecer el proyecto y mirar hacia atrás para superar actitudes y políticas que nos han abocado a una crisis de enormes proporciones. A pesar de la cual, Europa y sus instituciones libres y democráticas siguen liderando a los ciudadanos de cualquier parte del mundo que aspiran a vivir pacíficamente y de manera solidaria con sus semejantes.

José María Peredo Pombo es catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Facultad de Artes y Comunicación de la Universidad Europea.

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