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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reforma continua para estirar el crecimiento

En las últimas semanas todo son sorpresas agradables para el oído de un Gobierno que ha hecho un esfuerzo importante en el control de las finanzas públicas y la reforma del mercado de trabajo para que dejase de ser el más rígido de Europa. Gana adeptos el sindicato de expertos que estima que la espita del crecimiento se ha abierto de verdad, y que habrá sorpresas positivas en el empleo, con un ensanchamiento importante de su elasticidad, que a su vez se convertirá en un multiplicador del propio crecimiento económico. Ayer fue el Banco de España el que situó las previsiones de crecimiento para este año más allá de estimación del propio Gobierno, hasta el 1,2%, y hasta el 1,7% en 2015, siempre que el Ejecutivo mantenga su promesa de que retira el recargo de tres años sobre el IRPF puesto en marcha en enero de 2012, o lo que es lo mismo, siempre que baje los impuestos para el año que viene.

Bien es verdad que el informe elaborado por el servicio de estudios del Banco de España admite que hay más riesgos hacia el pesimismo que hacia el optimismo en estas previsiones, como consecuencia fundamentalmente del comportamiento de los países emergentes, sobre los que no hay nada escrito sobre firme, pero también por la posibilidad de tener que hacer esfuerzos adicionales en materia de cuentas públicas en ese ejercicio que impidan retirar el susodicho recargo sobre el impuesto de la renta. La senda estimada para el déficit fiscal de todas las Administraciones parece compatible con estas estimaciones de crecimiento, pues desde el 6,6% de desequilibrio en el que habría cerrado el año pasado, habría que reducirlo hasta el 5,8% en 2014, y solo tres décimas adicionales en 2015. Solo la generación de bases imponibles adicionales por el avance de la demanda interna –que comenzará a desplazar a la externa en el protagonismo del crecimiento– sería suficiente para llegar al objetivo marcado.

Son, pues, unas previsiones cómodas, modestas, fácilmente alcanzables al trantrán, con la significativa mejora de los escenarios de financiación, unos costes energéticos y de la divisa estables, el cambio de paradigma en la creación de empleo, la mejora de la renta impulsada por una inflación plana y un predecible alivio impositivo. Pero este ritmo de crecimiento, con el que el propio Gobierno dice no sentirse en absoluto satisfecho, no da para resolver los problemas que más aprietan a la sociedad española. No se reduce el paro de forma apreciable, salvo por la ayuda vegetativa y migratoria; no se reduce la deuda pública, porque se sostienen tasas de déficit elevados y el deflactor del PIB no ayuda; y el desapalancamiento completo para consolidar tasas de crecimiento de la inversión empresarial y de los particulares se retrasa demasiado.

Desde luego que lo primero es antes. Hay que garantizar la mejora de la financiación de la economía, algo que bien podría estar en vías de solución para el medio plazo; pero hay que devolver la deuda pública a parámetros gobernables para que deje de ser una espada de Damocles que pesa siempre sobre la financiación del Estado y de la actividad inversora. Con tales variables bajo control, se consolidará el crecimiento y, con él, bajará de forma intensa el desempleo. Es el abecé de la economía.

Pero dado que las urgencias cuantitativas apremian, debe buscarse un crecimiento potencial mayor. El Ejecutivo ha pedido a sindicatos y empresarios un esfuerzo adicional prolongado de control de los costes laborales y de los precios para ganar cuotas de competitividad en los mercados exteriores y en los interiores, y parece que empresarios y sindicatos han entendido la utilidad de la encomienda. Es preciso movilizar más la demanda interna, tanto la de consumo como la de inversión. El propio Banco de España, en su informe de ayer, recuerda que una aplicación intensa de la reforma laboral, una profundización reformista en el mercado de trabajo o la adopción de reformas adicionales en los mercados de bienes y servicios, puede amplificar el crecimiento. En el discurso gubernamental sigue apareciendo el ánimo reformador; pero comienza a parecerse más a una letanía socorrida para amansar demandas liberales en tiempos de inmovilismo electoral que a un programa ejecutivo real con plazos y objetivos explícitos.

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