Neoconfianza en el sector inmobiliario
El largo recorrido de la crisis da señales de su fin. Cuestión muy diferente es dotar de credibilidad a tales señales. No obstante, todo indica que, salvo trastornos inesperados –como la crisis del peso argentino– la economía española ha recuperado la vía de un crecimiento dispuesto a competir con cacofonías secesionistas, políticas frentistas y discrepancias endémicas, cuya meta es únicamente la indefinición.
En este contradictorio escenario, abocado a una salida de la crisis certificada por servicios de estudios públicos y privados, aparece como un espectro el denostado sector inmobiliario. El responsable del boom, al que se ha colgado el sambenito de todos los males, empieza a dar curiosos mensajes a los que conviene prestar atención. Por de pronto, la caída de precios de la vivienda está abriendo las puertas a los inversores internacionales de una forma solo comparable a las posibilidades que ofrecen los mercados emergentes. Una caída de los precios que, según los productos, las áreas geográficas o las fuentes estadísticas, se puede estimar entre el 40% y el 50%, y equivale a tentadores rebajas que los inversores no están dispuestos a dejar pasar.
La recuperación de la buena imagen de la economía española en los foros internacionales, constatada por la extraordinaria confianza en las emisiones del Tesoro y la consiguiente respuesta a la baja de la prima de riesgo, unidas a estímulos inversores tan agradecidos como las facilidades para obtener el permiso de residencia, espolean las compras inmobiliarias por extranjeros. Los últimos datos disponibles son sorprendentes, y arrojan incrementos de las transacciones superiores al 30%, con inversores foráneos particulares especialmente interesados.
Durante el boom inmobiliario se llegó a iniciar la construcción en España de más casas que en Francia, Alemania y Reino Unido juntas. Los promotores animaban entonces a explotar los atractivos de nuestro país, y conseguían crédito sin fin porque el mercado inmobiliario podía convertirse en el primer foco de atracción de los jubilados del norte y centro de Europa.
Lo que al final explotó fue una fenomenal burbuja. Y lo hizo principalmente en dos frentes: el mercado hipotecario y el empleo en el sector inmobiliario y de construcción residencial. Ahora, transcurridos seis largos años de crisis en los que las hipotecas subprime suenan peligrosamente a la prehistoria, resulta que España vuelve a estar entre los destinos preferidos por los extranjeros, con los rusos a la cabeza, para comprar su segunda residencia. Las facilidades para obtener la residencia a cambio de una buena inversión se manifiestan en una inédita demanda de visados para instalarse aquí. Seremos muy torpes otra vez no sabemos separar el trigo de la paja; la inversión productiva de la mera especulación.