Recuperación de los presupuestos
Con la presentación de los principales elementos de los presupuestos del Estado la semana pasada y su entrega ayer al Congreso se han sucedido numerosos comentarios sobre la conexión entre la planificación presupuestaria y las posibilidades de reactivación de la economía. Lo cierto es que pueden establecerse muchos conflictos dialécticos sobre si se trata o no de los “presupuestos de la recuperación” pero no es eso probablemente lo más importante. No es que quiera con ello negar importancia a esa denominación ni a los comentarios que sobre ella han surgido. A lo que me refiero es a que dadas las restricciones de las que se parte para elaborar las cuentas públicas, parece ser más la macroeconomía la que determina los presupuestos que al revés.
Es preciso reconocer también que estos presupuestos coinciden con el inicio de la recuperación económica y, por lo tanto, hay un antes y un después. En todo caso, hasta que esa recuperación no sea suficientemente vigorosa y se avance como se prevé en el camino de la consolidación fiscal, es muy complicado que los presupuestos sean un instrumento de liderazgo del crecimiento, que, como se está viendo, tendrá que dirigirse mientras tanto por la vía de las reformas y las ganancias de competitividad. Esto no quiere decir ni mucho menos que los presupuestos sean hoy por hoy irrelevantes, puesto que en ellos (aun siendo austeros) puede estar la simiente de futuras inversiones pero lo que se debe alcanzar es la posibilidad de que las cuentas públicas acompañen el crecimiento. Esto es, la “recuperación de los presupuestos” más que lo contrario. Siguiendo esta línea argumental y teniendo en cuenta la situación del desempleo y el brío necesariamente limitado de la reactivación económica, quisiera plantear cinco reflexiones sobre cómo podrían mejorarse los presupuestos y, en general, sobre cómo podría impulsarse el crecimiento de la economía por encima de lo previsto:
A pesar de las restricciones, hay margen para la eficiencia y para reequilibrar la distribución de esfuerzos
- A pesar de las restricciones, hay margen para la eficiencia y para reequilibrar la distribución de los esfuerzos. Al margen de los aspectos específicos sobre si una partida podría tener o no más presupuesto que otra, las exigencias podrían repartirse de otro modo. El ciudadano esperaría que se hubiera avanzado en mayor medida en la reforma de las administraciones que, además de poder representar muchos más ahorros de los que hasta ahora se han planteado, su reflejo en los presupuestos podría tener un carácter ejemplarizante, un mayor sentido de esfuerzo colectivo. Precisamente, en un momento en el que se ha congelado por cuarto año consecutivo el sueldo a los funcionarios públicos, plantear otras opciones de reducción de gasto dentro de la administración -más allá de las hasta ahora propuestas- podría haber sido una opción novedosa y, en general, bien recibida.
- El lado de los ingresos fiscales precisa una revisión. Es una parte delicada del presupuesto porque la presión fiscal ha aumentado en los últimos años y acertar con el nivel de exigencia impositiva que pueda maximizar estos ingresos es complicado. Ahora se ha anunciado que (de momento) no habrá nuevas subidas de impuestos pero puede ser pertinente retomar el debate que se abrió antes del verano sobre la posibilidad de establecer alguna bajada.
- El puente entre los cambios estructurales dirigidos por las reformas y el necesario impulso adicional de la recuperación depende, en parte, de Europa. Las reformas son esenciales pero muchas de ellas apuntan, sobre todo, al largo plazo. La recuperación de competitividad y el empuje del sector exterior son grandes noticias pero es difícil que, en un período razonable, España pueda tener niveles de crecimiento generadores de empleo sin el apoyo de la demanda interna. Y, para ello, es necesario que las políticas activas de empleo tomen un cariz diferente al que vienen teniendo en España para que supongan un verdadero reciclaje efectivo de los trabajadores no cualificados para los sectores que ahora podrían impulsar esa demanda. La concurrencia de Europa es vital para lograrlo y se han dado algunos pasos en este sentido, pero han sido, más bien, pasitos de poca envergadura, con un impacto previsible limitado.
Gran parte del esfuerzo que se está desarrollando estos días en España se está dando en la esfera privada
- La consolidación de la estabilidad financiera y otros avances previstos deben impulsar la afluencia inversora pero el cumplimiento de los objetivos fiscales es un elemento de escrutinio externo fundamental. En este sentido, no puede esperarse que esa ansiada y esperada llegada de inversores pueda materializarse -al menos con la intensidad que sería deseable- si España se alejara de la senda de consolidación fiscal. Para cualquier inversor es la primera señal de credibilidad. Precisamente, eso ayudará a mantener en niveles reducidos la prima de riesgo en un entorno en el que los condicionantes externos en la eurozona pueden generar tensiones puntuales más o menos importantes al alza, como sucede estos días con la inestabilidad política en Italia. El papel que puede tener el sector bancario y la intensidad que ha tenido y aún tienen los procesos de recapitalización y reestructuración deben dar sus frutos.
- La realidad de la deuda excede lo público y, aunque no podemos perder la vista de los presupuestos que se discuten estos días, gran parte del esfuerzo de austeridad que se está desarrollando estos días en España se está dando en la esfera privada. Los hogares y empresas están precisamente ahora acelerando la reducción de su deuda, de forma más intensa a como lo han hecho en los últimos años. Esto puede permitir a muchas sociedades no financieras y familias recuperar parte del aire perdido por la asfixia del endeudamiento aunque para buena parte de ellas va a seguir siendo un reto en los próximos años. Esto redunda sobre la importancia de repartir la carga fiscal de la forma más equitativa posible para que el sector privado tenga más margen para afrontar esa deuda.
Santiago Carbó Valverde es catedrático de Economía de la Bangor Business School (Reino Unido) y de la Universidad de Granada e investigador de Funcas