Una banca preparada para activar el crédito
Como las buenas narraciones, la historia de la banca española en la crisis financiera acaba con el mensaje de autoestima que tenía al empezar: es una de las más capitalizadas del mundo y soportará las embestidas de todas las circunstancias. Ese era el mensaje que transmitían los gestores y supervisores del sector en 2007-2008, y ese vuelven a transmitir ahora. Pero resultó avasallado por la recesión al principio, y si soportará las acometidas de ulteriores crisis, o la prolongación de esta no concluida, ya lo veremos. Un sistema financiero, el espñaol, que en 2007, cuando el 9 de agosto se cerraron los mercados de liquidez en todo el mundo y para todo el mundo, había concedido crédito a los residentes (empresas, familias y sector público) por tres veces el PIB del país, con un crecimiento de sus balances a velocidades superiores al 20% en muchos ejercicios del ciclo de bonanza, y que era una máquina de ganar dinero para sus accionistas.
Pese a quedar tan atrapado como los demás en la trampa de la iliquidez, y tener que disponer de avales públicos para hacer emisiones, o ponerse a la larga cola del BCE para poder atender sus refinanciaciones (más de la mitad del activo concedido estaba apalancado con recursos ajenos al ahorro tradicional), la banca española no tenía el virus de las hipotecas basura como los norteamericanos o algún británico, no tenía financiación exclusiva interbancaria como Northen Rock, no mezclaba los flujos de la banca comercial con la de inversión como los belgas, holandeses o franceses.
No tenía, por tanto, nada que temer: estaba bien capitalizada, bien gestionada y mejor supervisada, y había diversificado territorialmente su negocio para tener estabilizadores permanentes de su cuenta de resultados. Todo esto, en teoría; una teoría defensiva pregonada por los banqueros, amparada por el Banco de España, y flameada como bandera de excelencia por el Gobierno de Zapatero-Solbes.
Tenía, eso sí, bastante concentración de crédito hipotecario, tanto a promotores como a hogares, en términos generales, pero de manera desorbitada en las cajas de ahorros (la mitad del sistema financiero). Una figura societaria made in spain que ha estado a punto de llevarse por delante a todo el sistema bancario y casi al mismísimo Estado. Una fórmula en la que tan difuso es el propietario de la entidad como la determinación de los gestores o el destino de sus beneficios; infectadas de políticos o prolongaciones de intereses políticos, hasta religiosos en algún caso, regionales o locales; y que medían el riesgo, con honradas y profesionales excepciones, a palmos.
Cuando la burbuja inmobiliaria pinchó y la crisis de deuda pública y privada afloró, una parte importante de las cajas de ahorros (un balance de cerca de medio billón de euros) se echó en manos del Estado, que tuvo que pedir socorro financiero a los socios europeos. 43.000 millones para sostener unas entidades ya convertidas en bancos en manos públicas, y que mantendrán abierto el sistema hasta que vuelvan a manos privadas, sea por subasta, como CAM o CCM antes o NGB y CXC ahora, sea por venta en Bolsa de las participaciones que ahora tiene el Estado.
La cura de adelgazamiento ha costado 66.000 empleos y y 8.600 oficinas (casi una de cada cinco), y se espera el cierre de otras 5.000. La crisis ha golpeado fuerte. La mora ha pasado del 1% de 2007 al 11% ahora, sin contar con la basura cósmica alojada en el banco malo, y las exigencias de provisones y capital, desconocidas antes, han llevado a la banca a congelar el crédito (en los últimos doce meses ha descendido un 8%), con el argumento, parte cierto y parte simulado, de que no hay demanda solvente.
Se ha caminado mucho, sin la dilación de Reino Unido con un Gordon Brown clarividente en 2008, y sin la pasividad de Francia o Alemania, que dícese tienen muertos en el jardín. Se han corregido los defectos obligados por las circunstancias. Y tal corrección es la que permite ahora a gestores, supervisores y Gobierno (perece que oyésemos a las mismas personas que en 2008) seguir diciendo que tenemos la banca mejor capitalizada del mundo. Eso solo se demuestra volviendo al rol que el código de comercio asigna a la banca: intermediar en la economia, poniendo en contacto al ahorro con la inversión. Hechos son amores, y lo demás, ideología corporativa. Y con ello, volverán a ser objeto del deseo de los inversores.