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Columna
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Terremoto lácteo

El pánico creado alrededor los productos lácteos de Nueva Zelanda ha puesto de manifiesto su dependencia de la leche. Una advertencia sobre productos contaminados de Fonterra, el mayor productor del país, ha provocado retiradas y prohibiciones de importación temporal en todo el mundo. Es un recordatorio de que el país sigue siendo vulnerable a las crisis alimentarias.

El anuncio de Fonterra sobre su hallazgo de bacterias que pueden causar botulismo en algunos de sus productos estaba destinado a causar preocupación. El problema se limita a tres lotes de concentrado de proteína de suero de leche, que se utiliza en la leche en polvo y en bebidas deportivas. China prohibió inmediatamente la importación de estos productos neozelandeses.

El daño inmediato a Fonterra parece manejable. No hay constancia de casos de consumidores que hayan caído enfermos. Los productos afectados han sido identificados y es poco probable que las aisladas prohibiciones a la importación perduren demasiado. A corto plazo, los sustitutos también son difíciles de encontrar: el año pasado el 90% de las importaciones de leche en polvo de China provenían de Nueva Zelanda. El impacto a largo plazo sobre Fonterra es más difícil de cuantificar. Los productores rivales de Europa intentarán sacar provecho del aprieto de la empresa.

Las consecuencias tendrán relevancia no solo para Fonterra, sino también para la economía neozelandesa. La industria láctea es una de sus mayores fuentes de ingresos, representa aproximadamente una cuarta parte de las exportaciones totales. Las autoridades del país también son conscientes de los riesgos de una desaceleración repentina: los reguladores bancarios en 2011 presentaron mayores requisitos de capital para conceder préstamos agrícolas. Sin embargo, el pánico reciente es un recordatorio de los riesgos de confiar en una industria que depende en gran medida de la percepción de la salud y la limpieza.

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