En la vía muerta de un túnel oscuro y sin locomotora
Cuando la estadística del desempleo rompió por vez primera la barrera de los tres millones, allá por el primer trimestre de 1988, nos parecía que algo se había quebrado en las leyes de la física, porque explorábamos terrenos desconocidos para la socioeconomía, como que más del 25% de los activos no trabajasen (umbral traspasado en 1994) y nos preguntábamos si no estaríamos cerca de un estallido social; hasta de situación prerrevolucionaria se hablaba, atenuada por las dudas de que la Encuesta de Población Activa dijese la verdad, con aquel argumento mitad falaz mitad certero de que la economía sumergida tiene la espalda muy ancha. Pero las leyes de la física deben tener una insospechada elasticidad cuando ahora, tras catorce años de bonanza y seis de crisis, encajan una cifra de paro de 6,2 millones de personas, nada menos que el 27% de los activos. La vieja sensación del clima prerrevolucionario y el supuesto deambular de la sociedad por el borde mismo del estallido se renueva.
Al contrario que entonces, la dimensión del mercado de trabajo y del balance de la economía española es lo suficientemente sólido para encajar esta hecatombe del empleo, siempre que sea por un tiempo limitado. Al contrario que entonces, por contra, disponemos de menos herramientas ejecutivas, normativas, quirúrgicas, ... que puedan encontrar salidas relativamente inmediatas. Casi no hay sector público, no hay moneda autóctona, no hay capacidad fiscal y los ensayos con la legislación están demasiado manoseados. La caja de herramientas es muy diferente, y la de hoy está más en manos de cada ciudadano y cada empresa que en las del Gobierno, aunque su capacidad, como demostrará hoy tras el Consejo de Ministros, es mayor de la que aparenta.
Por ello hoy, al contrario que antaño, tenemos la sensación de estar parados sobre las vías muertas de un tren sin locomotora, en penumbra y en la nada de un túnel oscuro. España dispone de muy buenas multinacionales líderes en sus mercados, pero crean empleo únicamente fuera de España, porque aquí se ha secado la capacidad de inversión corporativa, como se ha secado la circulación de crédito y se han secado las expectativas de los agentes económicos. Como en los setenta, los ochenta y los noventa, la economía necesita encontrar sus locomotoras para tirar del crecimiento, para poner el efecto multiplicador de la actividad. Y descartada la posibilidad de la construcción inmobiliaria y de obra pública, que fue una buena opción en su momento, no parece que queden muchas que no pasen por la industria manufacturera y la generación de servicios, tanto los disponibles para la venta y transportables, como los no movilizables.
Esa es la opción para tratar de recuperar los niveles de competitividad que abran otra vez la puerta a la economía española, y para ello, más útiles que las normas, son las actitudes de las empresas, de los ciudadanos que quieren emprender y de aquellos que quieren trabajar por cuenta ajena. Sigue sonando duro, pero la devaluación interna de costes y precios es el camino más recto, más sólido y con retorno. Hay colectivos que ya han echado a andar (la industria del automóvil), porque sin ello no se habrían bajado los costes laborales tanto como lo han hecho en 2012. Y habrá que acostumbrarse a un avance de fórmulas de trabajo diferentes, a tiempo parcial, aunque en parte supongan una devaluación cualitativa del empleo.