Las claves de la economía china
La economía china ha pasado de ser la décima mayor del mundo en el año 1990 a ser la segunda al finalizar el año pasado y eso a pesar de cierta ralentización en su crecimiento, siendo solo superada por la economía estadounidense, a la que no son pocos los que auguran que dejará atrás en menos de una década. Para muchos, China ha pasado de ser solamente la fábrica del mundo a ser también un gran mercado en el que hay que estar y con el que hay que relacionarse, y hasta una potencia en lo que a materia tecnológica se refiere. Sin embargo, tras el milagro chino hay una serie de cartas marcadas que condicionan tanto el éxito de su pasado más reciente como su futuro próximo y sobre las que conviene reflexionar.
No corregir la lacra de la sobrerregulación puede pasarle factura al gigante asiático en pocos años
En primer lugar, a la República Popular China se le considera el país más eficiente a nivel global fundamentalmente en base al coste bajo de su mano de obra. El problema es que para lograr este hito, detrás nos encontramos con las duras condiciones laborales en las que trabaja gran parte de la población china, lo que al final se traduce en una competencia desleal hacia otros lugares del planeta, donde la legislación laboral es más estricta. Esto se completa con la falta de libertades políticas, de las que el rígido control de internet es una muestra fehaciente. La última decisión con la que nos han sorprendido las autoridades chinas de prohibir a los medios de comunicación locales citar noticias no autorizadas publicadas por corresponsales o páginas web extranjeras, no ayuda a mejorar esta situación precisamente.
En segundo término, la economía china se enfrenta a una verdadera bomba de relojería demográfica, la cual se define por el traslado de ingentes cantidades de población del campo a la ciudad, una enorme revolución industrial que hay que saber gestionar del modo adecuado. Este proceso migratorio interno se ve influenciado además por el contexto de falta de libertades, no ya políticas, sino de índole económica que todavía caracteriza al país asiático y que es preciso reformar. De este modo, China no debe olvidar que, para garantizar unas tasas de crecimiento sostenido en el futuro, y tal como le recomienda el Fondo Monetario Internacional (FMI), debe continuar avanzando en las reformas estructurales que se orienten hacia el mercado, tratando de lograr que el equilibrio de su economía se incline hacia un mayor consumo de tipo privado.
En su carrera expansiva, China se enfrenta a problemas ambientales y alimentarios crecientes
En este contexto también se encuentra la obligación de reinventar y adaptar su complicada burocracia administrativa a las necesidades de una economía más abierta. La pesadez de la gran estructura burocrática china se manifiesta todavía hoy en la multitud de normativas que existen a nivel local, provincial y nacional. Dichas regulaciones llegan a ser contradictorias entre ellas, limitando las posibilidades de hacer negocio. No corregir esta importante lacra puede llegar a pasarle factura al gigante asiático en pocos años.
En tercer lugar, el país asiático ha venido recurriendo a la devaluación artificial de su moneda, el yuan, para favorecer así las exportaciones de sus productos y servicios, logrando además acumular reservas en divisas extranjeras, lo que de nuevo podemos interpretar como una competencia desleal hacia el resto del mundo. China esta descapitalizando artificialmente al resto de países, después del favor que se le hizo al incorporarla sin contrapartidas a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el año 2001 o del impulso económico y mediático que recibió a través de la celebración de los Juegos Olímpicos de verano en Pekín durante el mes de agosto de 2008.
Por último, la República Popular China, en su carrera expansiva, se enfrenta a crecientes problemas de contaminación medioambiental y seguridad alimentaria que previsiblemente pueden ir a más y sobre los que recientemente se pronunció el propio primer ministro chino, Li Keqiang. En una conferencia de prensa celebrada al poco de acceder a su cargo, Li se comprometió a tratar en lo sucesivo los asuntos medioambientales y de seguridad alimentaria “de una manera más pública y transparente”, así como a mejorar el modelo de desarrollo económico del país para que el pueblo “goce de aire limpio, agua potable y alimentos seguros”. Compatibilizar esta declaración de intenciones con un crecimiento anual acumulado del 7,5 por ciento durante la próxima década parece, cuando menos, un reto complejo.
Dado que en China vive casi un cuarto de la población mundial, del éxito de esta transición política y económica depende el futuro del mundo durante el resto del siglo XXI.
Félix Aguado y Mario Cantalapiedra son presidente y coordinador de comunicación de Augeo Consulting Group, respectivamente.