Europa y Chipre deben aprender tras el fiasco
Europa ha puesto en vías de solución el enredo chipriota, tras una semana de bandazos en la que hasta los inversores internacionales, curados ya de espanto por el errático devenir de la construcción europea, han reaccionado con desacostumbrada serenidad. En la madrugada del lunes, tras muchos tiras y aflojas, la troika (BCE, FMI y Comisión Europea) alcanzó un pacto con la isla mediterránea para evitar su bancarrota. Ahora, aunque faltan detalles sobre la ejecución del programa de rescate, preocupa más cómo recuperar la normalidad en la isla cuando hoy, según lo previsto, abran sus puertas los bancos, teniendo en cuenta que pese a quedar al margen del sindicato de financiadores, los depositantes con menos de 100.000 euros tienen inoculado el germen de la desconfianza desde la semana pasada. Nada volverá a ser lo que era en el sistema bancario chipriota, y hay riesgo, no del todo conjurado pese a la enmienda del error del Eurogrupo de hace diez días, de que tampoco vuelva a ser igual en la zona euro.
El rescate de Chipre pasa por dos pilares que condicionarán la economía de la isla en varios años, y donde está cantada una recesión de caballo, porque, entre otras cosas, se diezmará el sistema bancario, que es la primera industria del país. En primer lugar, la Unión Europea pondrá 10.000 millones a disposición del Gobierno de Nicosia, exclusivamente para su funcionamiento, y que se sumarán a la ya elevada deuda pública del país, hasta llevarla más allá del 160% del PIB, un umbral del que cuesta años regresar como muy bien saben quienes lo han traspasado. Para evitar males mayores, el segundo pilar del rescate es la liquidación de una parte muy notable del sistema bancario más hipertrofiado de la zona euro, y que se había convertido en un mecanismo semilegal de lavado de dinero procedente de Rusia y otros países del este europeo.
La operación será financiada íntegramente por los accionistas, los bonistas y los ahorradores de la banca de Chipre hasta contabilizar unos 7.000 millones para recapitalizar el sistema financiero que perviva. El segundo banco del país, Laiki, será liquidado, con una quita no determinada pero no inferior al 50% de los depósitos de quienes tengan más de 100.000 euros en sus cuentas, y la parte sana pasará a integrarse en el primer banco del país, el Banco de Chipre. Los accionistas, bonistas y depositantes de este también soportarán una parte de la carga, pero menor, y en todas las entidades quedan al margen de quitas los depósitos de menos de 100.000 euros, esos que Bruselas dice considerar “sagrados” y, por tanto, están garantizados. Este severo lifting al sistema bancario chipriota conllevará que su dimensión se adapte a la que es normal en cualquier país normal de Europa, y a corregir sus comportamientos tradicionales, que han permitido hasta ahora ser una especie de paraíso fiscal y que, a la postre, con la inestimable ayuda de Grecia y su quiebra (la banca chipriota era acreedora activa de deuda helena) se han llevado por delante la economía del país, que estará una década larga lastrada.
Pero no es solo Chipre quien tiene que grabar sobre acero determinadas lecciones ahora aprendidas. También Europa tiene que aprender las suyas. El rescate y reconversión de Chipre es un eslabón más de esa cadena que ha puesto Alemania para separar el vicio de la virtud y que no es ni más ni menos que la refundación del euro realizada a costa de una crisis que deben pagar, a partes iguales, las sociedades que han cometido excesos de crédito y los contribuyentes europeos.
Europa debe poner en marcha cuanto antes todos los mecanismos para, primero, evitar que se reproduzcan episodios como los de Chipre, que delante de los ojos de todos sus dirigentes ha practicado la más vulgar de las heterodoxias financieras, y si surgen, gestionarlo con menos frivolidad que este. Como primera providencia debe mejorar su diplomacia y corregir la temerosa afirmación del presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, de trasladar a otros países la fórmula impuesta en Chipre. Y segundo, poner a punto la maquinaria para que cualquier desviación sea encajada institucionalmente con normalidad. Unión bancaria, fiscal y política deben caminar más deprisa si se quiere que el euro se consolide como un proyecto monetario de referencia mundial.