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Tribuna
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¿Salarios en orden?

Año tras año, el éxito de la marca Nissan en todo el mundo (4,8 millones de vehículos vendidos en 2011) se confirma y, en el periodo 2011-2012, el constructor japonés espera un aumento adicional de sus ventas del 10%. Un éxito provechoso, obviamente, para Renault, su principal accionista (43,4%), pero un éxito muy relativo ya que, en cinco años, la cotización bursátil del constructor europeo cede un 75%.

En cambio, el que saca mayor provecho del éxito de Nissan es su presidente, Carlos Ghosn. Además de su salario francés como presidente director general de Renault (2,9 millones de euros), se adjudica 9,9 millones de euros (antes stock options) como jefe de Nissan: parece que la sinergia de los salarios funciona mejor que la de las tecnologías. La remuneración de Carlos Ghosn (un récord para el archipiélago japonés) no parece haber suscitado ninguna conmoción durante la asamblea general de Nissan celebrada en Yokohama. Sin embargo, los accionistas han asistido a una reducción de la cotización bursátil de un 10% en un año y del 44% en cinco años. Si se hubiera organizado en el territorio anglosajón, la asamblea hubiera sido sin duda más tensa.

Desde hace algo más de un año, los nervios afloran en numerosas reuniones de accionistas cuando se habla de las retribuciones de los dirigentes. El par aumento de la remuneración del jefe/reducción de la cotización bursátil suscita interrogaciones e incluso a veces indignación. Por ejemplo, en Estados Unidos, más de la mitad de los accionistas de Citigroup se opusieron a un salario de 15 millones de dólares para su director general, Vikram Pendit. En Francia, el debate sobre los salarios de los dirigentes se centra en dos preguntas más dogmáticas: ¿cuál es el importe apropiado respecto al salario más bajo de la empresa? ¿Qué tipo impositivo hay que aplicar a las remuneraciones más altas?

Aunque tenemos nuestra idea sobre las respuestas que hay que aportar a estos temas, recordemos sobre todo la pregunta que se plantea con poca frecuencia en Francia y que, sin embargo, es esencial: ¿cuál es la remuneración adecuada para cada nivel de éxito de la empresa? Esta pregunta se encuentra en el centro de los debates que agitan a los boards y a las asambleas generales anglosajonas: el say on pay (posibilidad que tienen los accionistas de votar por o contra el salario de los dirigentes) se utiliza cada vez más. Desgraciadamente, esta posibilidad solo tiene carácter consultivo y a veces a los accionistas les cuesta hacerse oír: así, en Dublín, sus voces no fueron escuchadas y no pudieron oponerse al pago de 8,5 millones de euros al presidente director general del WPP, sir Martin Sorrell. En cambio, el presidente director general de Aviva dimitió, como hizo al final el de Barclays, que ya había limitado sus ambiciones tras la intervención de los accionistas.

En Francia es el consejo de administración el que decide la remuneración del dirigente. La asamblea solo puede pronunciarse sobre los planes de stock options y los eventuales paracaídas dorados. Por lo tanto, los accionistas contestatarios tendrán que limitarse, por ahora, a otros temas distintos de los relativos al salario de los dirigentes. Sin embargo, la mejora del gobierno de la empresa merecería un nuevo debate.

Ha llegado la hora de superar la alternativa entre el Estado accionista regulador y la asamblea de accionistas inoperante para tomar decisiones sobre la remuneración de los dirigentes. El ejemplo anglosajón y su primavera de los accionistas, como la ha denominado bellamente la prensa, es una fuente de inspiración y un buen ejemplo de autorregulación del sistema. Una excelente línea de reflexión que hay que privilegiar en un momento en que la legislación y la ampliación del papel del Estado parecen ser en Francia las únicas respuestas a todas las cuestiones relativas al Gobierno.

Didier Le Menestrel. Presidente de Financière de l'æpermil;chiquier

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