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Tribuna
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Lecciones de Grecia e Irlanda

Pasados unos días del anuncio del rescate (o como lo queramos llamar), queda claro que no va a ser la solución a nuestros problemas. La respuesta de los mercados ha sido contradictoria. La Bolsa sigue con subidas y bajadas erráticas y los mercados de bonos siguen sin bajar.

Desde un punto de vista positivo, el rescate demuestra la capacidad de los líderes europeos de actuar de forma coordinada, y lo más importante y novedoso, hacerlo de forma proactiva, antes de que sea demasiado tarde y el problema se haya agravado. Esto es algo que ha faltado a lo largo de la crisis. Al mismo tiempo, es elogiable el intento de sacar la artillería pesada, como muestra la decisión de ofrecer hasta 100.000 millones de euros de ayuda, mucho más de lo que el FMI estima que requieren los bancos (40.000 millones) para tener fondos suficientes si la situación sigue deteriorándose y no quedarse cortos, como ya ha sucedido en otras ocasiones durante la crisis.

Sin embargo, hay cada vez más consenso entre los analistas de que el gran error sigue siendo la decisión de no separar la ayuda a los bancos de la ayuda a los Estados. La decisión de recapitalizar a los bancos a través del FROB, en vez de convertir la ayuda en equity, parece un error de perogrullo y es una de las principales razones de la respuesta negativa de los mercados. Es un error porque consigue reforzar un vínculo y una correa de transmisión negativa (lo que aquí llamamos un doom loop), que deberíamos romper a toda costa, entre deuda bancaria y deuda soberana.

La ayuda a los bancos no va a contar como déficit (algo positivo) pero sí que va a contar como deuda (se estima que aumentará la deuda en un 10% del PIB) y en un contexto en que ya hay preocupación sobre el volumen de la deuda (llegaría al 90% del PIB este año) y la capacidad del país de hacerla frente en un contexto de crisis y falta decrecimiento solo consigue echar leña al fuego. Además, esta ayuda no va a hacer casi nada para solucionar el problema de la falta de crecimiento (como no sea que ayude a que los bancos den más créditos, lo cual es dudoso). Sin crecimiento no habrá salida de la crisis.

Este vínculo entre deuda soberana y deuda bancaria es particularmente preocupante debido a que los bancos españoles son los principales tenedores de bonos del tesoro, lo cual aumenta aún más su vulnerabilidad en caso de una prolongación o intensificación de la crisis de deuda soberana. No nos puede sorprender por todo esto la reacción de los mercados, y más si recordamos que la salida de capital de nuestros bancos durante los tres primeros meses del año es casi equivalente a la de la ayuda que se va a ofrecer. Por último, hay dudas sobre la posibilidad de que se dé prioridad a ciertos acreedores en caso de default.

Todo esto viene a cuento por la experiencia de Grecia e Irlanda. En el caso griego, sus bancos no tenían problemas sustanciales al inicio de la crisis porque, como los españoles, no se habían involucrado en productos tóxicos y estaban bien capitalizados. Ha sido la crisis de deuda soberana la que les ha llevado a la ruina porque, como nuestros bancos con deuda española, son grandes tenedores de deuda griega, y la crisis de deuda soberana ha tenido un efecto devastador sobre el precio de sus acciones y ha aumentado dramáticamente su vulnerabilidad y, por consiguiente, la fuga de capitales. En el caso irlandés, como en España, los bancos se vieron muy afectados por la implosión del mercado de la construcción y la vivienda. Esto llevó al Gobierno irlandés a tomar la decisión de nacionalizarlos y, con ello, convirtieron un problema bancario en un problema de deuda soberana (que ha aumentado al 130% del PIB).

España debería de aprender de ambos errores y considerar el modelo de Alemania y Reino Unido, donde se implementaron leyes bancarias de resolución que les permitieron reestructurar sus bancos y crear nuevo equity reduciendo el de los accionistas, a la vez que daban a los depósitos asegurados prioridad para evitar fugas de capital, en vez de extorsionar a los contribuyentes.

Sigue sorprendiendo lo poco que aprendemos del pasado. Los líderes europeos parecen seguir empecinados en repetir soluciones fracasadas e insuficientes y a este paso van a conseguir lo que parecía imposible: cargarse el euro.

Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Suffolk en boston (Estados Unidos)

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