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El foco
Columna
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La España asimétrica

El autor llama la atención sobre las profundas desigualdades regionales que marca el paro. Su propuesta: flexibilizar el déficit, relanzar el crecimiento y un giro social

Las crisis económicas -y más si son de una profundidad y dimensión como la actual- generan desigualdades y disimetrías y arrastran, como principal consecuencia social y económica, el incremento de las tasas de desempleo. El paro constituye en España el principal problema social, político y económico: las encuestas de opinión pública lo sitúan en el primer plano de preocupación de los españoles y así se constata en la calle, se siente en las familias y lo viven en el país más de cinco millones de conciudadanos. Crisis económica, economía del miedo, paro y depresión social aparecen interrelacionados y acaban por retroalimentarse.

El problema del paro tiene diferentes dimensiones, la primera y más importante, la que nos permite medirlo, es la estadística, pero junto a ella hay que considerar cuatro perspectivas más, que son las verdaderamente importantes. Tales son la generacional, la social, la territorial y la económica.

La última encuesta de población activa (EPA) arroja una cifra de desempleados de 5,27 millones de personas, el 22,8% de la población activa, e informa también de que casi tres millones de empleos se han perdido desde el comienzo de la crisis. De otra parte, mientras que la mitad de los desempleados (2,6 millones) llevan más de un año sin trabajar, el 48,5% de menores de 25 años que quieren trabajar no encuentran lugar en el actual mercado laboral. Finalmente, 1,6 millones de familias tienen todos sus miembros en paro, hecho que implica para las mismas un fuerte riesgo de exclusión social. Pues bien, este creciente ejército de reserva se está convirtiendo en el más importante factor de crisis social.

En el plano territorial, el paro, cualitativa y cuantitativamente considerado, marca profundas desigualdades entre las diferentes regiones españolas. A tasas de paro en torno o inferiores al 15% en las regiones del norte de España (12,6% en el País Vasco; 13,8% en Navarra o 15,9% en Cantabria) se contraponen tasas que duplican a estas en el sur (Andalucía, 31,2%; Canarias, 30,9%, o Extremadura, 28,6%). De otra parte, territorios en otro tiempo prósperos, como Baleares o Comunidad Valenciana, presentan en la actualidad tasas de desempleo superiores al 25%. En valores absolutos, Andalucía (con 1.248.000 desempleados), Cataluña (con 775.000) y Madrid (con 635.000) suman el 50% del volumen total de parados del país. Así pues, desde la perspectiva territorial, un simbólico eje este-oeste que pasa por Madrid (la plaza de España) podría derivar hacia una sima norte-sur, que el país había conseguido ir superando a lo largo de los años de crecimiento económico -desordenado, pero crecimiento-.

En el plano generacional, nuestro país tiene frente a sí el grave problema estructural de integrar laboral y económicamente a la generación de jóvenes de menos de 30 años, que presenta los niveles de formación y cualificación más altos que España ha conocido y a la vez unos insoportables niveles de paro próximos al 50%. ¿Cómo es posible mantener unas tasas de paro juvenil cuasi magrebíes a pesar de haber tenido un comportamiento demográfico en las últimas décadas tan europeo, con índices de fecundidad que son de los más bajos del mundo? ¿Cuál sería la situación de nuestros jóvenes en el marcado laboral si se hubieran mantenido los niveles de fecundidad de los años setenta, incluso de los ochenta? Esta paradoja explica que 60.000 españoles, mayoritariamente universitarios, hayan engrosado el último año la emigración exterior, dato que puede marcar el principio de un nuevo ciclo migratorio en nuestro país.

En el plano social, el costoso y largo proceso de nuestra historia reciente había permitido construir una estructura social en forma de linterna china con las clases medias como grupo mayoritario y dominante. Sin embargo, la crisis puede hacer que esta estructura adopte progresivamente forma de clepsidra o diábolo, con dos grupos, desiguales en volumen, cada vez más polarizados y una clase media progresivamente debilitada, reflejo del acelerado proceso de dualización social. Como recordaba en un reciente artículo Joaquín Estefanía, ahora ya no se habla del aburguesamiento del proletariado, sino de la proletarización de las clases medias. Unos pocos pero significativos datos lo corroboran: desde el año 2000, 900.000 ciudadanos de clase media han pasado a formar parte de los segmentos más desfavorecidos, entre tanto las minoritarias clases altas se han triplicado; en el otro extremo social, el 60% de los trabajadores está por debajo del umbral de los 1.000 euros, y de ellos, un tercio pueden considerarse que están en el umbral de la pobreza y un quinto son extremadamente pobres. La tendencia es a que este proceso se mantenga en el tiempo, se extienda y se profundice.

En el plano económico, la crisis ha conseguido lo que los años de democracia y desarrollo habían impedido: que las rentas empresariales sean en la actualidad superiores a las rentas salariales, tendiendo estas curvas a distanciarse a favor de las primeras, al alimentar la crisis el círculo vicioso de falta de crédito, contracción de la producción, de la comercialización y del consumo de bienes y servicios, cierres de empresa, regulaciones de empleo, paro y empobrecimiento social.

El actual despotismo económico ilustrado (todo para la sociedad pero sin la sociedad) parece haberse impuesto en nuestro país, que aparece gobernado por la definida por Jordi Muixí como la "extrema derecha económica". Sin duda, la cultura del tener y no de ser en la que parecemos estar instalados, favorece esta forma de gobierno, aunque esta forma de gobernar genere más paro, aumente las desigualdades sociales y territoriales y profundice aún más la sima entre generaciones.

¿Dónde está la economía que se plantea como objetivos crear riqueza sin engendrar pobreza, que vela por la autorregulación de los mercados y el sostenimiento de un sistema financiero no especulativo, que promueve fondos de inversión socialmente responsables y contribuye al desarrollo sostenible en lo social y en lo ambiental con el objetivo de crear empleo estable que favorezca la cohesión social y contribuir al aumento del bienestar social y a la sostenibilidad ambiental y de los recursos?

En la crisis a la que se enfrenta España, más global y sistémica que ninguna otra conocida, hay muy pocos vencedores: el capital financiero y las clases altas, y demasiados perdedores: el creciente ejército de desempleados, que podría al alcanzar los seis millones a final de este año, los jóvenes, los territorios menos competitivos y una clase media cada vez más depauperada y debilitada. Para hacer frente a esta situación, la flexibilización del déficit, el relanzamiento del crecimiento y un giro hacia una España social tal vez no se vean como alternativa económicamente posible para el primer grupo, pero son las únicas socialmente aceptables para la inmensa mayoría.

Pedro Reques Velasco. Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria

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