Los predadores de empresas
Las empresas pueden haber dejado a sus vigilantes, pero siguen indefensas. El variado jardín contra las tomas de control de compañías, incluidos los planes de derecho y los anuncios clasificados, está desapareciendo en Norteamérica. Esto debería facilitar, aparentemente, que el predador se pueda hacer con su presa, sobre todo en un mercado deprimido. Las empresas deseadas, sin embargo, se están defendiendo cada vez más de los pretendientes hostiles.
Los vigilantes del gobierno corporativo han tenido una carrera exitosa. Las poison pills (estrategias para impedir la compra hostil de una empresa), defendidas por el jurista Marty Lipton en la década de 1980, se están extinguiendo. En 2002 estaban vigentes en el 60% del índice de S&P 500, reducido a menos del 20% a finales del año pasado, según FactSet SharkRepellent. Y menos de la mitad de estas corporaciones disponían de consejeros encargados de esta estrategia -otra medida de defensa- frecuente hace tan solo ocho años.
Menos poison pills, sin embargo, no ha significado menos veneno. Carl Icahn lo descubrió cuando trataba de comprar el estudio cinematográfico Lionsgate, en Vancouver. La regulación canadiense anuló el intento de la compañía, como un veterano invasor, elevando su participación en l empresa al 38%. Así, Lionsgate hábilmente convirtió 100 millones de dólares de deuda en acciones apoyado por un miembro del consejo que se mostró mucho más amigable que la dirección.
La cadena de librerías de EE UU Arnes & Noble aprobó un mecanismo de defensa asimétrica para bloquear el control de rastreo del activista Ron Burkle. Bajo sus estatutos, ningún inversor individual puede poseer más del 20% de la compañía. En este caso se refería al presidente, Leonard Riggio que controla el 29%.
Las píldoras, a menudo, atrincheran a la dirección a expensas de los accionistas. Pero en la forma correcta, pueden ser utilizadas para obtener un precio mayor de un pretendiente. Esto podría ser útil con precios de acciones deprimidas que inspiran a mayores ofertas hostiles.
Jeffrey Goldfarb