Confianza, divino tesoro
Nadie me ha contado la historia porque, como diría la copla, "lo presenciaron mis ojos ": Hace unas semanas, en el habitual y veraniego mercadillo de un pueblo costero del levante andaluz, un policía municipal de uniforme se acerca a un puesto donde se venden de tapadillo bolsos a buen precio. Todo el mundo sabe que las mercancías, aunque lo disimulen hasta en sus mínimos detalles, son una falsificación, burdas copias de las famosas marcas que aparentan y, claro, cuando veo hablar al policía con el subsahariano vendedor pienso con lógica y madurez ciudadana que la ley es la ley, y me pongo en lo peor: la inmediata requisa de los artículos y el desmantelamiento del puesto de venta. ¡Que te lo has creído!
El agente de la autoridad quiere regalarle a su novia un determinado modelo de bolso (CH, Gucci, Dior, que más da, hay para todos los gustos) y, como no lo tiene a mano en la "exposición", el vendedor se ofrece a buscarlo en el cercano almacén; el joven policía, que acepta la oferta, monta guardia en el puesto durante la ausencia de su titular y, feliz, se hace en unos minutos con la mercancía que buscaba -falsa de toda falsedad- a un precio de mercadillo que paga religiosamente. Naturalmente, el vigilante policía y el vendedor acaban como amiguetes
Más allá de la anécdota, que también, digo yo si este sucedido no será un ejemplo de andar por casa de eso que, pomposamente, hemos convenido en llamar "alianzas público-privadas": un método para conseguir determinados objetivos a partir de la participación coordinada de diferentes actores. Eso antes no ocurría, ni era necesario, porque cada instancia se ocupaba de lo suyo y todos tenían claro su papel. Por ejemplo, el artículo 13 de la Constitución Española de 1812, la famosa Pepa gaditana, recogía textualmente: "El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen". Tal cual. A lo mejor, en este texto del XIX podría encontrarse el origen de lo que más tarde daría origen a la cómoda teoría del todopoderoso "Papá Estado" en el siglo XX.
Como el hombre sólo es rico en hipocresía, la cuestión es saber si hacer las cosas entre todos, la llamada multilateralidad -que precisa, sobre todo, un plus de generosidad- tiene porvenir o, como algunos piensan, es sólo una quimera porque, al final, a los humanos siempre nos pueden la presunción, el afán de aparentar y los malditos egoísmos, y nos olvidamos casi siempre de asumir responsabilidades, y de compartirlas ni te cuento.
Al hilo de estas reflexiones, analizo un interesantísimo y reciente informe (Estudio European Mindset, cuya lectura recomiendo), de la Fundación BBVA, una investigación basada en una encuesta a 21.000 personas de 14 países diferentes, todos europeos, excepto Turquía. El estudio, entre otros aspectos, examina el mapa de intereses de los europeos y el nivel de confianza interpersonal y la confianza en grupos e instituciones. Hay sorpresas, claro, y nadie obtiene un sobresaliente. En escala de cero (lo peor) a diez, y a la pregunta ¿en qué medida le inspiran hoy confianza los siguientes grupos sociales y profesionales?, resulta que los encuestados, con un notable, confían sobre todo en médicos, maestros y científicos; también, en los policías (6,3), y hasta en los funcionarios, con un aprobado raspadillo (5,2). Aprueban sin más, con un cinco, los empresarios, que deberían transmitir confianza y credibilidad en altas dosis; y suspenden periodistas (4,8) y políticos, que ocupan el último lugar en la lista, con una calificación de 3,4, y a los que -no hay que olvidarlo- los ciudadanos confiamos la gestión de los asuntos públicos esperando que los resuelvan con firmeza y seguridad, y que en esa digna tarea se ocupen/preocupen más allá de sus repetidas declaraciones de amor a la función pública y "desinteresado" servicio a los demás.
Ni los políticos ni los hombres de empresa (y lo hemos dicho alguna vez) están para crear problemas, aunque muchas veces se empeñen en demostrar lo contrario, y se olviden de que la confianza reduce la incertidumbre, favorece la cooperación y permite la interacción social. Pero para conseguirlo hace falta una actitud sincera, sin egoísmos y con la verdad por delante; y trabajar mucho, hombro con hombro, que es lo que ahora toca sin excusa alguna. En el inicio del nuevo curso, y en medio de todos los despropósitos que padecemos cada día, a lo mejor nos puede ayudar para encarar el futuro una hermosa reflexión, de plena actualidad, que Albert Camús supo regalarnos en su Calígula.
En una escena memorable, el protagonista -lúcido por una vez- pregunta a Quereas "¿crees que dos hombres con un alma y un orgullo similares pueden, cuando menos una vez en la vida, hablarse con el corazón en la mano, como si estuvieran desnudos uno frente al otro, prescindiendo de los prejuicios, de los intereses particulares y de las mentiras en que viven?".
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre