Reforma financiera
Todo parecía valer. No había límites, se despreciaba la aversión al riesgo, el encorsetamiento legal, supervisor y regulador. Regulaciones ineficaces, superficiales, supervisiones ausentes. El mercado y la economía eran otra cosa. Dinero a espuertas, sin escrúpulo. El sistema no podía fallar, y sin embargo no sólo falló, se derrumbó estrepitosamente.
El Estado y los Gobiernos cayeron unos tras otros en las redes de la autocomplacencia, el silencio, guardando una pusilánime y política pasividad. El político gobernante miraba hacia otro lado. Se veía bien. Las viejas normas sólo eran eso, viejas, obsoletas, ancladas en parámetros que todos sabían insuficientes. Nada tenía por qué ser cambiado. Era la economía, para los necios oídos y los ciegos ojos de los que no querían ni ver ni escuchar. Era el portaestandarte de la cultura de la irresponsabilidad, de la rápida especulación y la volatilidad absoluta. La hora de los triunfadores, de los cómplices silenciosos de esos triunfos. La rápida burguesía financiera. El riesgo, siempre el riesgo.
Parece que ahora, en el embate más fiero de esta crisis financiera, económica, laboral y social, las autoridades están dispuestas a reformar toda la regulación financiera. A hacer los deberes, tardíamente, sí, pero hacerlos. La máxima siempre demagógica y que nunca debería estar ausente, la protección del consumidor, la información, la transparencia, una mayor rigidez en el control, la fiscalización y la supervisión. Sólo así se puede sanear lo viciado. El viejo aforismo dejar hacer, dejar pasar, ultramontano y liberal, se aparca por el momento. Hay o debe haber una cultura de la responsabilidad, la misma que siempre debió de existir, la única capaz de generar confianza, credibilidad en los mercados.
La avidez, la liquidez y dinamicidad de los mercados no es incompatible con una mayor transparencia, un mejor análisis e información del verdadero riesgo asumido por el inversor, también consumidor. Las fallas del sistema, como también sus fallos, son evidentes. También lo son las enormes inercias y recelos al control e intervención del Estado, verdadera piedra de toque en algunos sistemas políticos donde el Estado o el Gobierno federal siempre ha quedado al margen salvo cuando la crisis del sistema pone en peligro todo el edificio económico.
Estados Unidos quiere romper con una de sus tradiciones más sagradas, la no intervención de los Gobiernos, del Estado. Y es que ya se sabe, maximización de la riqueza y el beneficio por unos pocos, socialización de las pérdidas por todos. El Estado no puede seguir siendo un mero convidado de piedra, un espectador silente y conformista, galvanizado por la nada misma. Ha llegado la hora de regular con eficiencia los mercados financieros, con controlar y supervisar, con buscar ratios de solvencia y liquidez, garantías suficientes, información y transparencia al inversor y al consumidor. Primera lección de manual. Ha llegado un tiempo donde ya no se puede no hacer nada. ¿Y Europa? Siempre tarde y a remolque de los otros.
Abel B. Veiga Copo. Profesor agregado de Derecho Mercantil de Icade