Por un pacto de rentas
La crisis del mercado de trabajo es cada vez más evidente. Los datos del último trimestre de 2008 así lo ponen de relieve, y lo rubrican los del paro y la afiliación del pasado febrero. Es cierto que es probable que parte de la reducción en la afiliación encubra un rebote de la economía sumergida. Y también lo es que una parte, no menor, del incremento del desempleo procede de los nuevos activos (la mitad del aumento interanual en el último trimestre de 2008, unos 650.000 de los 1,2 millones de parados).
Pero aun siendo cierto lo anterior, no lo es menos que la destrucción de ocupación se ha acelerado notablemente. De hecho, en marzo y en junio del pasado año todavía se estaba creando ocupación (del orden de 330.000 y 38.000 puestos de trabajo, respectivamente) y en septiembre la destrucción era, todavía, moderada (-174.000).
En este contexto, cabe esperar que en 2009 se acentúe la pérdida de ocupación, a la que se sumará el colectivo inmigrante, que hasta el último cuarto de 2008 todavía aumentaba su empleo. Adicionalmente, tanto en nativos como en inmigrantes, lo previsible es un mantenimiento de las importantes incorporaciones netas de nuevos activos que, en un contexto de pérdida de empleo, van, e irán, directamente a engrosar las filas del desempleo. Este fue el caso de la inmigración en 2008, que contempló un espectacular aumento de la tasa de paro, desde el 11,9% al 20,3%, entre el cuarto trimestre de 2007 y de 2008, aun cuando la creación neta de ocupación fue, como se ha indicado, ligeramente positiva.
Por tanto, nos enfrentamos a un par de años muy complejos, con aumentos notables en la tasa de paro, tanto por la fuerte destrucción de empleo como por la continuación de los procesos de entrada de nuevos activos.
Ante esta situación, ¿qué podemos hacer? Vaya por delante que no hay solución mágica. Por tanto, lo que pueden proponerse son medidas parciales, que permitan hacer frente a los aspectos más duros de la situación actual y, en especial, salir reforzados de esta crisis.
Estas medidas deberían afectar al sector público y a los agentes sociales. Por lo que se refiere al primero, parece que hubiera debido proponerse la congelación salarial de los empleados de la Administración en 2009. Estos disponen de la estabilidad en el empleo que es el bien más preciado hoy en el país. Por ello, para 2010, debería contemplarse hasta qué punto, en el contexto de pérdida de empleo antes descrito, tiene sentido contener el crecimiento de la masa salarial o, incluso, congelarla. La liberación de fondos públicos que esta medida generaría podría destinarse a financiar el creciente peso de los subsidios de paro sobre el presupuesto. O al aumento de las ayudas sociales que, a medida que vayan terminándose aquéllos, va a ser necesario instrumentar y ampliar.
A sindicatos y patronales hay que pedirles, hay que exigirles, amplitud de miras. Hay que ajustar los aumentos retributivos a las duras condiciones actuales, en especial en un contexto inflacionario impensable hace un año. Al igual que hay que incluir en el debate de las relaciones laborales del país la asimetría entre el tercio de asalariados con contrato temporal (los únicos que están sufriendo los efectos de la pérdida de empleo hasta hoy) y los dos tercios con contrato indefinido.
En tercer lugar, si queremos impulsar el crecimiento de la productividad, también hay que plantearse su necesaria vinculación al crecimiento salarial. Finalmente, si los trabajadores tienen que aportar su esfuerzo para ayudar a salir del embrollo actual, las patronales deberían estimular la presencia y participación de los organismos sindicales en la definición de la estrategia empresarial y en la distribución de sus beneficios. Esfuerzo y participación son parte de un mismo binomio, difícilmente separable.
La situación actual, y las complicaciones que parecen avecinarse, obligan a repensar la política de rentas. Continuar, como los avestruces, como si nada estuviera pasando, no augura nada bueno, ni para el empleo ni para el futuro del país. Es la hora del esfuerzo colectivo, del sacrificio y, en especial, de la altura de miras. Si fallamos, que nadie se llame a engaño, habrá sido por nuestra culpa.
Josep Oliver Alonso. Catedrático de economía aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona