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Columna
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Se puede hacer

Una excelente película italiana narra, con el título de este artículo (Si puó fare) la historia de un sindicalista que es destinado a dirigir una cooperativa de discapacitados psíquicos, y que consigue convertirla en un grupo de trabajo de éxito, en una actividad para la que sus integrantes resultaban particularmente capacitados (la instalación, con diseños artísticos, de pavimentos de madera). Y además, consigue que todos los componentes del grupo interioricen los principios del funcionamiento cooperativo.

He traído a colación el título de la película porque, en relación con el empleo, parece que prevalece, en el mundo político y sindical, la actitud de que nada se puede hacer. Sólo cabe esperar que cambie la coyuntura, y mientras tanto habríamos de resignarnos a tasas de desempleo que pueden alcanzar, o superar, el 20%. Y, sin embargo, creo que también aquí se puede hacer.

El análisis de los resultados de la última EPA, correspondientes al último trimestre de 2008, pone de manifiesto la característica fundamental, en mi opinión, de la actual crisis del empleo: la velocidad con que se deteriora la situación. No es tanto la gravedad de dicha situación, que por supuesto también, sino la velocidad e intensidad con que empeora lo que debe preocuparnos.

Hemos estado, sin duda, peor. Pero no hemos conocido una dinámica como ésta. Las mejoras trabajosamente conseguidas a lo largo de 12 años, en cuyo origen se encontraba la apuesta por la estabilidad macroeconómica y la contención o rebaja de la presión fiscal, se han esfumado en un año. Y frente a eso, la acción política parece funcionar, bien a golpe de ocurrencias, bien confiando en el poder de las palabras. Primero, negando la crisis, después renombrándola de diversas maneras, y finalmente afirmando, sin mayor fundamento, que el momento de su final está cerca y que todo volverá a ser como antes.

Dontancredismo puro. Del que se han contagiado también, por cierto, los sindicatos. Como no se entiende muy bien lo que está pasando, ni por qué hemos llegado donde hemos llegado, se confía en que, como todo, pasará (y mientras tanto, basta con mantener o aumentar la protección social). Vendrá la recuperación internacional, otras economías tirarán de la nuestra, volveremos a crecer y a crear empleo. Y, quién sabe, igual volvemos a ser el asombro del mundo y el equipo revelación en la liga mundial de campeones económicos.

Sin embargo, no vamos a volver a tener una etapa de crecimiento de la actividad y del empleo basada en los mismos fundamentos que la que hemos tenido. Confiar en que todo pasará y volverá la normalidad es desconocer lo poco que sabemos con certeza acerca de la situación actual. Nuestra economía sufre de males estructurales que es necesario afrontar y que ninguna etapa de prosperidad económica internacional va a conseguir tapar como hasta ahora.

Estamos a las puertas de un grave problema social. Es más peligroso el bienestar perdido que la pobreza arrastrada. La vuelta a los orígenes es mucho más dura que la lucha por salir de ellos. También por eso la inactividad no tiene justificación de ningún tipo. Hoy, más que nunca, las reformas económicas y sociales tienen que formar parte de las grandes cuestiones de Estado.

Sólo podremos aprovechar la prosperidad económica que vendrá si tenemos unas bases sólidas en términos de cuentas públicas saneadas y de formación de la población. Y el camino que se está siguiendo, en cuanto a la primera, es el contrario del que se debe seguir. Y en cuanto a la segunda, la vuelta de timón hacia un sistema educativo basado en el esfuerzo, en la calidad, en el rigor, en la exigencia y en la disciplina, es de las cosas más urgentes que tendríamos que afrontar.

Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, pero admitiendo que nos hemos empobrecido (y como ese empobrecimiento relativo no se puede reflejar en el tipo de cambio de la moneda, ha de tener un reflejo razonable en la valoración de activos y en las rentas obtenidas, salariales y no) y aplicando esfuerzo, sacrificio y trabajo, podremos volver a recuperar parte de lo perdido.

Para ello necesitamos apostar por la estabilidad macroeconómica (con una decidida contención de un gasto público desbocado), por la disminución de la presión fiscal y por una baja inflación, que debe apuntar sobre todo a los servicios y a la insuficiente liberalización de los mismos.

Hay Administraciones que son auténticas máquinas de gastar y otras que siguen dificultando la remoción de los obstáculos que impiden una mayor competencia y liberalización de las actividades económicas. Si para ello hay que revisar el Estado de las autonomías, habrá que revisarlo.

En el ámbito laboral, habremos de sentar nuevas reglas de juego. Seguir a estas alturas pensando en medidas de emergencia para capear el temporal es no saber dónde estamos. La protección de los derechos de los trabajadores no puede hacerse como si estuviéramos, todavía, en la economía de los años sesenta y setenta. Basta leer el último libro de Robert Reich, Supercapitalismo, para comprender el alcance del cambio de escenario. La tutela social y de los derechos laborales, que es un objetivo irrenunciable, debe perseguirse en un marco muy distinto, tanto en lo que se refiere a la negociación colectiva como a la regulación de las más importantes instituciones laborales.

Hacer el Don Tancredo está bien para el espectáculo, pero no garantiza más, sobre todo si los toros son cada vez más y con más malas ideas, que un buen revolcón.

Federico Durán López. Catedrático de Derecho del Trabajo y socio de Garrigues

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