Las lecciones de la crisis actual
Tras diez años de existencia, la manera en que el BCE ha abordado las consecuencias de la crisis de las subprime para el mercado europeo lo confirmaba claramente como actor importante y constante de la política monetaria. El BCE había superado ya el reto de la credibilidad al dominar su tarea de estabilizar los precios durante más de una década, pero su actuación durante el caos financiero ha aumentado aún más su legitimidad y su reconocimiento internacional. Esto justifica que se abogue por la concesión al BCE de más competencias, pero también por un fortalecimiento del Eurogrupo, el homólogo del BCE encargado del otro brazo de la Unión Monetaria Europea: la política económica.
Respecto al primer punto, la actual crisis ha demostrado que carecemos de un modelo de supervisión capaz de vigilar a los grupos transfronterizos y de mantener el ritmo de las rápidas evoluciones e innovaciones del mercado. Por lo tanto, necesitamos reforzar y reformar fuertemente nuestra arquitectura de supervisión, teniendo en cuenta que debería perseguir el objetivo de la estabilidad financiera y no meramente facilitar la actividad de un puñado de grandes empresas. El trabajo iniciado bajo la presidencia de Jacques de Larosière, ex director general del FMI, debería aprovecharse para reflexionar sobre el lugar que debe ocupar el BCE en esta futura arquitectura de supervisión. Creo firmemente que no se puede esperar que el BCE sea de hecho un prestamista de último recurso sin que se le atribuya la facultad de revisar los libros de los bancos a los que supuestamente debe ayudar.
Por eso es necesaria una firme asociación del BCE a cualquier futuro modelo de supervisión, para garantizar también que se alcance un equilibrio entre el enfoque macroprudente y el microprudente. En mi opinión, la mejor solución sería introducir un Sistema Europeo de Supervisores Nacionales, como sistema supervisor integrado, similar al Sistema Europeo de Bancos Centrales (Sebca), con una función clara para el BCE.
Respecto al segundo punto, hay que admitir que la actual situación nos recuerda dolorosamente el talón de Aquiles de la zona euro: su falta de coordinación económica y de instrumentos de intervención a la hora de dominar una crisis y apoyar a la economía. Cuando el Gobierno de Bush decidió en enero salir al rescate de su economía con una serie de medidas fiscales, quedó claro que en el otro lado del Atlántico nos faltaba esta herramienta para complementar la política monetaria. Por aquel entonces todavía creíamos que la economía europea podría desvincularse de la recesión estadounidense. La estrategia del BCE al principio de la crisis de centrarse en las inyecciones de liquidez y al mismo tiempo mantener los tipos de interés fue incluso bien recibida como respuesta sensata que contrastaba con los importantes recortes de tipos de la Reserva Federal.
Hoy vemos que lo de la desvinculación era pura fantasía. Entre agosto de 2007, cuando se desató por primera vez la crisis de las subprime en Estados Unidos, y mediados de septiembre de 2008, cuando golpeó a Europa, los Gobiernos se abstuvieron de tomar medida alguna y dejaron que el BCE afrontara por sí solo los efectos de la crisis mediante su política de liquidez. Sólo cuando la crisis de liquidez se había convertido en una crisis de solvencia y los instrumentos de la política monetaria habían alcanzado sus límites, los Gobiernos no tuvieron más remedio que tomar medidas, al nivel político más elevado. Me alegró la primera reunión de jefes de Estado y de Gobierno del Eurogrupo convocada el 12 de octubre por Nicolas Sarkozy, porque es algo que yo llevaba años postulando. Pero la multiplicación de cumbres extraordinarias e iniciativas que ahora contemplamos no compensa la falta de coordinación real. La gestión de la crisis y los paquetes de rescate de los bancos parecen permanecer principalmente en manos de la política y las haciendas nacionales, lo cual no crea las condiciones para una recuperación sostenible de la confianza en los mercados.
En lo que respecta al futuro, creo que las cuestiones del aumento de la inflación y de los tipos de interés plantean un reto tanto para el BCE como para los países miembros, que deberían ejercer plenamente las competencias que el Tratado les atribuye. Se suponía que el euro debía proteger a sus miembros de las fluctuaciones internacionales y servir de estabilizador. La actual crisis demuestra que esta estrategia ha funcionado. Por consiguiente, el mismo objetivo debería regir nuestra política de tipos de cambio, ya que la zona euro no puede mantenerse de brazos cruzados frente a otras economías que utilizan su moneda como herramienta al servicio de su política comercial.
Tras diez años de existencia y con la experiencia actual de una crisis severa, tanto la UEM como el BCE han demostrado su valía, pero ha llegado la hora de adaptarse a nuevos retos y de asumir la responsabilidad en el plano mundial. Esto significa que el BCE no tiene que sentirse amenazado por la aparición de un verdadero homólogo político en forma de Eurogrupo, y que los países miembros deben asumir su responsabilidad.
Pervenche Berès. Presidenta de la Comisión de Economía del Parlamento Europeo