El BCE roza sus límites
En junio de este año, el Banco Central Europeo celebraba al ritmo de Mozart y Bizet su décimo cumpleaños. Un mes después, quién sabe si llevado por la euforia de los festejos o la arrogancia de una década de éxitos, cometió la osadía de elevar un cuartillo (hasta el 4,25%) los tipos de interés a pesar de la evidente ralentización económica de la zona euro.
Las demostraciones de fuerza, como la que hizo Fráncfort frente a los Gobiernos que le pedían una relajación de la política monetaria, tienen un riesgo. Si fracasan, se convierten en señal de debilidad. Y en el caso del BCE, el error de julio ha puesto en la picota de analistas y comentaristas desde la capacidad técnica del emisor para calibrar adecuadamente la inflación hasta su aparente obsesión con la estabilidad de los precios al margen de otras consideraciones.
Y entre las voces críticas ya no militan sólo los habituales euroescépticos o los partidarios de someter al banco a un control político. El coro es mucho más amplio y parece coincidir en que el modelo de gestión del BCE empieza a rozar sus límites.
Para desgracia de Fráncfort, el debate coincide con una de las mayores crisis financieras de los últimos 60 años y, sin duda, la mayor que ha vivido la zona euro en sus 10 años de existencia. Unas turbulencias que han confirmado la debilidad del entramado institucional en la supervisión de los mercados financieros tanto en la UE como en el resto del planeta.
Si la respuesta a la crisis pasa por renovar todo el orden internacional, como defenderá Europa en la cumbre de Washington del próximo día 15, parece difícil que el BCE se libre de una revisión de su mandato. Su única defensa contra esa intervención, como explica una fuente veterana del Consejo europeo, es que 'es una institución demasiado joven y nadie se atreve a tocarla'.
Pero con esta crisis financiera ninguna institución es ya intocable. Sobre todo, si surgen dudas sobre su eficiencia y credibilidad. 'Los logros del BCE han desafiado hasta ahora los puntos de vista pesimistas de sus críticos ( ) pero no han respondido a las esperanzas optimistas de sus defensores', ha señalado Petra M. Geraats, de la Universidad de Cambridge, en un estudio publicado por la dirección general de Asuntos Económicos de la Comisión Europea.
El informe de Geraats (junio 2008) no deja lugar para la complacencia y describe un Banco central opaco, incapaz de lograr su propio objetivo de inflación y con una credibilidad que no ha dejado de erosionarse durante sus 10 años de vida.
Por supuesto, no todos los análisis son tan negativos para la entidad. Y el propio BCE, en el balance de su primera década, defiende su labor subrayando que la inflación se ha mantenido sólo ligeramente por encima de su objetivo del 2% y significativamente por debajo de las cotas que muchos de los socios soportaban antes de la unión monetaria. Fráncfort también recuerda que durante sus primeros 10 años de gestión el precio del barril del petróleo ha pasado de los 10 dólares de 1999 a rozar los 150 dólares durante este año, además, de importantes incrementos en los precios de otras materias primas y, en particular, de muchos alimentos.
Pero más allá de los aciertos o errores de la política monetaria, el consenso académico apunta a que la segunda década del BCE requerirá una profunda revisión de su labor, a nivel jurídico y técnico. La voluntad política para llevar a cabo las reformas también parece ganar peso por momentos.
Entre los posibles cambios, se apuntan principalmente cuatro. En primer lugar, la interlocución política del BCE parece llamada a intensificarse y a elevar su rango. Hasta ahora, el presidente del banco se limitaba a asistir a la reunión mensual de los ministros de Economía y Finanzas de la zona euro. Pero la cumbre de la zona euro del pasado 12 de octubre en París, con presencia de los 15 primeros ministros y de Jean-Claude Trichet, ha sentado un precedente que parece llamado a repetirse.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ya se ha declarado sorprendido de que en 10 años de unión monetaria el presidente del BCE no se hubiera reunido ni una sola vez con los máximos dirigentes de la zona euro.
La entidad también parece condenada a claudicar, tarde o temprano, en su resistencia a publicar las actas de las reuniones del Consejo de Gobierno donde fija los tipos de interés. Trichet, y su antecesor Wim Duisenberg, se han resistido a esa medida de trasparencia por temor a que se realice una interpretación desde el punto de vista de los intereses nacionales sobre el voto de cada gobernador presente en el Consejo. Pero a medida que se consolide el carácter federal de la institución esa inquietud quedará superada.
A nivel técnico, el BCE, probablemente, tendrá que refinar su definición de estabilidad de precios y la zona euro su concepto de inflación. La primera se define ahora como un incremento interanual del índice armonizado de precios al consumo por debajo, pero próximo al 2%. Una definición tan vaga como incumplida. De hecho, los mercados parecen asumir que el BCE se conforma con mantener la inflación por encima, pero próxima, al 2%, e incluso tolera desviaciones temporales hasta del 4% como las vividas durante este año.
Pero el propio método de cálculo de la inflación tal vez tenga que ser revisado en la zona euro. Entre otras cosas, porque, a diferencia del IPC estadounidense, sigue sin reflejar el coste de la vivienda en propiedad.
Más complicados, pero no imposibles, serán los retoques al mandato del BCE para recoger de manera explícita el crecimiento y la creación de empleo como objetivos paralelos a la estabilidad de precios. Algunos expertos creen que si el Tratado de Lisboa llega a entrar en vigor, esa revisión será más factible, porque el BCE pasará a ser una institución comunitaria. Independiente, claro; pero dentro ya del entramado institucional de la UE.
La revisión del mandato del BCE también podría ser la oportunidad para reformar la supervisión del sector bancario en la UE, al menos, de las entidades con una importante cuota de negocio transfronteriza. La mayoría de los expertos cree que el futuro órgano encargado de supervisar a ese tipo de entidades, si llega a crearse, debería mantener una relación orgánica muy estrecha con el emisor.
La presencia de una supervisión supranacional más estructurada evitaría la sensación de desamparo que el BCE ha dado durante la actual crisis. El Banco ha inyectado cientos y cientos de millones de euros para mantener la liquidez del sistema pero con resultados bastante escasos. Como ha indicado Mervin King, gobernador del Banco de Inglaterra, el huracán financiero de este año ha dejado claro que las inyecciones de liquidez 'son esenciales para ganar tiempo pero no solucionan, ni lo harán nunca, una crisis bancaria'. La próxima crisis necesitará un BCE más sofisticado y muy por encima de sus actuales límites.