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Columna
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De gasoductos y nacionalismos

La próspera globalización requiere un compromiso global y soluciones pacíficas para sus disputas. La invasión rusa de las provincias rebeldes georgianas de Osetia del Sur y Abjazia amenaza este modelo tan altamente exitoso.

Rusia está en buena posición para absorber a estas dos regiones poco pobladas y montañosas. Pero aunque se abstenga de una invasión o de un cambio forzado de régimen en la misma Georgia, el mundo debe reconciliarse con el régimen ruso que está claramente preparado para usar la fuerza con el fin de extender su influencia entre sus vecinos.

A corto plazo, una Rusia más firme amenaza la seguridad energética europea. El gasoducto de Baku-Tbilisi-Ceyhan, construido para proveer a Europa de una alternativa a Rusia, pasa por Georgia. Si Rusia lo controla, se reforzará el dominio de Gazprom sobre los suministros de gas natural en Europa. Un acuerdo de exclusividad de suministro con Libia estrecharía el lazo. Los sucesos en estas montañas aisladas podrían tener implicaciones económicas funestas a largo plazo, si hay demasiados países que sigan el ejemplo militar nacionalista de Rusia. El miedo y los intereses políticos remplazarían entonces el aperturismo y el principio guía del comercio internacional. El resultado sería un declive pronunciado en comercio y en prosperidad. Eso es lo que ocurrió cuando el nacionalismo y el militarismo suplantaron el internacionalismo en los años 30. En palabras del columnista del New York Times Thomas Friedman, el mundo dejaba de ser llano.

La UE y EE UU no parecen faltos de voluntad y capacidad militar para intervenir en el Cáucaso. Pero hay algo que pueden hacer para reducir las opciones de que las fuerzas anti-llanas triunfen.

Rusia es todavía un país relativamente pobre. Su arrogancia militar depende de los enormes beneficios de las exportaciones de petróleo y gas. Si el precio del petróleo cayera hasta el coste de producción marginal mundial -cerca de 50 dólares por barril-, la habilidad de Rusia para costearse movimientos fuera de sus fronteras estaría limitada.

Junto con la reducción del consumo, un dinero más apretado ayudaría a rebajar los precios del petróleo. Si los banqueros centrales se preocuparan más de los precios de los recursos y menos de las recesiones domésticas, incrementarían las políticas sobre los tipos de interés. Las expectativas de una reducción regular de los beneficios sobre las materias primas ayudarían a hacer de la invasión rusa una falsa alarma de los tiempos oscuros.

Por Martin Hutchinson

Con olor a pólvora

Un mes es mucho tiempo en el mercado de petróleo. Supongamos que el conflicto entre Rusia y Georgia hubiese empezado el 8 de julio en vez del mismo día de agosto. Las noticias de que tropas amenazasen un país que acapara el 1% del crudo mundial que se transporta por mar habría hecho cundir el pánico.Porque en julio el precio del barril rondaba los 144 dólares, y se había incrementado un 40% en tan solo tres meses. Una crisis militar que involucre a Rusia habría reforzado las preocupaciones sobre la seguridad del suministro en un mundo sediento de petróleo. El precio habría sobrepasado los 150 dólares con toda seguridad y los expertos habrían vaticinado los 200 dólares en semanas o meses.Pero ahora todo es diferente. El petróleo no se disparó el día del inicio de las hostilidades, apenas 4 dólares el barril hasta los 116. Un fin de semana de titulares alarmantes pararon la caída, y el precio se movía apenas un dólar al inicio de la jornada de ayer lunes. La tendencia bajista parece lo suficientemente sólida para que no se pare por un susto, incluso cuando está tan justificado como en esta ocasión.Un crudo mucho más barato debería fomentar un mundo realmente menos inestable. Los inmensos beneficios que las exportaciones de hidrocarburos han reportado a Rusia -por no mencionar a Irán, Arabia Saudí y Venezuela- han pesado sobre el escenario internacional. Una caída del 20% no es suficiente para cambiar el balance geopolítico. La máquina militar rusa continuará bien engrasada, por decirlo de alguna manera.Los agoreros del precio del crudo, que esperan precios más altos en un futuro indefinido, encaran una amenaza más seria. Cierto que ellos pueden recordar una situación de caída del precio reciente, del 35% en la segunda mitad de 2006, de 77 a 50 dólares el barril. Pero si el olor a pólvora no es suficiente para frenar las ventas, quizá esta vez podría ser diferente.Por Edward Hadas

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