Vuelos de alto riesgo en Wall Street
El peligro del desconocimiento. La crisis de las 'subprime' ha puesto de manifiesto el riesgo de los vehículos financieros sofisticados que son difíciles de comprender para una gran mayoría. Ponerles coto legal no parece la solución, aunque sí se demanda un mayor control por parte de los reguladores
Se creyó el amo del mundo y se estrelló. Uno de los relatos mitológicos más célebres cuenta como el arquitecto Dédalo y su hijo Ícaro escaparon del laberinto de Creta -levantado por el propio Dédalo- por medio de un armazón de plumas sujeto con cera. La facilidad con que alcanzaron el cielo abierto hizo que Ícaro cayera en el delirio de creerse señor infinito de la Tierra, se olvidó de la fragilidad del artilugio y voló demasiado alto. Tanto que el sol fundió la cera y desbarató el frágil ingenio. Ícaro terminó estrellándose en el mar.
En Wall Street, el autodenominado Grupo de los Cinco, una cuadrilla de jóvenes ejecutivos de los principales bancos de inversión, afinó las posibilidades de la ingeniería financiera ideando un alambicado producto que encerraba virtudes innumerables: bonos -es decir, seguridad en la inversión-, pero ligados a créditos hipotecarios, que incluían algunos de alto riesgo de impago, los llamados subprime - esto permitía ofrecer un rendimiento suplementario- y bendecidos por las agencias de calificación. Cuando la crisis inmobiliaria rompió el precario círculo virtuoso, los ícaros de Wall Street se abrasaron con las pérdidas, estimadas en al menos 460.000 millones, según Goldman Sachs.
La ingeniería financiera multiplica las posibilidades de inversión al facilitar el apalancamiento y disminuye el riesgo, al diversificarlo. Pero extender el riesgo significa precisamente eso: incrementar el número de inversores expuestos; algo que muchos no han entendido todavía. Para el profesor Pablo Fernández, de la escuela de negocios IESE, la culpa fundamental de la crisis crediticia que afecta a los mercados radica en la 'inconsciencia del riesgo asumido'. Es el peligro que acarrean políticas de inversión que consisten en ir doblando apuestas hasta el punto en el que el único resultado admisible es ganar siempre. 'No se pueden asumir exposiciones en asuntos que no tienen que ver con el negocio de las empresas', relata Pablo Fernández. 'Es como mandar al director financiero a que se juegue en un casino los recursos de la empresa. ¿Tiene sentido que una caja de ahorros provincial se meta en bonos subprime?', expone el profesor del IESE.
Los orígenes de la sofisticación financiera radican en la publicación en 1973 de la teoría del precio racional para las opciones futuras de compra (los derivados), una fórmula creada por los profesores Fisher Black y Myron Scholes y desarrollada por el economista y profesor de la Universidad de Harvard Robert Merton. Scholes y Merton recibieron en 1997 el Premio Nobel de Economía por sus ejercicios teóricos -Black había fallecido en 1995-, que propiciaron el desembarco a gran escala de físicos y matemáticos cuantitativos en la generación de productos de inversión.
La ingeniería financiera surge de la necesidad de obtener rentabilidades alternativas a las inversiones clásicas -los bonos y las acciones- y abrir el abanico de las posibilidades de inversión. Y ahí las opciones se multiplican hasta el infinito. El vocabulario es muy prolijo: Opciones, futuros, CDS (Credit Default Swap o derivados de crédito), CDO (Obligaciones de deuda colateralizada), CBO (Obligación de bonos colateralizados), CLO (Obligaciones de préstamos colateralizados), cédulas hipotecarias, titulizaciones (bonos respaldados por los derechos de cobro de créditos hipotecarios), titulizaciones sobre ingresos futuros -medibles pero aún no materializados- vehículos especiales de inversión, que operan fuera del balance de las entidades que los han creado, ...
'Ha habido un exceso de apalancamiento y de riesgo nada fácil de controlar. En algunos productos como los derivados de crédito se ha ido demasiado lejos', sentencia el profesor Jesús Palau, de la escuela de negocios Esade. 'Hay cosas que sólo entienden una minoría y que deberían haberse restringido; el volumen de negocio se ha descontrolado', completa el profesor de Esade, que añade otro defecto de origen: 'Es un error dar crédito a gente que no puede pagarlo'.
Así son las subprime, cuyo nombre se refiere a un ratio de solvencia inferior a la categoría estándar (prime). El hecho singular de que en EE UU muchas hipotecas las firme un comercial, que luego las empaqueta a un banco tras cobrar la pertinente comisión, ha derivado en esperpentos tales como las hipotecas Ninja: No Incomes, no Job, no Assets. Ni ingresos, ni trabajo, ni activos y aún así, había un préstamo esperando. A los bancos no les costaba demasiado, porque el riesgo lo derivaban a los bonos, que siempre encontraban algún comprador ansioso por lograr un rendimiento especial.
¿Se podría haber puesto coto legal? Hasta un defensor a ultranza de la flexibilidad regulatoria como es el ex presidente de la Fed Alan Greenspan reconoce los peligros del riesgo operacional. El mal no radica en los productos en sí, sino en la opacidad que planea sobre ellos. El entorno de beneficios disparados durante los últimos años ha permitido extender prácticas dudosas sin que nadie hiciese muchas preguntas, salvo algunos como Warren Buffett, el hombre más rico del mundo, que ya advirtió en 2003 que el crecimiento desbocado de los derivados entrañaba un riesgo 'megacatastrófico'. El multimillonario tiene una regla que le ha hecho de oro: 'No invierta en aquello que no entiende'.
Conviene recordar que los premiados Merton y Scholes fundaron el tristemente célebre Long Term Capital Management, un hedge fund que tras un comienzo fulgurante se desvió de su rumbo inicial y, con la cobertura del respeto reverencial que inspiraban sus gestores, fue arriesgando hasta que en 1998 perdió 4.600 millones de dólares en cuatro meses. La opacidad también encubrió el agujero de Enron hasta su bancarrota en 2001; otro caso, Bear Stearns estuvo desmintiendo que tuviese problemas de liquidez hasta horas antes de que en marzo pasado la Fed y JPMorgan orquestasen un rescate de emergencia del banco.
'Los supervisores deben velar por los intereses y la protección de los inversores finales, así como el buen funcionamiento de los mercados', valora Sonsoles Santamaría, directora de producto de Tressis. 'Los últimos acontecimientos, con dislocaciones en las valoraciones de activos, han puesto de manifiesto la necesidad de incrementar estos controles', afirma la directiva de Tressis. Pero la legislación se encuentra con grandes dificultades para atar corto los potenciales excesos en la ingeniería financiera. La innovación es algo constante, ¿cómo controlar lo que aún no existe? Siempre se irá por detrás de los acontecimientos.
Un gestor de un importante fondo de renta variable explicaba la semana pasada en Madrid a sus clientes: 'Mi cartera de inversión es tan sencilla que tanto mi sobrino de cuatro años, como mi abuela de 90 la pueden entender al primer vistazo'. Una buena solución para los que no quieren complicarse la vida. Para el resto, recuerden lo que le pasó a Ícaro.