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Debate abierto
Tribuna
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Un mundo sin ingeniería financiera

Es el año 2025. El planeta vive dominado por avances tecnológicos, descubrimiento genéticos, es posible pasar las vacaciones en la Luna, y las plantas eólicas cubren todas las necesidades energéticas. Sin embargo, existe un área donde el proceso ha sido de involución y los desarrollos más sofisticados permanecen en el pasado.

Tras la crisis de crédito del periodo 2007-2011, las autoridades financieras mundiales decidieron prohibir los derivados. Los mercados organizados de futuros y opciones, como el Chicago Mercantile Exchange ó Euronext Liffe, fueron cerrados. Tan drástica reacción de los reguladores respondió a la sensación generalizada que los derivados se hallaban detrás de la crisis. Lo mejor para la salud del planeta, se concluyó, era la desaparición de tal amenaza. Pese a las protestas de algunos banqueros y académicos, los reguladores del mundo decidieron que toda actividad de derivados sería considerada criminal y perseguida judicialmente.

¿Cómo se vive en un mundo sin derivados? Bueno, los políticos y la gente de a pie están más tranquilos sabiendo que ya nunca ninguna institución financiera o corporación sufrirá pérdidas devastadoras operando con cosas llamadas CDO, Quanto Swaps, o Knock-Out Options. Pero, para ser honestos, también es detectable una cierta nostalgia por los viejos tiempos. Por supuesto, nadie ofrece su oposición al sistema actual en público (por miedo a las represalias legales). Pero existen en la clandestinidad personas que desean un retorno a un sistema financiero más sofisticado, como el de las añoradas décadas de 1990 y 2000, auténticas etapas gloriosas en el universo de los derivados. En esas reuniones secretas se pueden escuchar comentarios como los siguientes:

'Sabíais que antes era posible que una empresa cubriese de forma sencilla y eficiente el riesgo derivado de la subida del coste financiero?', rememoraba un director financiero que matizaba: 'existían innumerables variedades de swaps y opciones de tipos de interés a disposición de los tesoreros. Ahora, en cambio, nadie puede hacer nada ante las subidas del líbor, y muchas firmas se han ido a la bancarrota al no poder hacer frente a sus elevados costes de financiación'.

'Sí, y a mí me han contado que también era posible cubrir el riesgo de divisas,' aportaba el presidente de una empresa exportadora europea, 'hoy en día, con el euro por encima de 3 dólares nos vendrían de perlas esos instrumentos de cobertura, hemos sufrido tremendas pérdidas por el descenso brutal de ventas a EE UU y otros países'.

'Qué días!', exclamaba un ejecutivo bancario, 'cuando mis predecesores usaba credit-default-swaps para protegerse de posibles impagos de sus prestatarios. No me extraña que la política de préstamos se haya endurecido y encarecido desde entonces.'

'Y ¿os acordáis cuando a través de derivados los inversores tenían acceso a un amplísimo abanico de oportunidades más allá de la reducida oferta tradicional?', ofrecía un gestor de activos, 'permitiendo obtener jugosas rentabilidades en épocas de bajos tipos y mercados en bajo tono, e incluso dando nacimiento a nuevas clases de activos como emisiones de carbón, volatilidad, o variables macroeconómicas.'

'Gracias a los derivados,' recordaba un ex ministro de economía, 'los estados monetizaban activos que previamente no generaban liquidez alguna, creando riqueza para un país'.

'Los derivados revolucionaron el mundo, haciendo posible lo imposible, y les echamos de menos', destacaba un veterano profesor de finanzas que se quejaba: 'Puede que nos hayamos librado de sorpresas negativas magnificadas por el apalancamiento de los derivados, pero el remedio es peor que la enfermedad. Nos encontramos desnudos en medio de un entorno volátil y pleno de peligros. Nos han privado de la posibilidad de protegernos, y de aprovecharnos de las oportunidades diseñadas por el ingenio humano'.

Así estamos después de una década de la aniquilación de los derivados por parte de los reguladores, que decidieron que algo tan monstruoso como la crisis de crédito no podía volver a repetirse. Lo gracioso del caso es que el otro día escuché a alguien decir que gran parte de la responsabilidad del cataclismo que comenzó en el verano del 2007 radicó en los organismos oficiales de entonces, con políticas monetarias irresponsablemente relajadas y fallos inexplicables de supervisión. Me pregunto si tendrá razón.

Pablo Triana. Economista y autor del libro Corporate Derivatives

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