Y si fuera ella...
Desde que comenzó el presente siglo solemos contener la respiración con más frecuencia de la que desearíamos, debido a los acontecimientos económicos que amenazan con alterar nuestra calidad de vida. Así, al estallido de las puntocom le siguieron la crisis asiática (cuestionando el modelo de los keiretsu) y los fraudes contables detectados en importantes compañías, además de ciertas modificaciones llevadas a cabo incluso por las entidades de vigilancia, respecto a las normativas por ellas previamente reglamentadas, con el loable objetivo de salvaguardar el sistema financiero.
Posteriormente emergió la desaceleración de la inversión inmobiliaria cuyas consecuencias cada vez muestran matices más próximos a la exuberancia irracional que al aterrizaje suave deseado por todos, y progresivamente va aflorando la escasez de liquidez ocasionada teóricamente por la crisis de las hipotecas subprime, aunque a mi parecer está siendo tan excesivo el impacto que está teniendo sobre la liquidez del mundo desarrollado que me hace pensar si son tan débiles los pilares del sistema financiero construido o si en realidad no es la única causa que yugula el crédito a corto plazo de las empresas y las familias, derivando en una ralentización del crecimiento y del consumo respectivamente. Recuerdo un titular de marzo de 2004: Esta guerra la pagará Europa.
A esto debe adicionarse el encarecimiento a escala mundial de todas las commodities, ya sean alimenticias, minerales o energéticas, además de unas perspectivas pesimistas respecto a sus stocks reflejadas en los mercados de futuros.
Que la globalización es un hecho parece demostrarse con los acontecimientos anteriores (donde un país sigue marcando su orden), pero que ésta puede estar construyéndose sobre una premisa sesgada, parece que también.
Si los mercados se mueven exclusivamente por la oferta y la demanda, una de dos, o el término global está manipulado, y por tanto debiera ser criticado con acciones desde la población de la sociedad opulenta (al estar reteniéndose o privándose a los mercados de aquellas materias primas que son necesarias para el desarrollo mundial, provocando un problema inflacionista internacional), o los líderes de las economías desarrolladas y sus políticas han fracasado (ya que no pueden negarse dos hechos: que el almacén mundial de cereales sólo está garantizado para los próximos 45 días o que el incremento de consumo de energía a nivel mundial ha superado a los de su comercialización en más de un 10% en los últimos años, con el impacto indirecto que ambos tienen sobre la inmigración).
Ante lo expuesto no puedo reprimir mi denuncia respecto al debate que se intenta reabrir en nuestro país sobre la necesidad o no de la energía nuclear, puesto que en el fondo, y a modo de nuevos ricos, sólo estaríamos discutiendo si estamos dispuestos a pagar más o menos dinero por la energía que se utilice.
Me parece soez optar por una decisión exclusivamente basada en el hecho de poder ser pagada, cuando considero que la causa subyacente de la crisis actual de la urbe global podría ser una crisis energética... ¿Y si fuera ella? No hablo sólo del precio de ésta, lo que intento señalar es que posiblemente estemos sembrando la imposibilidad a algo más de un tercio de la humanidad del uso de la energía como forma de desarrollo, puesto que a los niveles de precios a los que previsiblemente se situará (al igual que la inflación) en el mes de diciembre impedirá su adquisición por parte de numerosas zonas del globo, con el drama humanitario que conllevará dicha privación inmigración descontrolada.
Considero que, más allá de nuestros ideales políticos o económicos, debieran alzarse nuestros principios éticos como camino (a su vez) para la creación de valor económico y una forma de ayudar a evitar esa potencial situación pasaría, a mi juicio, porque cada país o zona económica común produjese y comercializase al menos la cantidad de energía y commodities que a su vez emplease anualmente.
Vuelve a ser necesario almacenar en previsión de años de escasez, ya que nuestra inmodestia pasada ha vuelto a ser humillada por las fuerzas de la realidad.
Antonio Carbonell Peralbo. Doctor en Ciencias Económicas