Luz, más luz
Luz, más luz!', parecen ser las últimas palabras de Goethe antes de entrar en la agonía final. Esa demanda de luz podría entenderse como un requerimiento impaciente para obtener esclarecimientos necesarios, dado que son palabras puestas en boca de un intelectual tan encumbrado. Otra cosa es que la mayoría de las mejores frases que han merecido quedar grabadas en mármol para la historia nunca fueran pronunciadas, por mucha coherencia que tenga su atribución a los personajes de los que han quedado colgadas.
Entre las ocasiones de alta graduación vital, propensas a ser empleadas como fulminantes de esos chispazos de talento, de lucidez o de coraje, figuran desde siempre las arengas previas a las grandes batallas o a las recomendaciones solemnes en el lecho de muerte, que tanto comprometen a los afines allí congregados junto al protagonista que camina de modo acelerado hacia su eclipse definitivo. Ahí están los griegos de la antigüedad clásica, que no nos dejarán mentir, con sus bordados en el género frases célebres previas al momento de lanzar los ejércitos al campo de batalla y las concisas encomiendas de quienes van a morir a sus deudos, que quedan así uncidos a un destino irrevocable.
Pero esa misma reclamación de '¡Luz, más luz!' adquiriría ahora un sentido bien diferente si fuera escuchada por cualquier ciudadano alzado ante el paisaje después de la batalla que configuran opas y contraopas sobre la Empresa Nacional de Electricidad (Endesa), presentadas sucesivamente por la catalana Gas Natural, la alemana Eon y la italiana Enel en asociación con Acciona.
Reconozcamos que un observador periodístico atento al panorama lumínico o eléctrico español -no olvidemos que los términos luz y electricidad han venido a ser sinónimos en el campo en que ahora nos movemos- ha permanecido expuesto a un cúmulo de estímulos noticiosos suficientes como para quedar sumido en el desconcierto y la perplejidad. Cómo explicar que por ejemplo Endesa haya sido un objeto de deseo tan enloquecido durante tantos meses para llegar ahora al último descubrimiento, adosado a la subida inminente del kilovatio, de que el sector eléctrico se encuentre instalado en la ruina.
En efecto, amanecen las compañías suministradoras de energía eléctrica diciendo que el recibo que pasan a los consumidores con periodicidad mensual se establece con tarifas por debajo de los costes reales de generación y distribución. Añaden que la situación se arrastra desde hace muchos años y que la quiebra que implicaría la venta de un producto por debajo de su precio de coste se evita mediante el reconocimiento de una deuda compensatoria con la garantía del Estado. Una deuda que las compañías eléctricas titulizan, que figura como activo en sus balances y que en algún momento deberá ser atendida.
Entretanto, el desfase de los precios con el que la electricidad se factura sigue incrementando cada año las cantidades titulizadas. Entonces llegan los liberales legítimos y propugnan que termine el enmascaramiento y se repercutan al usuario los costes reales. Algunos menos ilustrados son incapaces de entender cómo hemos podido estar asistiendo a una puja como la sostenida en torno a las acciones de Endesa.
¿Cómo puede haberse producido un fenómeno de esa envergadura, una verdadera feria enloquecida, que cada mañana añadía valor al accionista, cuando Endesa, como las restantes compañías eléctricas, vende la energía por debajo de los costes de producción y además no puede modificar sus tarifas sin autorización del Gobierno?
Entretanto, las compañías que han pasado a ser dominantes en el accionariado de Endesa consideran llegado el momento de hacer rentables sus inversiones y para ello se emplean a fondo en la tarea de convencer al Gobierno y ponerlo de su parte en la subida de las tarifas. De donde resulta que después de habernos mareado con las cifras y los grandes designios de los campeones nacionales, que tan orgullosos nos hacían sentir, se ha terminado la fiesta y quieren pasarnos la cuenta, naturalmente por nuestro bien.
Miguel Ángel Aguilar, periodista