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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un gran año para el empleo

La economía española creó casi 700.000 nuevos empleos en 2006 y conserva el vigor iniciado hace ya más de diez años. El año pasado incluso ha marcado hitos históricos que hace unos años parecían inalcanzables: por vez primera se han superado los 20 millones de ocupados y la tasa de paro desciende hasta el 8,3% de los activos, desconocida desde la segunda crisis del petróleo, en 1979, cuando se desencadenó el desmantelamiento de buena parte del aparato industrial español. El crecimiento de la ocupación ha superado sobradamente el 3%, y se acerca al incremento estadísticamente aceptado del PIB, revelando tanto la fuerte intensidad de la actividad en la generación de ocupación, como el escaso recorrido que está registrando la productividad nominal de la economía.

La abultada cantidad de empleo generado no se corresponde, por contra, con la calidad. Mirando exclusivamente con el filtro de la relación contractual de las plantillas, la duración determinada (temporal) de los contratos sigue mostrando mucha resistencia a ceder, y parece haberse consolidado en el mercado de trabajo como una marca estructural insalvable. Uno de cada tres asalariados sigue siendo temporal, sin que el pacto de junio y las bonificaciones hayan surtido un efecto apreciable, como ya ocurrió desde que en 1997 se intento por vez primera el control de la precariedad laboral.

Endurecer la norma y tasar matemáticamente las posibilidades de la contratación temporal no es seguramente el camino, porque supondría una intervención en el mercado fuera de lugar. Pero la aplicación vigilada del principio de causalidad en la contratación (relación temporal para actividades eventuales y fija para la estructural) debe volver al sentido común de las empresas. No parece lógico que casi 5,6 millones de trabajadores tengan contrato con fecha de caducidad si las actividades eventuales se limitan a la recolección agrícola y al turismo.

Pero buena parte de la contratación de esta naturaleza inestable tiene que ver con las actividades a las que sirve. Existe una masiva concentración de empleo en la construcción (ha crecido más del 8% en 2006) y los servicios, sectores ambos con mucha actividad de bajo valor añadido para los que se reclaman trabajadores de cualificación limitada y a los que remunera de forma coherente con su preparación. Así, el empleo acumula poca calidad con la doble condición de temporalidad y baja remuneración, reflejo del modelo productivo que ha hecho fortuna en España en la última década, en la que la industria resiste a duras penas su nicho, y crecen sin medida servicios y construcción, ambos de marcado carácter cíclico.

El Gobierno se ha comprometido a impulsar un cambio de modelo de crecimiento. No se logra tal empeño en un año ni en una legislatura, y a duras penas se logra en una generación poniendo todos los medios a disposición del objetivo. Empresarios, sindicatos y universidades deben colaborar para construir un modelo diferente, que acople la educación y formación a las exigencias de un aparato productivo que debe girar hacia actividades con mucho mayor recorrido productivo.

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