Reforma laboral: 'play it again'
Hoy se firma el acuerdo tripartito para la reforma laboral. A la hora de valorarlo, hemos, ante todo, de felicitar a quienes han participado en la negociación y han conseguido alcanzar el acuerdo: el diálogo social está vivo, sigue produciendo frutos y, como consecuencia del mismo, se avanza en el proceso de reformas laborales que demandan la competitividad de la economía y la sostenibilidad del sistema de protección social.
Sin embargo, es más importante el acuerdo en sí que su contenido: reluce más el fuero que el huevo. Que se mantenga abierta la vía de las reformas, que se avance en ella en el sentido correcto y que empresarios y sindicatos coincidan en apoyar dicho avance es una buena noticia. El contenido de los acuerdos, por el contrario, no alcanza la misma importancia.
En mi opinión, tras la reforma, no cambia sustancialmente nuestro modelo de relaciones laborales (más bien, simplemente, no cambia). Y dicho modelo, y en particular el actual marco regulador de las relaciones de trabajo, resulta inadecuado para las necesidades de las economías y de las empresas y para garantizar el mantenimiento del sistema de protección social. Habrá, pues, que seguir planteando su adaptación y, en muchos aspectos, su sustitución.
El objetivo ha sido, en esta ocasión, más modesto: la reducción del porcentaje de contratos temporales. Hasta el punto de que el preámbulo del acuerdo indica expresamente que la competitividad y la productividad de nuestra economía exigen reducir la contratación temporal. En esa reducción centran su interés los negociadores, sin plantear ni afrontar otros aspectos, laborales o no, del problema.
Esto resta ambición a la negociación y trascendencia a lo acordado. Pero, además, la reducción de la contratación temporal se persigue, una vez más, operando sobre la normativa reguladora de la misma y no sobre la referente a la contratación indefinida. Se trata de restringir, por diversas vías, la temporalidad, pero el marco regulador de la contratación indefinida se deja prácticamente intacto. Sólo la tímida ampliación de la posibilidad de transformar contratos temporales en indefinidos con indemnización por despido reducida (de 33 días de salario por año trabajado, en vez de 45), es significativa al respecto. Pero no hay ninguna otra medida para hacer la figura del contrato indefinido más atractiva para el empresario: las decisiones de contratación de éste tratan de influenciarse exclusivamente por la vía de las bonificaciones económicas.
El desarrollo de los contratos temporales se ha producido como consecuencia de la rigidez de la regulación del contrato indefinido. Para que cambien las preferencias empresariales, debe actuarse, pues, sobre esa regulación. A medio y a largo plazo una política de subvenciones y bonificaciones no cambia sustancialmente las resistencias empresariales a la contratación indefinida. Tendremos menos contratos temporales cuando la figura del contrato indefinido resulte más atractiva para los empresarios, y no simplemente porque se dificulte la contratación temporal o se bonifique económicamente la indefinida.
Por otra parte, si la clave de las reformas demandadas en el mercado de trabajo es la adecuada combinación entre flexibilidad de las relaciones laborales en la empresa y seguridad para los trabajadores (en términos de calidad y de estabilidad de su empleo), en esta ocasión se avanza bastante más en lo segundo que en lo primero. El balance de la reforma es claramente favorable a la seguridad. La flexiseguridad tan en boga se ha escrito con letras minúsculas en su primera mitad y con mayúsculas resaltadas en la segunda.
Los cambios normativos en materia de subcontratación, de cesión ilegal, de protección social, son sin duda positivos y vienen a tratar de resolver problemas acuciantes de nuestro mercado de trabajo. Pero en el acuerdo la flexibilidad, simplemente, no existe. Los empresarios obtienen compensaciones más bien de índole económica, por la vía de las bonificaciones y de la reducción de las cotizaciones sociales.
Todo ello hace que tengamos que decirle a los agentes sociales, y al Gobierno, que lo intenten otra vez. Que sigan tocando. La reforma del mercado laboral queda pendiente. La necesidad de mayor seguridad y calidad del empleo era innegable y los avances conseguidos han de ser bienvenidos. Pero probablemente la necesidad de flexibilidad era y sigue siendo más acuciante.
Habrá que ponerse a la tarea inmediatamente y afrontar, ante todo, la modificación de la negociación colectiva, tanto en lo que se refiere a su marco regulador como a la práctica negociadora. Y, a partir de los resultados obtenidos, habrá que revisar, y en su caso sustituir, todo el marco regulador de las relaciones laborales en la empresa.
La buena noticia que nos trae el acuerdo es que el diálogo social está vivo y puede afrontar la tarea. La duda es si esta marcha parsimoniosa, este avanzar pasito a pasito, va a poder mantenerse ante la dinámica de los acontecimientos. Cabe el temor de que las agitaciones que se ocultan bajo la en apariencia apacible superficie de nuestra economía se manifiesten, con su potencial destructor, antes de que hayamos avanzado lo suficiente.