25 estrategias y un objetivo: 2010
La Agenda de Lisboa estableció en el año 2000 una serie de ambiciosos objetivos para que la economía de la UE sea en 2010 la más competitiva del mundo. La meta se ve lejos, pero el autor sostiene que los costes de no actuar en esa línea -y presenta la Cumbre Europea de marzo como otra oportunidad- pasarán factura
Parece que fue ayer cuando los líderes europeos se comprometieron a estimular el crecimiento y el empleo para hacer de Europa la economía más competitiva del mundo en 2010. Pero el hecho es que ya hemos sobrepasado con creces el ecuador de dicha meta y los costes de no actuar como una alianza cohesionada y comprometida están empezando a pasar factura.
En el último informe CPB de política económica (Documento 104, del Netherlands Bureau for Economic Policy Analysis, 24 de enero de 2006) realizado a instancias de la Comisión Europea se confirma que, si Europa cumpliese con la Agenda de Lisboa, el PIB comunitario se incrementaría entre un 12% y un 23% y el empleo crecería en torno al 11%. A estos datos se ha llegado tras aplicar una rigurosa metodología de simulación en el caso de que la Europa de los 25 alcanzara cinco de los objetivos más importantes de Lisboa: un gasto del 3% del PIB en I+D, un ratio de empleo del 70% de la población activa, la reducción en un 25% de la burocracia administrativa, la reactivación del mercado interno de servicios y la mejora del capital humano a través de programas de educación y formación específicos.
Las conclusiones del estudio no sólo revelan el potencial que supondría hacer realidad la estrategia de Lisboa, sino que también dejan al descubierto las altas pretensiones de los objetivos marcados en 2000 y la disparidad del grado de avance mostrado por los 25 miembros de la UE. Lograr cualquiera de los cinco objetivos analizados supone un gran esfuerzo político y de inversión en la mayoría de los países cuyo coste, a corto plazo, no podrían sufragarse con los beneficios alcanzados individualmente. Por ejemplo, para dedicar un 3% del PIB a investigación, habría que incrementar la inversión un 50% en 2010 y eso implica dinero, científicos que realicen su actividad en ese campo y buenas ideas.
A pesar de la complejidad que supone cumplir con las metas marcadas, no podemos ni ser autocomplacientes ni tampoco ampliar plazos. La aplicación de la estrategia de Lisboa es si cabe más urgente que cuando se fraguó. A la presión ejercida por el crecimiento de EE UU se ha sumado la de Asia, y al problema del envejecimiento de la población europea se le solapa el continuo escaso índice de natalidad. La Agenda de Lisboa, por tanto, sigue teniendo vigencia y la reforma de los 25 ha de ser inminente.
La Comisión de Industria, Investigación y Energía ha evaluado los programas nacionales de reforma a fin de establecer algunas recomendaciones sobre las que actuar de inmediato. En el caso de España, las asignaturas en las que urge hacer mejoras son el sector de las pymes y el del comercio al por menor, el mercado de la electricidad y las áreas menos industrializadas, así como el acceso de la mujer al mercado laboral. Nada que no sepamos y que difiere sustancialmente de países como Suecia, Finlandia y Dinamarca. Los altos niveles de inversión en educación e I+D por los que, en su día, apostaron los países nórdicos, junto con la flexibilidad e integración aportados al mundo del trabajo, les permiten afrontar la Agenda de Lisboa con un optimismo que previsiblemente se traducirá en un elevado crecimiento económico.
Pero si algo hemos aprendido en nuestra relativamente corta trayectoria europea es que una Europa a distintas velocidades no funciona y que los 'solos', por muy brillantes que sean, han de ir orquestados. Está claro que en un espacio donde confluyen 254 regiones europeas, mucho de lo que es probable en unas es prácticamente imposible en otras, pero no es menos cierto que el fracaso de unas es el retroceso de todas. En el proyecto de Europa, la fraternidad no es una cuestión de solidaridad sino de supervivencia.
En la segunda quincena de marzo, bajo presidencia austriaca, se celebrará la próxima Cumbre Europea. La presidencia de turno ya ha manifestado su intención de dar prioridad a dos temas: revisar la implementación de los planes nacionales de reforma y definir las acciones necesarias a nivel comunitario para complementar dichos planes. Muchas son las esperanzas depositadas en esta Cumbre. 'Es hora de pisar el acelerador' ha sido el mensaje del presidente de la Comisión Europea que, una vez más, instará a los 25 miembros a ejecutar las reformas recomendadas en el plazo previsto con el fin de reactivar la estrategia de Lisboa.
La construcción de este ambicioso proyecto tiene un coste y la única fórmula de sufragarlo es contar con un claro liderazgo al frente y un compromiso férreo por parte de todos los Estados miembros, algo nada fácil a tenor de los resultados de las últimas Cumbres. De no materializarse en realidades concretas y en plazo, el sueño de Lisboa corre el riesgo de pasar a la historia como una 'burbuja' de 25 buenos propósitos. Aprovechemos la Cumbre de Primavera para sacar a la luz el liderazgo que motivó a los Estados a comprometerse en el año 2000 y, si es preciso, rememoremos el espíritu innovador que hace décadas permitió gestar el embrión de nuestra Unión Europea.