La sombra de la conciencia social
El papel central que juega la empresa en el desarrollo de la sociedad es bien conocido y, en general, aceptado, principalmente en lo que respecta a su aportación al empleo, aunque se hable bastante menos de la enorme dependencia que esa valorada figura del Estado de bienestar tiene respecto a la capacidad competitiva del tejido empresarial. Pero aparte de estos elementos más conocidos, la empresa forma parte de un entorno próximo con el que interacciona permanentemente, más allá de la referencia al medio ambiente, que también, y poco a poco, va incorporándose a las preocupaciones empresariales.
Ese aspecto del entorno próximo con el que existe una interconexión permanente y en el que los intercambios son de una gran intensidad, aunque quizá todavía resulten poco perceptibles, es la propia sociedad en tanto que conjunto de individuos organizados. La interacción desborda ampliamente el terreno de la formación que los ciudadanos reciben, cuyos conocimientos aplican posteriormente en el desarrollo de sus actividades profesionales, abarcando competencias, actitudes y valores que se forjan dentro de un tejido social dinámico.
Pero la empresa no sólo recibe del entorno, antes bien, contribuye a su construcción de una forma más directa de lo que frecuentemente se percibe, porque a través de sus miembros toma parte activa en el desarrollo de la sociedad, ya que los trabajadores tienen vida, a veces profundamente intensa, más allá de los ámbitos laborales. Hay aquí, en ese juego de contraprestaciones, una razón adicional para que los directivos empresariales, no solamente los de los departamentos de personal, o de recursos humanos, o de personas, o como quiera llamárseles, actúen desde una visión que contemple que los requerimientos internos de las necesidades de las empresas serán mejor atendidos si sus trabajadores son personas comprometidas con el desarrollo social. Este enfoque se justifica tanto desde una visión ética como desde una meramente práctica.
Desde esta perspectiva, la empresa es un espacio vivencial en el que transcurre una parte significativa de la vida de las personas, aproximadamente el 20% de los años de vida laboral, porcentaje que se elevaría en diez puntos si descontamos el tiempo dedicado a dormir. Individualmente es la actividad es ocupa el mayor número de horas. De cómo transcurra ese tiempo, de la calidad de las relaciones internas, de la consideración que se reciba, del espíritu emprendedor que se inculque en la empresa, de la capacidad de iniciativa que se fomente, etc., se consolidarán personalidades adultas, con capacidad y deseos de participar e impulsar otro tipo de actividades extraempresariales.
La formación que reciben los trabajadores en la empresa, primera contraprestación a la que inicialmente han recibido de la sociedad, su participación en la toma de decisiones, el aprendizaje en la resolución de problemas complejos, traslada una enorme capacidad organizativa a la sociedad. Pero el proceso contrario también tiene lugar, ya que los individuos siguen aprendiendo en las actividades sociales, en las que con frecuencia se dan situaciones complejas, a veces de tanta o incluso de mayor dificultad que las que les exige el adecuado cumplimiento de su función en el trabajo.
La preocupación por cuestiones sociales, que aparentemente desbordan el ámbito específico de la empresa, es altamente valorada por los trabajadores, que se sienten más fácilmente implicados en aquellas organizaciones que trabajan por incrementar el bienestar de los entornos en los que se ubican. El crecimiento humano y técnico de los trabajadores de las empresas contribuye a la construcción de sociedades con un alto nivel de capital social, donde la confianza, la conciencia cívica y la asociatividad son soportes que disminuyen la conflictividad, orientan positivamente la resolución de las legítimas discrepancias y comprometen a los ciudadanos en la búsqueda de alternativas que den respuesta a los problemas que les afectan. Esta es la versión positiva de los hechos, pero también existe la negativa, que se produce cuando la situación en el interior de las empresas es tensa, las relaciones tirantes, los trabajadores aceptan el trabajo como un mal necesario del que es preciso huir cuanto antes, donde sólo algunos deciden, en el que nadie aprende y el malestar es la tónica reinante. La falta de confianza se traslada, como una continuación del vivir empresarial, al entorno familiar y social, desbaratando cualquier progreso en la construcción del necesario capital social.
Como los influjos son de doble sentido, la existencia de una sociedad carente de estructuras asociativas que la vertebren, asentada en la desconfianza, falta del compromiso de sus ciudadanos, cuyas aspiraciones tratan de resolverse exclusivamente por la vía de las reivindicaciones de pretendidos derechos y, en consecuencia, con un alto grado de conflictividad, acaba trasladando tal estado de cosas al interior de la empresa, generando un estado permanente de insatisfacción, incluso cuando faltan razones internas capaces de justificarla.
Los directivos que sepan interpretar el tipo de relación y de interacción que se produce entre empresa y sociedad encontrarán un estímulo adicional en su tarea, la cual se enriquece y gana en contenido al comprender el modo en que una actuación de reforzamiento del papel de los trabajadores no sólo redunda en una mejora de la gestión, si no que contribuye decisivamente al fortalecimiento del tejido social. Y, como en una especie de círculo virtuoso, ese fortalecimiento del tejido social acaba repercutiendo nuevamente en la mejora de la empresa.